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Retrato de Beethoven realizado en 1803 por Christian Hornemann

* Nacido el 17 de diciembre de 1770 en Bonn
* Fallecido el 26 de marzo de 1827 en Viena

 Al parecer, los orígenes del apellido Beethoven se sitúan, bien en Holanda, bien en Bélgica. Según el investigador holandés Van Boxmeer, un tal Cornelius van Beethoven, tatarabuelo del compositor, vivió en la ciudad de Malinas en la segunda mitad del siglo XVII. Por su parte, está comprobado que el abuelo del músico, Louis van Beethoven, nació en Amberes en 1712, emigrando posteriormente a Alemania.

 Beethoven nació en el seno de una familia que amaba a partes iguales el violín y la bodega. El abuelo de Beethoven, Louise, llegó a Alemania en 1732 y, dotado de una convincente educación musical, se convierte en un violinista virtuoso y en el director de coro de la iglesia de San Pedro de Lovaina. Posteriormente, se trasladó a Bonn para ocupar un cargo de músico en la corte, siendo finalmente nombrado kapellmeister por el príncipe Clemente Augusto, un cargo que pese a todo no le daba el suficiente dinero como para fundar y mantener una familia. En vista de ello, decidió montar un paralelo negocio de vinos para a continuación casarse con la alemana Maria-Josepha Poll, quien supo apreciar las buenas dotes musicales de su marido así como su bien provista bodega. De este matrimonio nació Johann, el padre del compositor, un hombre que heredó de su padre la virtud del violín mientras que de su madre el vicio de la botella. Este individuo, un verdadero mamarracho que ha pasado a la historia como un vulgar explotador de los precoces talentos de su hijo, llegó a ocupar plaza de tenor en la capilla del príncipe y acabó casándose con quien sería la mamá del futuro genio de la música, una tal Maria Magdalena Keverich, hija de un cocinero de la corte y que ya había estado previamente casada con un mayordomo. Fruto de aquel matrimonio nacieron siete hijos de los que tan sólo tres llegaron a edad adulta, Ludwig, Kaspar Anton Karl y Nicolas Johann. La familia vivía en una discreta buhardilla de la Bonngasse, el primer observatorio desde donde Beethoven contempló el Rin por primera vez. El ambiente familiar, ensombrecido por las constantes dificultades económicas, transcurría en medio de una atmósfera bohemia y sórdida, y ya pronto el pequeño Ludwig llegó a vivir situaciones del todo humillantes, como cuando con apenas cinco años tuvo que acudir a la policía para identificar a su padre entre los borrachos capturados…

 Johann pronto advirtió que su hijo, si bien no poseedor de un talento innato, sí que tenía una rara habilidad para la interpretación musical. Este es un dato muy importante puesto que, a diferencia de Mozart o incluso de Bach, Beethoven nunca atesoró una predisposición natural hacia la música, siendo sus estudios musicales algo meramente impuesto, un deber antes que un deseo. Además, todo parece indicar que las primeras lecciones de música impartidas por su padre supusieron un auténtico tormento para el niño Ludwig, siendo verdaderamente milagroso que no terminase por detestar la música. Ya con siete años, su padre, intentando amular al progenitor de un tal Mozart, organiza un concierto donde el pequeño Ludwig demuestra sus dotes interpretativas. Animado por el éxito, aunque muy localizado, y viendo que sus conocimientos musicales no eran del todo suficientes como para hacérselos transmitir a su hijo, decide poner al joven Ludwig en manos de un flautista llamado Pfeiffer, un vecino del mismo edificio familiar, a quien también le tiraba mucho el gusto por la garrafa de vino. Se llegaron a organizar improvisados conciertos en aquella buhardilla, muy bien regados, como era de suponer, y que terminaban en un verdadero revuelo que no dejaba dormir a los vecinos. En ese patético ambiente se hubo de criar uno de los mejores — si no el mejor — compositores de la historia.

 Además de Pfeiffer, el pequeño Ludwig comenzó a recibir lecciones de violín, viola, órgano y piano de distintos profesores, de entre quienes destacó Christian Neefe, un hombre que advirtió el talento interpretativo del músico y que imbuyó al futuro compositor en El Clave bien Temperado de Bach y en El Verdadero Arte de Tocar el Piano de su hijo Carl Philipp Emanuel Bach, obra que resultó decisiva para la futura carrera de virtuoso de Beethoven. En lo referente a la educación en general, el joven Beethoven se mostró como un mal alumno. Sólo en plena madurez y con una voluntad espartana, Beethoven adquirió una cultura nada despreciable y muy superior a la de otros músicos de su tiempo. Pese a los obligados y duros intentos de su padre para explotar las cualidades de su hijo, fue sin embargo Neefe quien le consiguió un puesto en la orquesta de la corte, animándole también a que compusiera su primera obra, unas variaciones para piano sobre un tema de Dressler. También Neefe se preocupó de la formación cultural del muchacho y, de esta forma, le motivó a leer obras de Shakespeare, Lessing, Schiller y Goethe. En estos años de aprendizaje y notable evolución musical, un hecho determinante va a favorecer la carrera de Beethoven: En 1784, al ser nombrado nuevo elector de Bonn el archiduque Maximilian Franz, un gran protector de las artes y de la música, Beethoven consigue un sustancioso sueldo de 170 florines y es cuando empieza a componer sus primeros cuartetos y conciertos, considerados como verdaderos esbozos de su obra posterior, aunque ya sus contemporáneos comenzaron a reconocer en estas primeras páginas la originalidad de su inspiración. Es esta una cualidad que va a acompañar al músico a lo largo de toda su vida: Siempre será respetado y considerado como compositor, aunque sus obras no sean del todo comprendidas.

 En 1787, con tan sólo 17 años y con el patrocinio del príncipe elector y del conde Waldstein, Beethoven viaja a Viena por primera vez con el objetivo de conocer a Mozart, quien por aquel entonces no se encontraba en su mejor momento anímico (Acababa de fallecer su padre Leopold y vivía en medio de una aguda crisis de melancolía). A pesar de todo lo que se ha escrito sobre el que posiblemente haya sido el encuentro más trascendente entre dos músicos, poco sabemos acerca de lo que verdaderamente sucedió en el mismo. Sí parece atestiguado que Mozart no se sintió muy satisfecho con la manera de tocar de Beethoven el piano, muy diferente a la suya, pero, sin embargo, se quedó alucinado cuando le escuchó improvisar. Según cuentan, Mozart exclamó: –«¡Escuchad bien a este joven! ¡Dará mucho que hablar en el futuro!»–  Y Mozart, que de música sabía un montón, no se equivocó en absoluto. Y ocurre que Beethoven siempre se va a mostrar como un improvisador temible, capaz de inventar cualquier diablura en segundos. Muchos de sus éxitos en vida se debieron a esa extraordinaria capacidad de improvisación, resultando ganador en muchos torneos de improvisación que se daban en Viena. (¡Qué tiempos aquellos!). Un tal Gelinek, auténtica figura de la época en ese arte, declaró tras ser derrotado por Beethoven en una competición: –«Ese tipo es Satanás en persona. Se ha puesto a componer variaciones sobre un tema que yo mismo le he propuesto. Nadie, ni el mismo Mozart, es capaz de igualar a este genio de la improvisación»

 Aquella estancia de Beethoven en Viena se vio interrumpida al llegar noticias sobre la grave enfermedad que padecía su madre, Maria-Magdalena. El músico partió para Bonn y llegó a tiempo para estar presente en la muerte de su madre, acaecida en julio de 1787. Tras este luctuoso episodio, Beethoven entabló una gran amistad con la familia Von Breuning, sobre todo con la madre del clan, que pasó a convertirse en una especie de segunda progenitora del compositor, además de instruirle en francés, latín, aritmética y literatura a cambio de las lecciones de música que Beethoven otorgaba a sus cuatro hijas. Al parecer, el compositor se enamoró de una de sus hijas, Eleonora, que acabó casándose con un tal doctor Wegeler que posteriormente llegaría a ser uno de los mejores amigos del músico. Pero lo más importante fue que con la ayuda de la familia Breuning, Beethoven empezó a consolidar su carrera. Su fama como segundo organista de la corte de Bonn aumentó de forma considerable y así, la Sociedad Artística de Bonn le encargó una cantata a la muerte del emperador José II que Beethoven tan sólo tardó en componer tres semanas. Sin embargo, esa obra no se estrenó hasta 1790, al igual que otra cantata en dedicatoria al advenimiento de Leopoldo II. Y ello fue debido mayormente a las dificultades de interpretación que tenían músicos y cantantes a la hora de enfrentarse a la partitura, una circunstancia que se va a repetir muchas otras veces a lo largo de la vida del artista, quien a menudo se complacía en poner dificultades a los instrumentos y solistas, lo que forzó el rechazo de sus partituras por no pocos intérpretes. De todas maneras, esas primeras cantatas servirán para que Haydn, de paso por Bonn, conozca al compositor y decida aceptarlo como discípulo en Viena.

 En 1792, el padre de Beethoven fallece en Bonn y es entonces cuando el compositor, con apenas 22 años, entiende que sus ataduras con su ciudad natal son ya muy débiles, por lo que se traslada definitivamente a Viena, ciudad en la que residiría hasta morir. Empero, con el viejo Haydn las relaciones no habrían de ser del todo cordiales. El anciano maestro de Rohrau era una persona lánguida y distraída, muy poco apta para aceptar el violento y apasionado temperamento de Beethoven. Aún así, como Haydn estaba ya de vuelta de todo en lo que a música se refiere, pronosticó, también con gran acierto, que «en las obras que usted componga se descubrirá siempre algo insólito y sombrío, porque usted asimismo es extraño y sombrío, y el estado del músico revela siempre al hombre…»  ¡Ahí queda eso!  El inevitable distanciamiento con Haydn provocó que Beethoven acudiera a otro maestro, Johann Albrechtsberger, el por entonces mejor profesor de contrapunto de todo Viena,  y cuya relación se prolongó por un año. Pero el más famoso de los maestros de Beethoven en Viena iba a ser, nada más ni nada menos, que Antonio Salieri, maestro de capilla de la corte y renombrado director de ópera (Amén de poseer el extraño y dudoso don de la oportunidad para acompañar a los mejores músicos en sus últimos momentos, casos de Mozart y Haydn…). Resulta especialmente sorprendente que un «operista» influyese tanto en un músico cuyos fuertes habrán posteriormente de ser las sinfonías, los conciertos y los cuartetos. Nada menos que ocho años duró la relación con Salieri e incluso, después de la misma, Beethoven recurriría varias veces al consejo del maestro italiano. Por estas mismas fechas, Beethoven declaraba que su músico preferido era Haendel: –«Hay que arrodillarse ante él»

 Ya en estos primeros años de Viena, Beethoven se obsesionó por la necesidad de obtener una renta económica que le despreocupara de cuestiones financieras, pudiendo para ello dedicarse a componer sin más quebraderos de cabeza. Beethoven utilizó una triple vía durante sus años en Viena para dar cuerpo a esta pretensión: Actuando como pianista, por medio de la enseñanza — buscó y encontró a una clientela de lo más selecta — y mediante la organización de conciertos. Sus ingresos fueron elevados y puede afirmarse que en 1801 tenía ya resuelta la cuestión monetaria. Además, la protección de los mecenas le hacía disfrutar de todo tipo de comodidades: Lacayos, monturas, lujosas compañías femeninas…  –«Conmigo no se firman contratos. Yo exijo y se me paga»– solía comentar con cierto alarde de altanería. Aunque aún no se había iniciado en la composición de sus obras más importantes, en 1796, con una sólida fama como pianista e improvisador, emprendió una larga gira de conciertos que le llevó por Praga, Nuremberg, Dresde, Leipzig y Berlín, entre otras ciudades. Sin embargo, a pesar de los grandes éxitos cosechados, la gira no arrojó el balance triunfal que él esperaba: La sensiblera reacción de algunos públicos — que rompían a llorar de emoción en vez de aplaudir — acabó por enfurecer al arisco Beethoven. De cualquier manera, podemos afirmar que el éxito acompañó a Beethoven desde sus primeros días en la capital austríaca.

 Ya en 1795 consigue publicar sus primeras obras, los Trios Op. 1 y las Sonatas Op. 2. En 1798 da a conocer su Quinteto, Op. 16 y en 1800 estrena su Primera Sinfonía y el Septimino, Op. 20, al que siguieron después sus primeros cuartetos, las seis piezas del Op. 18, conformando todo ello un primer grupo de obras de inestimable importancia en su trayectoria artística. De todas formas, los vieneses nunca supieron valorar del todo su obra creativa en esos años, siendo aún considerado un mejor intérprete que compositor. Como contrapartida, todas las biografías consultadas aluden a que este período de sus primeros años en Viena, comprendido entre 1783 y 1802, fue el más feliz en vida del compositor. Era famoso, admirado, ganaba un montón de dinero y se codeaba con la aristocracia. Además, por algún que otro retrato conservado de la época, sabemos que cuidaba y mucho su aspecto exterior… Sin embargo, un delicado problema físico iba a empezar a desarrollarse en los primeros años del siglo XIX.

FIN DE LA PRIMERA PARTE