No te conformas con poseer un trono de incandescente Cenicienta,
con una alberca de nenúfares en remanso
para que, sólo tú,
contemples sus trémolos iluminados en la noche;
te rebelas contra la humildad de tu origen
y te empapas de supuesta magia vanidosa.
Bautizo mi desnudo entre las aguas procelosas
y te observo, cautiva, esperando mi regreso;
me desborda tu imagen superlativa
y sólo me excitan los reflejos de mi cuerpo.
Trata de devorarme tu mirada
cuando me cubres con un manto impregnado en tus deseos.
Luchas por conquistarme,
eres capaz de besar el polvo de mis pisadas,
de esconder tu cabeza entre mis pies,
de flagelar tus espaldas con mis desperdicios…
Pero no puedo: Me rebosa tu imagen superlativa.
Me otorgas tus mimos disfrazada de adolescente,
engatusándome con la lírica de nostalgias pretéritas,
con la fragancia de un perfume, sin duda, sustraído.
Te enfurecen mis sonrisas de perplejo
y optas por adentrarte en la tortuosa senda del lamento acrisolado.
Hincas tus rodillas para cegar mis bondades
y me relatas la épica que activa los resortes de mi orgullo;
me envenenas con la sangre del desamor
con hábil sutileza,
con perlas de marfil adornando mi crepúsculo.
Y te aferras al pendón de tu conquista
gritando a los dioses mi nombre en clave de victoria.
En tu nobleza me rindes pleitesía
cuando ya sólo adivino ardores de rabiosa jauría.