Hablar de Furtwängler significa hablar del prototipo de director de orquesta alemán surgido del espíritu de la filosofía idealista y del Romanticismo. Como personalidad de músico conservador, polifacético y fascinante, por disposición natural, Furtwängler se convirtió en figura de culto para un público musical compuesto por la burguesía cultivada de su época. En sus actuaciones se reflejaba la creciente distancia entre el arte «productivo» y el arte «reproductivo», la insoportable tensión entre tradición y modernismo, y los problemas de la confrontación con la transmisión técnica del sonido. El papel desempeñado por Furtwängler durante el nazismo — primero fue crítico con el Tercer Reich; luego, en circunstancias poco aclaradas, solicitó el puesto de director de la Ópera de Berlín (En lo que pareció ser una hábil jugada de Goering); pero nunca dio su público apoyo al partido nazi. Es más: Dicen que siempre se limpiaba la mano luego de estrecharla con el Führer — induce a no olvidar la cuestión de la responsabilidad política del artista.
Wilhelm Furtwängler nació el 25 de enero de 1886 en Berlín; su padre era un conocido profesor de arqueología, una dedicación que en la Alemania guillermina de los magníficos museos — y del incesante trasiego hacia Europa de los bienes culturales de los países más pobres — no era ninguna extravagancia académica, sino que representaba el concepto cultural imperante que tenía su punto de referencia en la Antigüedad clásica. En el caso de Furtwängler, la impronta que le dejó el humanismo arqueológico fue tan profunda como la clara aversión que sintió por el mismo. Furtwängler buscaba, de manera un tanto improcedente dada su condición de artista imbuido en la creencia de los valores transmitidos, la espontaneidad de la interpretación musical, sospechando de la repetitividad y rechazando la validez de lo ya logrado, anotado y sellado. Llegó incluso a cuestionar la propia escritura de notas en la partitura.
Su padre no confió durante mucho tiempo la educación intelectual de su hijo en las instituciones de enseñanza pública y así lo dejó en manos de brillantes mentores del arte y de las ciencias, como el escultor Adolf Hildebrand o el historiador Ludwig Curtius. Al ir perfilándose más claramente su talento musical, Furtwängler se puso bajo la tutoría de compositores generalmente apreciados, como Joseph Rheinberger o Max von Schillings. Probablemente también fue decisivo el encuentro con el director de orquesta Félix Mottl (Un apasionado wagneriano) bajo cuyo mandato Furtwängler se convertiría en correpetidor y director en Estrasburgo, enclave alemán en aquel entonces.
El hecho de proceder de una burguesía culta constituía una dote intelectual inhabitual para un músico en aquellos tiempos. Sin embargo, durante los años de aprendizaje de la dirección de orquesta no se pudo apercibir nada excepcional en Furtwängler. Como tantos y tantos directores de su tiempo, Furtwängler también adquirió experiencia en su oficio de provincias (Lübeck, de 1911 a 1915 y Mannheim, de 1915 a 1920). En esta última ciudad ya fue un destacado director de ópera y desde aquí llegó su nombre por primera vez hasta las grandes metrópolis germanas. Furtwängler rondaba la treintena de años cuando le empezaron a ofrecer puestos de cierta relevancia en la actividad musical alemana (Wiener Tonkünstlerorchester, de 1919 a 1924, y los conciertos sinfónicos de la Ópera del Estado de Berlín y de la Asociación de Amigos de la Música de Viena, de 1920 a 1922). En ese mismo año de 1922, fallece Arthur Nikisch — director nada menos que del Gewandhaus de Leipzig y de la Berliner Philharmoniker — una de las personalidades más relevantes al ostentar los dos cargos más importantes de la actividad musical alemana. Con ello, a Furtwängler se le despejó el camino para su ascenso hacia la cima de la interpretación germana. Furtwängler se hizo cargo de los dos puestos y realizó una gira de conciertos que le llevaría hasta los EEUU. Ya estaba en la cúspide.
Al tomar el poder los nazis en Alemania en 1933, Berlín era el centro cultural de la nación y el lugar de trabajo de artistas de la dirección de la talla de Bruno Walter, Otto Klemperer o Erich Kleiber. Pero mientras que éstos dieron la espalda a los nacionalsocialistas en el poder y emigraron, Furtwängler prefirió quedarse. Ya en el mismo año de 1933, Furtwängler fue nombrado director de la Ópera de Berlín, vicepresidente de la Cámara de Música del Reich y consejero del Estado de Prusia, expresando así su voluntad de asumir el papel de máximo responsable de los asuntos musicales alemanes en el nuevo régimen. Sin embargo, un año después «renunció» a los cargos citados debido a que se vio sometido a fuertes ataques oficiales como consecuencia de su apoyo al «señalado» Paul Hindemith. Durante un breve espacio de tiempo parece ser que Furtwängler consideró la posibilidad de retirarse totalmente de la vida pública, pero se lo pensó «seriamente» y en abril de 1935 se presenta nuevamente con la Filarmónica de Berlín. Durante el período siguiente no pudo evitar que en el extranjero se le encasillase como representante artístico del nazismo alemán.
Furtwängler tuvo la ilusoria esperanza de poder permanecer alejado de la funesta política nazi cuando en la práctica esto era más bien misión imposible. Quien participaba culturalmente desde un puesto tan elevado estaba integrado, de un modo u otro, en el sistema de dominación política. Sin embargo, Furtwängler no fue una persona capaz de pasar por alto las prácticas corruptoras de la política cultural nazi en su ámbito de actividad y, de esta manera, no fue especialmente apreciado por los grandes nombres del nazismo alemán. Algunas fuentes afirman que fue cierta la frase de Goebbels: –«No hay en Alemania un asqueroso judío al que Furtwängler no haya ayudado»– En cualquier caso, hay que constatar inequívocamente que Furtwängler, al contrario que otros colegas como Karajan o Böhm, no utilizó sin escrúpulos el nacionalsocialismo para su propia carrera. Además, eso no le hacía ninguna falta, ya que era desde tiempo atrás una autoridad indiscutible en el panorama musical alemán. No existen pruebas fundadas de que Furtwängler hubiese gozado de una posición monopolista tras el alejamiento de los directores competidores de la misma categoría. Más bien, Furtwängler vacilaba entre colaborar o negarse y probablemente tuvo mucho que ver con ello su rígida mentalidad. Para muchos, la actitud de Furtwängler durante el nazismo suponía una salvaguardia del legado musical en los malos tiempos, aspecto que resulta un tanto ingenuo y presumiblemente condescendiente.
No obstante, en la conciencia musical de Furtwängler había algo que secretamente sí le acercaba a la ideología nacionalsocialista, aun sin llegar a las terribles consecuencias de su aplicación autoritaria: Furtwängler era un alemán ultraconservador en lo estrictamente musical, representando la música no alemana un papel totalmente accesorio y rudimentario en sus programas. Furtwängler tenía una relación extremadamente escéptica hacia el modernismo. Ya a finales de los años veinte abogaba porque las grandes instituciones concertísticas alemanas, como la Filarmónica de Berlín, tuviesen la obligación de ofrecer en primer lugar las obras maestras clásicas del Romanticismo. Con Schönberg no tuvo una relación especialmente amistosa, aunque fue de hecho el encargado de estrenar las Variaciones para orquesta en Weimar. Pero Furtwängler nunca puso el corazón en Schönberg, Stravinski o Bartok, quedando dichos autores en la periferia de su horizonte musical. Si acaso, se entusiasmó algo más con Hindemith.
La fobia de Furtwängler por el modernismo radicaba en algo más profundo que la estulticia o el deseo de virtuosismo de un director de orquesta. Una idea sobre su origen la ofrecen, junto a sus múltiples escritos y conversaciones recogidas, sus propias composiciones, unas obras que revelan una enorme altura musical. En una pieza monumental como su Sinfonía nº2 en mi menor (1947), Furtwängler parece dirimir un conflicto del lenguaje coral, elevándose a una síntesis que está a medio camino entre Brahms y Bruckner. No hay dudas de que Furtwängler debió sentir como una tragedia personal en que en vida no se le prestase una mayor atención a sus composiciones. Pero este hecho envuelve de forma trágica y misteriosa las actividades de dirección de orquesta y su halo de singularidad e irrepetibilidad. Los éxitos interpretativos de Furtwängler pertenecieron a un período en que los medios técnicos de reproducción, radiodifusión y discografía poseían ya una gran importancia. Así, la casa discográfica Electrola se aseguró desde muy pronto al director en exclusiva, por lo que su repertorio ha quedado de este modo documentado en múltiples grabaciones para la posteridad. Pero, a pesar de que algunas versiones de Furtwängler se encuadran dentro de los documentos sonoros más fascinantes de su época — auténticos Patrimonios de la Humanidad — no se puede valorar a Furtwängler como un mero «director de medios de comunicación». Su dominio real no era el estudio, la conserva sonora, sino la representación viva en ópera y concierto, el acontecimiento sonoro distinto en cada caso, surgido de la inmediatez de la ocasión y pudiendo ser retenido sólo mediante el recuerdo.
Así se puede explicar la aparente contradicción de que Furtwängler estimó hasta la tozudez sólo una pequeña serie de obras consideradas como maestras: Las sinfonías de Beethoven — especialmente la Quinta y la Novena — de Brahms, de Bruckner, de Schubert y de Schumann; también algunos poemas sinfónicos de Richard Strauss. En lo relativo a la ópera, las mejores muestras de Mozart, Von Weber y el Wagner más tardío. Para Furtwängler estas obras poseían una identidad un tanto oscilante y por ello en cada reproducción tenían que ser de nuevo recreadas. Con esto, las obras permanecían iguales. Así, Furtwängler prácticamente comenzaba cada vez desde el principio, fijando de modo subjetivo un comienzo creador a pesar de que trabajaba una y otra vez con las mismas obras.
Los últimos años de Furtwängler tuvieron tan poca tranquilidad como en los años anteriores de la Alemania hitleriana. Como eminencia cultural implicada en la política nazi, se le prohibió dirigir en la Alemania ocupada por los aliados en 1945. Entre aquellos que aportaron testimonios en su descargo ante los tribunales de desnazificación se encontraba, con una grandeza de corazón inigualable, Sergiu Celibidache, cuyos días como director interino de la Berliner Philharmoniker quedaron así contados. Después de que Walter Legge — el jefe supremo de EMI — hiciese dirigir a Furtwängler en Inglaterra para grabar algunos discos mientras aún duraba la prohibición alemana, el maestro se puso de nuevo al frente de la Berliner Philharmoniker en mayo de 1947, siendo nombrado su director vitalicio en 1952, pese a que las huellas de una cruel enfermedad ya eran evidentes en su rostro. Envejecido prematuramente, llegó a sufrir perturbaciones del equilibrio e incluso le falló el oído (La firma Siemens le instaló en el atril de dirección un amplificador de volumen). Después de varios desmayos y estancias hospitalarias, Furtwängler falleció el 20 de noviembre de 1954 en Baden-Baden. Su muerte señaló para el mundo de la música alemana el final de una época. Había desaparecido el verdadero mago de una interpretación genialmente improvisada y profunda.
Furtwängler fue un director de orquesta para quien no había directrices inequívocas, no había figuras de puntuación que indicasen limpiamente los modos del compás. Odiaba la dirección orquestal entendida como un catálogo de órdenes aceptadas complacientemente por los músicos de la orquesta y en consecuencia creó un instrumental comunicativo diferenciado. Sus gestos y su mímica fueron siempre expresión, representación enfática de la música, reproducción preparatoria del evento musical. Una cierta vaguedad o indeterminación del movimiento servía para activar la iniciativa de los profesores de la orquesta y de ahí resultaba una imagen sonora bastante distinta de la rigidez cuasi militar de otros maestros, como por ejemplo, Toscanini. Furtwängler gustaba de permanecer en una postura de aspecto un tanto meditabundo, especialmente durante las primeras entradas al inicio de una pieza, mientras que sus brazos estirados palpaban el aire en líneas serpenteantes, desprendiéndose de esta tensión un primer acorde con aquella concisión indirecta que buscaba. Sus tempi se adaptaban perfectamente a las condiciones acústicas de la sala y jamás presentó nunca algo ensayado sin más: Los profesores y los espectadores siempre podían esperar alguna sorpresa. Pero esto no significaba que reinase lo no deliberado, sino una lógica del sentimiento rigurosa en extremo. Pese a esa evidente subjetividad — posicionamiento totalmente contrapuesto a su coetáneo Toscanini — Furtwängler se sintió siempre como servidor de las obras que interpretó, ensalzando una «verdad» siempre renovada.
Pero en Furtwängler, la pasión e intelecto no formaban una unidad precisamente apacible, sino siempre tensa y amenazada por la ruptura. Y este aspecto también formaba parte de la fascinación en su arte de dirigir una orquesta. En sus relaciones personales, a menudo difíciles y con ciertas actitudes de divo, Furtwängler extendía también su poder de atracción sobre aquellas capas del público que no se dejaban de seducir fácilmente. Era virtuoso y estrella al mismo tiempo, como una encarnación de la antigua y magistral esencia germana. Con su pasión por lo irrepetible, por lo efímero, por la felicidad del instante, Furtwängler destacó como último exponente de un tiempo que ahora comienza a aburrir con la fijación y conservación de las interpretaciones. Nuestro humilde homenaje a este verdadero maestro de la dirección orquestal.
Qué ganas de escuharlo por favor!
A alguien que dirige con esa tensión casi torturada tiene que ser fabuloso!
Gracias.
besos
Tuvo que ser y fue fabuloso: Furtwängler ha sido, posiblemente, el mayor referente de la historia de la dirección orquestal. Muchas de sus versiones, especialmente de Beethoven, son verdaderamente insuperables. Y eso que Furtwängler, como se dice en la entrada, ofrecía cosas y detalles nuevos en cada concierto, una auténtica liturgia para él.
Besos, muchos besos
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Es mi director preferido, sin ninguna duda. Todo lo que he escuchado de él está investido de un aura de grandeza y de profundidad que no encuentro en otras interpretaciones. Es como si se sobreelevara sobre la partitura, llevándola a un lugar siempre más alto, más digno y más egregio.
Yo creo que su connivencia con el régimen nazi está fuera de toda duda: el video es elocuente. En esa representación están presentes los más altos y siniestros mandos de la SS.
Desconocía que también era un buen compositor. Creo que eso hace aún más grande su figura.
Y tampoco sabía del buen detalle que Celibidache tuvo con él. Grande el rumano.
En fin, Leiter, siendo como soy un mero aprendiz de aficionado, no creo que haya en el panorama actual un director que se acerque, ni de lejos, a la altura de Wilhem Fürtwangler.
Un abrazo, me ha encantado el post.
Ni lo habrá, Ángel; estoy completamente seguro de eso. Con las lógicas reservas, los principios de Celibidache no anduvieron muy desencaminados de los de Furtwängler (Repito: Con las lógicas reservas). El rumano intentó rizar el rizo…
Furtwängler es mi referencia siempre en Beethoven. Y eso es mucho, ¿No crees?
A mí sí que me ha encantado que te haya gustado el post, Kapellmeister.
Un abrazo
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Una figura tan interesante que no falto a la verdad si te digo que me ha dejado casi sin palabras. Tengo mucho que meditar al respecto, y mientras tanto suena su Concierto para piano. Una obra que me está dejando atónito: pareciera una obra escrita ayer, pero con ecos que podrían tener eones… todo eso al mismo tiempo.
Es una pena su aparente «pasividad» con el régimen. Pero bueno, seguramente debe haber sido difícil. Y con esto intento compararlo con la dictadura argentina: es comprensible que el 99% de la población no se fuera del país. Vos comprenderás porque, salvando las distancias, viviste el régimen de Franco. Para los que nacimos en democracia nos cuesta hacernos la idea de la situación… y muchas veces juzgamos a la ligera.
Sigo escuchando el concierto.
Muchas gracias, Leiter.
Para los muy incondicionales de Furtwängler, el directó intentó salvaguardar el arte musical alemán en tiempos difíciles. Algo de verdad hay en ello, por supuesto, y el papel crítico del maestro con determindas acciones del gobierno nazi fue evidente. Yo creo que a Furtwängler le ocurrió como a muchos alemanes, que no fue consciente de la locura desatada en los campos de concentración. El resto, que lo juzgue la historia.
Efectivamente, yo viví los últimos coletazos de la dictadura franquista. Recuerdo que el día que murió Franco se organizaron multitudinarias colas para asistir a la capilla fúnebre instalada en el Palacio Real. Un año después, la población votó masivamente a favor de la Reforma Política propuesta por el gobierno Suárez que, en cierto modo, significaba el cierre del franquismo. Seis años después, el Partido Socialista arrasó en las Generales.
Abandonar un país por razones políticas es algo mucho más complicado de lo que parece. Recuerdo una frase del ajedrecista Gasparov al respecto: «Yo odiaba todo lo relacionado con la URSS y su política; pero nunca me planteé salir porque siempre creí que mi destino era estar allí. Nunca entendí a los que se exiliaban. La mejor forma de lucha es permanecer dentro y ser crítico y valiente…»
Tal vez, Furtwängler hizo un tanto lo que Kasparov propugnó décadas después.
Un abrazo, Frank
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Qué gran artículo, y no me refiero a la extensión. Furtwängler, como dijo Celibidache, ha sido un fenómeno irrepetible. El capítulo nazi de su biografía se presta y se prestará a polémicas, y no se puede esperar otra cosa, más o menos como ver a Shostakovich en sus discursos oficiales de «compositor soviético» y luego tratar de entender cómo lograba esa postura a medias entre el desencanto, la protesta y la docilidad partidista. Sólo diré que los artistas no suelen ser hábiles políticos, aunque sí sean capaces de vehementes entusiasmo políticos. Pero eso es harina de otro costal.
Wilhelm Furtwängler, coincido totalmente, ha sido el paradigma del director de orquesta. Sin desbancar a las grandes glorias del siglo XX. Pero no encontraremos otro tan capaz de ser lúcido y consciente en ese terreno tan vedado a la consciencia y tan inasible como es la inspiración y la expresión de la música, con toda su riqueza de posibilidades, y además incorporando las condiciones de cada sala de concierto. Buena cuenta de ello lo dan las «Quintas de Beethoven» que sobreviven en versión Furtwängler. Cada una —¡cada una!— es distinta y cada una es convincente. Y la versión de 1943, en plena guerra, tiene la a mi gusto mejor transición del tercero al cuarto movimientos.
Nadie ha vuelto a hacer cosas así.
Coincido totalmente en todo lo que comentas, Joaquín.
En este enlace la transición tampoco es «manca». Versión de 1947. (No he encontrado la versión a la que te refieres en YOUTUBE; al menos, el tránsito entre los dos últimos movimientos)
Gracias por tu comentario, Joaquín.
LEITER
Mira, subí el segmento donde aparece la transición.
http://www.goear.com/listen/1443c96/Beethoven,-5ª-Sinfonía:-Mov.-3-al-4-wilhelm-furtwaengler
Ahí notarás a lo que me refiero.
Ánimo y disfrutar Furtwängler!
Joaquín
Gracias por el enlace, Joaquín
¡Madre mía, que cambio de atmósferas en tan sólo unos compases!
De veras que recomiendo la audición así como el extraordinario post que has publicado en tu blog. De lectura imprescindibe.
Gracias de nuevo, Joaquín. Un fuerte abrazo
LEITER
Mi querido amigo Leiter, heme aquí de nuevo. Superadas ciertas obligaciones inaplazables, he venido hoy a esta magnífca casa de cultura y devoción al Arte.
El Gran Furtwängler es la quintaesencia de la filosofía musical alemana. Su batuta es el receptáculo de la sensibilidad al servicio de la belleza y el orden que rige el Universo.
Un Director que transmite cada nota musical al corazón del oyente. De su corazón al corazón de todos nosotros; con soberbia dulzura y altiva sencillez.
Es la Musa que tañe su instrumento para aquel que sea capaz de escucharla, a lo lejos, desde la cima del Olimpo Musical, en inefable pero diáfano secreto.
Qué más puede decirse de Wilhelm Furtwängler? Cómo elogiar sus inmensas virtudes, con simples palabras?
Su mejor explicación está en cada Sinfonía, Obertura u Ópera. Basta escucharlo y e tiempo se encargará de hacernos entender al magnífico Furtwängler.
Al morir, en noviembre de 1954, los titulares de los periódicos alemanes encabezaron la noticia con una frase que todo lo dice:
«EL REY HA MUERTO. VIVA EL REY!»
Sí señor. VIVA EL REY WILHELM FURTWÄNGLER!
Se te saluda, amigo Iván, y que sepas que si este humilde bar es un pequeño foco de pretensiones culturales es gracias precisamente a sus clientes, como tú.
Poco podemos añadir a lo comentado sobre Furtwängler, posiblemente el más grande de todos los directores de orquesta nunca habidos.
Ya sabéis que para mí, Furtwängler, Celibidache, Von Karajan y Bruno Walter forman el póker de ases de mi heterodoxa baraja. El quinto y repóker lo descubriréis la semana que viene (Hemos hablado poco de él, la verdad)
Buen y sentido comentario, muy bueno, Iván
Un abrazo, amigo
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Desagravio a Furtwängler
El más grande director alemán del Siglo XX NUNCA fue nazi. Odiaba al nazismo como así también a la República de Weimar, y es que Furtwängler era monárquico (deseaba la vuelta de los Hohenzollern).
Ahora bien, cuando el nazismo toma el poder, Furtwängler ya estaba consolidado mundialmente y, si bien muchos de sus colégas tuvieron que marcharse, él deseaba quedarse. ¿Por qué siendo alemán debía marcharse?
Toscanini le acusaba de nazi, sin embargo, después de la guerra, al maestro italiano no le confiscaron sus bienes en Italia, pero sí lo hicieron con Furtwängler en Alemania. Furtwängler fue ayudado por Ansermet.
SE DICE QUE UN ACUSADO ES INOCENTE HASTA LLEGAR AL JUICIO PARA LUEGO SABER LA SENTENCIA. PUES BIEN, FURTWÄNGLER TUVO UNA ESPECIE DE JUICIO Y FUE ABSUELTO. SE DEMOSTRÓ QUE NO FUE NAZI Y PUDO VOLVER A TRABAJAR.
Es IMPRESCINDIBLE leer:
«Pour Wilhelm: Suivi d’une correspondance inédite (1941-1954)» de Elisabeth Furtwängler:
http://www.amazon.co.uk/Pour-Wilhelm-correspondance-in%C3%A9dite-1941-1954/dp/2841876462/ref=sr_1_5?s=books&ie=UTF8&qid=1309717915&sr=1-5
Este libro (en francés) cuenta la verdad de su viuda, y también contiene cartas inéditas.
También, es importante ver la película «Taking sides» (en castellano se llama «Réquiem por un Imperio»), con Harvey Keitel y Stellan Skarsgård. Dirigida por István Szabó:
INGLÉS: http://www.amazon.co.uk/Taking-Sides-DVD-Harvey-Keitel/dp/B0002K117O/ref=sr_1_1?s=dvd&ie=UTF8&qid=1309718376&sr=1-1
CASTELLANO: http://joseluischong.mx/cineclubviena/pix2/requiem_imperio.jpg
Furtwängler es mi director favorito, pero también me fascinan: Bruno Walter, Sir Thomas Beecham, Otto Klemperer, Sergiu Celibidache, Yevgeni Mravinski, Tullio Serafin (para ópera italiana), Carlos Kleiber, Václav Talich (para Dvořák, Smetana, Janáček y Suk) y muchos más.
Es IMPRESCINDIBLE escuchar y/o comprar la siguiente versión en vivo de la novena de Beethoven dirigida por Klemperer:
http://www.amazon.co.uk/Klemperer-Conducts-Beethoven-Rundfunk-Orchestra/dp/B001PLNDU2/ref=sr_1_39?s=music&ie=UTF8&qid=1309971259&sr=1-39
De Carlos Kleiber y Vaclav Talich hablaremos a lo largo de la próxima temporada tras el parón veraniego de mediados de agosto.
Sr. Leiter,
Me parece correcto. Kleiber y Talich fueron dos GIGANTES de la dirección orquestal.
29 de julio del 2012
Sr. Leiter,
La semblanza que se hace en escrito sobre don Guillermo, como yo lo llamo, esta muy acertada y nos acerca bastante al inmenso director que fue.- Pero de todas maneras se pasan por alto dos factores emocionales muy importantes y que explicarían el porque Furtwangler nunca abandonaría Alemania.
Esas razones fueron el inmenso amor a su madre, (tal vez el más importante) y el profundo afecto por su Alemania.
Sobre el amor filial entre Madre e Hijo, en este caso rayó en la adoración mutua.. Furtwangler era el mayor de los hermanos y el preferido de su madre, «su willy» como ella le llamaba cariñosamente.- De haberse marchado el exilio del maestro habría constituido para su madre, anciana y muy enferma: tal vez la miseria o un asilo de ancianos de mala muerte. – Con un afecto tan profundo es más que probable que le fuera imposible abandonarla, sobretodo teniendo en cuenta que sus hermanos apenas podían sobrevivir. (Casi siempre dependían de la ayuda del hermano que más dinero ganaba).
La tumba de Furtwangler se encuentra en Bad Godeberg en donde descansa al lado de la de su madre, por expreso deseo del maestro y esta tal vez sea la prueba de esta afirmación.
Cuando a Furtwangler le ofrecieron la Filarmónica de Nueva York, la prensa norteamericana opuesta al nombramiento filtró la noticia y esta llegó al despacho del topoderoso Goebbels, quien llamó a Furtwangler y después de ponerlo como un «trapo» le amenazó con que si se marchaba le retirarían para siempre la nacionalidad alemana.- Para un profundo alemán como era el, la amenaza debió de ser devastadora y lo que no caba duda es que fue efectiva para que Don Guillermo no se marchara.
En un hombre tan profundamente emocional, esas dos razones jugaron un papel fundamental para no tomar lo que para el era.. «el camino fácil».
Carlos Gutierrez Roa
Concuerdo. Por encima de cualquier cosa, Furtwängler era profundamente alemán. Por encima de todo régimen político o económico, la Patria corría por sus venas y nutría su espíritu. Su existencia carecería de todo sentido si se hubiese marchado de la Alemania Eterna.
Yo sólo añadiría una cosa: además de absolutamente emocional, Furtwängler era un hombre quebradizo.
Su madre era su vida; su vida era Alemania, y Alemania era la música.
Saludos.
Es el más grande de los grandes directores. Tiene algo que hoy suele faltar: sentimiento y alma. Si le añadimos sus ideales y su pasión, su enorme cultura y conocimiento histórico y filosófico, tenemos un hombre profundo y complejo. Si le sumamos que todo eso lo transmitía a la música que recreaba creo que obtenemos un mago.
Coincido con nuestro querido Paixao. Para Furtwängler, Alemania era su deber, su lugar, su ser, su historia, su nación y su obligación. La decisión podrá ser juzgada como adecuada o no, cada persona en cada momento está rodeada de numerosas circunstancias que son difíciles de valorar desde el exterior y sin como se diría «estar en su pellejo». Unos salieron, otros quedaron y otros jugaron. Cada uno hizo lo que creyó adecuado.
Siempre que veo el vídeo de la interpretación de Furtwängler delante de toda la jefatura nacionalsocialista veo la forma en la que da la mano al final y pienso automáticamente: ¡qué forma más humana de demostrar su disconformidad!
Mi bien querido Julio lo ha definido de la mejor manera posible: «un hombre profundo y complejo». Acertadísimo. Furtwängler es un mito muy grande, forjado no solamente a partir de sus cualidades musicales, sino de la perfecta armonía entre estas y todo su ser, consonante con un principio de valor superior, de grandeza innata.
Podríamos repetir hasta la saciedad que la esencia de Furtwängler se confundía con la propia Alemania. Y si bien es cierto que el criterio de cada quien definirá si su decisión de permanecer allí durante el Tercer Reich fue acertada o no, lo cierto es que muchas cosas no habrían sido iguales sin su influencia y el poder que su presencia transmitía. Me refiero puntualmente a la Orquesta Filarmónica de Berlín.
Durante los años 20 y comienzo de los 30, la Berliner se dirigía inevitablemente a la desaparición. Su excelencia dentro del ámbito musical no la salvaría de la quiebra económica. Fue gracias a la influencia que su director titular, Furtwängler, tenía en los altos círculos del poder posterior a enero de 1933, lo que salvó al conjunto orquestal. Para nadie es un secreto que el NSDAP estaba muy interesado en contar con una orquesta que se erigiera como embajadora de la música alemana en el exterior. Tal había sido el sueño del Führer desde sus años de juventud en Viena. Permanentemente hablaba de «La Orquesta del Reich», la cual debía ser subvencionada y protegida hasta el más mínimo detalle por el Gobierno Alemán. Ya en el poder, la Filarmónica de Berlín era la elección más obvia.
Fue así como la Berliner se amparó bajo la égida de Joseph Goebbels, aunque el poder de facto lo llevaba inevitablemente Furtwängler. Para este, era un deber con la Historia del Germanismo impedir que tal orquesta desapareciera sólo por problemas de dinero. Por ello no dudó ni un instante en hacer uso de su poder ante el NSDAP, era el director predilecto de Hitler y supo valerse de tal influencia para dar el impulso que hacía falta.
Si bien era un hombre dominado por sus sentimientos y su innata bondad, producto de valores intemporales, tenía criterio y sabía ser pragmático. Supo «cómo» estar «con» los Nazis, lo que no significa estar ideológicamente alineado con ellos. Y aunque la ambiguedad es el factor común con muchos directores (mi amado Karajan entre ellos), Furtawängler hizo lo que debía hacer. Era su deber y su misión. No dudo ni por un instante sobre la veracidad de su afirmación en el proceso de desnazificación: preguntado por un grotesco soldado norteamericano, sobre el porqué nunca se había negado a dirigir música de Beethoven durante los años del gobierno Nacional Socialista, Furtwängler respondio «porque nunca antes los alemanes habíamos tenido tanta necesidad de escuchar a Beethoven y su mensaje universal». Lebendiges Furtwängler!
De haber estado en el lugar de Furtwängler, también yo me habría quedado, y por las mismas razones.
Quiero agradecer a todos quienes han venido a dejar su pensamiento en Blues. La casa jamás se queda sin timonel.
Mi fuerte abrazo Julito y Carlos Gutiérrez Roa.
Un buen barco tiene buenos capitanes querido amigo. Un fuerte abrazo.
Un testimonio que creo importante…http://www.youtube.com/watch?v=NnXn9wwQeXQ
Este tipo de entrevistas me conmueven, Maestro Jean. Sobre todo al abordar esos temas tan espinosos como el vínculo o no, de determinado músico con aquellos años difíciles en que en Alemania, el lineamiento político e ideológico era condición necesaria para el bienestar de un hombre como ciudadano, excepto si este era judío, por supuesto.
Furtwängler, así como Richard Strauss, no tenían afinidad con la política del Nacionalsocialismo. Punto. Eran músicos, eran alemanes, y por lo tanto obraban a pesar del gobierno NS. Ante todo eeran los custodios de una Tradición inmortal y debían defenderla a toda costa.
Furtwängler era «el hombre poderoso» de aquellos años. Su influencia era tal que podía imponer su voluntad ante Goebbels y salirse con la suya, mostrando su independencia del Régimen.
Por estos días he estado muy hechizado por las grabaciones de Furtwängler con la Filarmónica de Berlín entre 1942-1944. Su Beethoven de esos tiempos es de antología, sobre todo la Quinta Sinfonía, que me parece uno de los puntos más altos de la historia de la interpretación.
Abrazos Maestro Monielou!
El tema es muy complejo en la medida en que se mezclan muchos elementos a veces contradictorios y a veces muy difíciles de tratar al chocar con el pensamiento oficial y autorizado. Que hombres como furtwaengler, Karajan o Böhm se hayan quedado en Alemania para mi no es objeto de debate, en esto ni quiero entrar. Quiero decir que respecto sus decisiones y no pretendo juzgarlos, el tema en sí ni me interesa. Me interesa el debate cultural a nivel de ideas y espiritualidad, y desafortunadamente resulta muy difícil entrar en esto ya que vienen a interponerse los malditos elementos políticos. Lo que está claro es que para hombres como el Dr Strauss el auténtico espíritu germánico y la defensa del mismo no necesitaba realmente de los judíos. O sí, pero entonces de forma muy puntual, con los judíos «grandes» como Stefan Sweig, los cuales habían accedido al espíritu europeo, pero no al puro espíritu germánico. Pero seguían con esta idea heredada del siglo XIX la cual hemos visto en el texto de Richar Wagner: La cultura judía era con el espiritú germanico como el aceite y el vinagre, y por lo tanto el teatro alemán no tenía mucho que perder con la salida de los judíos, más bien al contrario, dejando a salvo los judíos «grandes»: Walter, Hubermann, Serkin etc. Aqui encaja perfectamente lo que dice Horenstein. En este contexto, para estos hombres que no tenían otra verdadera preocupación que la protección del teatro alemán, Hitler y sus hombres parecían poder regenerar algo que en los años 20 se encontraba en peligro de degeneración. Esto lo pensaron, lo queramos ver o no, admitir o no. Y ahora, 70 años después, podríamos empezar a reflexionar de nuevo, si pudiéramos dejar al lado los elementos políticos e ideológicos que constituyen la base misma de la seudo mitología fundadora del mundo globalizado que conocemos. Podríamos reflexionar de forma neutra y objetiva. Que es realmente el puro espíritu germánico en el teatro y en la música ? A que corresponde en la evolución de la humanidad? Que es exactamente lo que estos hombres querían proteger a toda costa? A que corresponde la corriente judía frente a esto?? Como encajar el tercer movimiento de la primera de Mahler en el país de la octava de Bruckner ? Como situar a Bruno Walter frente al 100& germano Kna?
Que pensaba exactamente el Dr Böhm del Mozart de Walter ? Muchas muchas cosas de las cuales podríamos hablar como espíritus libres que somos. Dejándonos ya de hablar de si estamos de acuerdo con que estos hombres se quedaron o no, lo cual hoy en día resulta totalmente estéril. Un abrazo, Maestro !!
Para los músicos en los años treinta resultó todo un problema el tomar decisiones exentas de ropajes políticos, dada la inevitable y omnipresente politización de la música en general. Los jerarcas Nazis, guste o no, eran respetuosos de la Gran Música y la amaban profundamente. No por casualidad tomaron a la Filarmónica de Berlín como «Das Reichsorchester», con toda la carga propagandística que ello suponía. La Berliner era infaltable en el Reichsparteitag de cada año en Nürnberg, además de ser la encargada de celebrar el cumpleãnos de Hitler, generalmente bajo la dirección de las más renombradas batutas: Furtwängler, Knappertsbusch, Böhm, Abendroth…Y el quedarse en Alemania o partir de allí, debió ser un auténtico «quebradero» de cabeza: los directores 100% alemanes, sin duda se quedarían, poniendo su Arte por delante de cualquier otra consideración; los directores de procedencia judía no tenían más remedio que irse o soportar consecuencias como el total ostracismo. La música estaba totalmente politizada y tal cosa podía ser aprovechada por unos, aunque no por otros. No se trataba, creo yo, de aherir ideológicamente con el Partido, sólo sacar ventajas de la situación.
Pero desde luego que coincido Jean: hoy en día la discusión es totalmente anacrónica y no lleva a ninguna parte, más que a un sobredimensionado círculo vicioso: siendo Karajan mi director predilecto, ¿qué me puede importar si su vinculación al Partido era por conveniencia o por el contrario, era un acto de afirmación ideológica? Nada en absoluto. Su Beethoven es su Beethoven, su Wagner es su Wagner y no veo en sus lecturas ni un ápice de orientación política. Así de simple.
Por otra parte, juzgo súmamente interesante su cuestionamento cuando dice Vd.: ¿Que es realmente el puro espíritu germánico en el teatro y en la música ? A que corresponde en la evolución de la humanidad? Que es exactamente lo que estos hombres querían proteger a toda costa?
¡Menudo problema! El asunto se reduce a identificar aquel elemento diferenciador que hace que el espíritu germánico se aparte de los restantes espíritus. Y he aquí, maestro y amigo Monielou, que toca Vd. una de las fibras más sensibles de mi ser. Porque bien lo saben todos, siempre he exaltado yo ese «espíritu germánico» a través de Richard Wagner, Beethoven, Mozart, Herr Strauss…¡Pero no se cómo se define ese espíritu! ¿Será un indefinible asunto de orden filosófico? ¿Un abstruso elemento conformador que yace tras la noche de la ontología? ¿Algo que sólo se puede vivir, más no explicar? Intrigante cuestión, sin duda.
Sin embargo está ahí, y no puede negarse.
Y ahora, ¿cómo relacionar tal espíritu, con la amenazante degeneración que aumentaba en las artes desde entonces y desde mucho antes?
Es cierto que todo era un caos por aquellos años. Muchas cosas pudieron influir en tal estado de cosas, incluso la doble naturaleza que coexiste en el hombre: la del hombre mismo y la del lobo estepario. Viena era el ejemplo por antonomasia de que lo más alto y elevado debía compartir su puesto con la peor de las decadencias.
Ah, qué cuestiones tan difíciles de tratar…Apasionante tema de investigación y reflexión para tertulias no menos apasionantes como las nuestras. Aunque por ahora las palabras no abunden y las conclusiones estén lejos, al menos de mi.
Monumental comentario, Maestro Monielou. Me ha puesto Vd. a pensar.
Un gran abrazo.
Profundísimas y a la vez muy complejas de situar y analizar las palabras de nuestro querido Maestro Monielou. Sabia reflexión, como sabia lo es también la suya Maestro Paixao. La Esencia Alemana, dificilísima cuestión. Como bien dicen existir, existe o al menos se habla de ella. ¿Cuál es su contenido? Esa es la «madre del cordero». El primer tercio del siglo XX fue un periodo durísimo para Europa pero quizá especialmente duro para dos grandes naciones, Rusia y Alemania. Una abordó sus crisis de forma brutal, clara y contundente. La otra fue un poco más tardía en reaccionar y lo fue preparando en el transcurso de los años hasta explotar y con todo el apoyo del pueblo, en esa defensa de su esencia, en la II Guerra Mundial. ¿Cuál puede ser esa esencia? Quizá tengamos que remontarnos muchos años atrás, quizá hasta los tiempos del Emperador Carlos V. Desde él hasta nuestros días se ha ido forjando una historia y un «ser» alemán, único, fuerte, unido, altanero, poderoso, de profundas creencias espirituales y humanas y don un poderoso deseo de transcendencia. Todo ello implicando a todos los campos del ser, del estar y del saber alemán. Con luchas siempre, pero con unidad y grandes miras siempre también.
En el caso concreto que estamos comentando, pienso sinceramente que el origen de las actitudes está en la Gran Guerra. Aquella Primera Guerra Mundial que asoló y destrozó inútilmente una Europa en progreso y que sobre todo dejó a Alemania como una colonia más de Francia e Inglaterra. Pero Alemania había forjado, sin que fuera perceptible desde el exterior, un nuevo valor dentro de su esquema de grandeza e ideal. El valor de la trinchera. Es, desde luego sólo mi opinión, un nuevo poder, inmenso poder. Alemania volvía a valorar su historia y a renovar su forma de afrontar el futuro desde la perspectiva de los hombres que habían sobrevivido a la Gran Guerra. La afrenta recibida era injusta y la defensa alemana era defender su Esencia, ¿cuál? el trabajo arduo, la constancia, el ideal, la fe, la historia, la cultura, la tradición, la mitología, el arte en cualquier expresión. ¿Cómo? a través de los hombres. Alemania tenía una generación de hombres que conocían de primera mano el verdadero valor de la palabra hombre. La confianza, el esfuerzo, la defensa del orgullo patrio, la igualdad, sí la igualdad, el trabajo conjunto y la fortaleza de espíritu.
Esa Alemania debía resurgir y debía hacerlo por sus propios medios. Desgraciadamente no se supo manejar bien ese potencial, o mejor dicho, lo supo manejar muy bien una persona cuyo estado mental no era el más adecuado para dirigir esa nación.
Esa esencia Alemana, como Francia, como Inglaterra, como EEUU y casi todos los países del mundo es su historia y su forma de ser grupal. Otros países olvidamos la historia y hemos roto la esencia del poder grupal.
Nuestros personajes, hicieron lo que tuvieron que hacer. Y lo que hicieron fue lo justo en su momento. Con valor en ambas decisiones.
Un fuerte abrazo a ambos.