No puede decirse que Celia hubiera tenido un buen despertar en aquella mañana primaveral de mayo. Entre las inquietudes del mundo onírico y la realidad más tangible del recordatorio insalvable que define los esquemas femeninos, salió Celia rumbo a la cotidiana lucha por la supervivencia más elemental. Siempre con esa sonrisa que oculta el tropel de sentimientos adscritos a su estirpe legendaria y con los ojos en estado de permanente alerta existencial. Por sus rasgos, bien pudiera afirmarse que Celia hace honor a su origen tangerino; pero sólo los auténticos magrebíes son capaces de reconocer el sello de la alianza hebrea que delata la curva misteriosa de su perfil. Cuestión de razas, tan cercanas y tan distantes a la vez.

 Ensimismada en sus pensamientos, Celia miraba sin ver a los transeúntes madrugadores de aquella calle Alcántara que trataba fatigosamente de desperezarse. El ruido de las carretillas metálicas que a duras penas y sin compasión aprovisionaban las estanterías del Eroski Center componía toda la insustancial banda sonora que, a modo de rutina, acompañaba una escena tan marcadamente urbana. Por los callejones de la confluencia con la calle Hermosilla aparecían los espectros de quienes hacían de la noche el día. A Celia le atormentaba el recuerdo de una silueta que se plasmaba en su más reciente memoria. No tuvo tiempo aquella mañana de comentárselo a Leiter, su compañero, tan poco dado él a los misterios subliminales de la especie humana. Pero la figura de un rostro femenino le daba vueltas por todas las esferas de su pensamiento; un rostro que juraba reconocer y con el que había soñado mudamente la pasada noche.

 Girando a su derecha, ya en a calle Hermosilla y a la altura del antiguo Baretu, percibió en su alma los vaivenes de la alertadora adrenalina. Aquella mujer… ¡Sí, era ella!  La misma con la que había soñado esa noche, con su mismo pelo rizado y ojos de malva. La misteriosa figura adoptó un rictus terrible al cruzar su línea visual con la mirada afilada de Celia. Frenó paulatinamente su acelerado paso y miró sorpresiva a Celia. -«Pero, no puede ser — balbuceó — yo he soñado contigo esta noche» — dijo aquella mujer con un tono de voz que oscilaba entre el temor y la angustia. –» Y, no te conozco de nada. Yo nunca te he visto antes. ¡Eres tú!  No puede ser, no puede ser» —  Celia empezó a construir su característica e inmensa sonrisa respetando los tiempos, para no asustar a aquella mujer tan aturdida por el encuentro. Y tras una breve pausa, contestó:  –» Sí, soy yo. No te asustes. Me ocurre a menudo. Sueño con gente a la que no he visto en mi vida y al día siguiente me la encuentro. Y el fenómeno es recíproco, por lo que se ve. Tú, por lo menos, has sido valiente. Otros se ponen pálidos y cambian de acera… Bueno, me llamo Celia; encantada de conocerte.»