Como una fuente de inocentes sortilegios de primavera
retratas la llama incesante que tu ardor prende en las avenidas,
bromeando entre discordias de advenedizos,
provocando la ingenua sonrisa de los amaneramientos;
dictas tu magisterio de fantasiosas reminiscencias
y arremetes contra el frenesí de los presentes no imaginados.
Escondes tu llanto entre expresiones de soberbia
maldiciendo el ritual corporativo de compañías no deseadas;
dignificas tu gloria pretérita
con trazos entrecortados de manifiesta altanería.
No veo más ojos que los tuyos en la distancia
y, aun no siendo consciente,
me sigue abrasando la fiebre de tu huella más oculta.
Ignoras los preceptos más ceremoniosos
si agacho mi cabeza al respirar los aires de tu trayecto.
Creo haberte olvidado
pero afloras silvestre en las esencias de mi mente;
nervioso, sólo imploro la melodía de tu voz,
el eco cercano de tu invencible belleza,
el ébano desprendido de tu piel curtida en deseos…
Sólo quiero contemplarte sabiendo que tú me observas.
La liturgia de tus duelos te vincula a mi estirpe
y acudes al convite desprovista de amarguras;
ya por fin reinas en tu universo de ensoñaciones,
acariciada por la suave brisa que sepulta las afrentas,
besada en la espiral de un amor nunca jamás imaginado.
Tu espíritu se estremece en la penumbra de las alcobas
cuando es mecido cual junco por los vientos de la ribera.
Ya no hay lugar para torpes sentimientos
cuando me abrazo a la ventura de tu más sedoso misterio.
¿Qué más puedo desear en la frontera de los celestes horizontes
si vuestras sombras me cobijan del lánguido sol de atardecer?
Como una fuente de inocentes sortilegios de primavera…
Son, tan sólo, mis siluetas enmascaradas.