Se da la paradoja de que algunos directores de orquesta, siendo ya unas figuras contrastadas a nivel internacional, no parecen luchar por obtener los cargos más altos, sino que permanecen más bien en la penumbra. Algunos de esos maestros parecen incluso retraerse ante obligaciones y honores institucionales, aunque sus figuras continúan creciendo en popularidad hasta alcanzar las cotas de un reducido número de privilegiados de la batuta. Carlo Maria Giulini dirigió a las orquestas más importantes del mundo; fue titular de agrupaciones de altísimo nivel en Norteamérica; rigió los destinos de un coliseo tan importante como La Scala; fue constantemente requerido en los estudios de grabación con las mejores orquestas del planeta… Sin embargo, su carácter un tanto retraído le convirtió en un personaje circunspecto en su gremio. Nunca fue un veleidoso que gustó de rechazar ofertas — como sí lo fueron Carlos Kleiber o su paisano Arturo Benedetti-Michelangeli — pero su madurez humana y sabiduría permitieron que sólo se entregara muy medidamente al ruido de una escena musical determinada en buen grado por los negocios. Cuentan que Herbert von Karajan señaló a Giulini como su sucesor ideal al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Tal vez Karajan sabía que Giulini, entonces camino de los 72 años, rehusaría. No se equivocó. Giulini lo hizo inmediatamente pese a ser uno de los directores más aclamados de su tiempo en virtud a su elegancia y a su exquisito sentido musical.
Carlo Maria Giulini nació el 9 de mayo de 1914 en Barletta, región meridional de la Apulia italiana, en el seno de una familia amante de la música que procedía del norte de Italia. Con sólo cinco años de edad, el pequeño Carlo inició su formación musical en la Academia de Santa Cecilia de Roma, decantándose por el violín y la viola, para más tarde estudiar composición y dirección bajo la tutela de Alfredo Casella y Bernardino Molinari. Durante estos años de formación romana, Giulini constituyó un cuarteto de cuerdas que sin duda ayudó a formar el compañerismo del que siempre hizo gala en su trayectoria artística. Con dieciocho años cumplidos ganó un puesto de violista en la Orquesta de la Ópera de Roma y ello le permitió trabajar bajo las órdenes de las mejores batutas del momento, como Furtwängler, Bruno Walter y Otto Klemperer, entre otros. En 1939 Giulini vio frustrado su primer contacto como director a consecuencia del estallido de la Segunda Guerra Mundial, renunciando a inscribirse en el Partido Fascista y uniéndose a los partisanos junto a su esposa Marcella de Girolami. Ambos se vieron obligados a vivir escondidos durante nueve meses en un túnel e incluso el rostro de Giulini apareció en muchos carteles expuestos en Roma con instrucciones de ser tiroteado en caso de ser visto. Toda esta pesadilla duró hasta junio de 1944, cuando Roma fue liberada por las tropas aliadas. Como consecuencia de aquello los directores que habían actuado bajo Mussolini fueron vetados o huyeron, con lo que Giulini fue convocado para dirigir el concierto conmemorativo de la liberación al frente de la Orquesta de la Ópera de Roma (Orquesta del Augusteo). Ese mismo año, Giulini sustituyó a Fernando Previtali al frente de la Orquesta de la RAI de Roma y dos años más tarde se convirtió en su director musical.
En 1948 Giulini debutó como director operístico en Bérgamo y un año más tarde participó en los festivales de Estrasburgo, Praga y Venecia. Sus labores como director de ópera no pasaron desapercibidas para Victor de Sabata, quien invitó a Giulini a ejercer como asistente en La Scala en 1951, debutando como director la temporada siguiente mediante una insólita representación de La vida breve de Falla. La quebradiza salud de De Sabata provocó que Giulini fuera el encargado de abrir la temporada de 1953 con una producción de La Wally de Catalani a la que siguieron posteriores títulos del repertorio belcantista. Pero sin duda alguna, el gran bombazo musical de Giulini en el coliseo lombardo se produjo en 1955 con una histórica representación de La traviata con Callas y Di Stefano. Ese mismo año Giulini se presentó en los Festivales de Edimburgo y debutó al frente de la Orquesta Sinfónica de Chicago por invitación de su entonces titular, Fritz Reiner. En 1956 surgieron los problemas en La Scala con motivo de una horrenda representación de El barbero de Sevilla — en parte debida a la confusión de Maria Callas — que provocó que Giulini no volviese a dirigir nunca más ópera en dicho coliseo (aunque siguió dirigiendo conciertos sinfónicos con la Orquesta del Teatro de La Scala). En 1958 Giulini se presentó en el Covent Garden con una memorable versión del Don Carlo de Verdi en una nueva colaboración escénica con Visconti. Por entonces también se inició una fructífera colaboración, sobre todo a nivel de grabaciones discográficas, entre el maestro italiano y la Philharmonia Orchestra. Los contactos entre Giulini y el Covent Garden se prolongaron hasta 1967, cuando una versión de La traviata terminó en un rotundo fracaso de crítica y público por la polémica concepción escénica de Visconti. Desde aquel instante, Giulini abandonó un tanto los teatros de ópera y se dedicó preferentemente a la dirección de conciertos sinfónicos. En 1969 Giulini fue nombrado director principal invitado de la Orquesta Sinfónica de Chicago, cargo en el que se mantuvo informalmente hasta 1978 y que alternó durante los años de 1973 hasta 1976 con la titularidad de la Orquesta Sinfónica de Viena.
En 1978 Giulini fue nombrado director titular de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles en sustitución de Zubin Mehta, quien había situado a la formación en el selecto grupo de las mejores orquestas norteamericanas. Con dicha formación Giulini realizó una extraordinaria labor que se prolongó hasta 1984 y que incluyó numerosas grabaciones discográficas de altísimo nivel, triunfales giras por todo el territorio norteamericano y conciertos retransmitidos para Europa mediante vía satélite. En esta etapa, Giulini era considerado como una de las mejores batutas del momento y su presencia como director invitado era requerida por todas las orquestas de renombre mundial (memorable el concierto ofrecido en el Teatro Real de Madrid en 1979 al frente de la Orquesta Nacional de España y con Isaac Stern como solista). Ya en 1982 se produjo el esperado retorno de Giulini a los fosos de ópera mediante una producción de Falstaff en el londinense Covent Garden que provocó la admiración mundial. Ese mismo año Giulini fue condecorado con la distinción Una vida por la música que anteriormente sólo habían recibido Artur Rubinstein, Andrés Segovia y el doctor Böhm. En sus últimos años, Giulini se dedicó a actuar como director invitado en giras con diversas orquestas y a realizar unas memorables grabaciones discográficas de algunas sinfonías de Bruckner al frente de la Orquesta Filarmónica de Viena. Ya muy aquejado por problemas de salud, el maestro italiano ofreció su último concierto público en 1998. Retirado desde entonces de toda actividad concertística, mantuvo aún una labor pedagógica en la Escuela de Fiesole y en la Academia Chigiana. Tras pasar varios meses internado, Giulini falleció en un hospital de Brescia el 14 de junio de 2005 y sus restos fueron enterrados en Bolzano, localidad en la que residía.
Al principio de su carrera, muchos vieron a Giulini como a un sucesor de Toscanini y una extensión del malogrado Cantelli. Nada más lejos de la realidad. Si bien Giulini supo incorporar el dinamismo y la belleza de sonido propia del estilo de Toscanini, su estilo y temperamento fueron completamente distintos. Giulini estuvo mucho más cercano en su concepción de la dirección orquestal a Furtwängler por la expansividad de los tempi, por la riqueza de las texturas orquestales y por la extraordinaria plasticidad de los fraseos. Nunca adoptó poses teatrales o autoritarias sobre el podio, sino que más bien enfocó la labor de los profesores de las orquestas como la de unos colegas con quienes tenía que colaborar para hacer posible el milagro de la música. Y de hecho lo consiguió casi siempre, ya que Giulini fue uno de los directores más estimados y apreciados por los colectivos orquestales de todo el mundo. En su opinión, lo realmente complicado de un director de orquesta era dar con la expresión adecuada de la obra a ejecutar: –«¡Existen tantos acentos, ritmos, colores y tempi diferentes! ¡Hay un campo tan amplio abierto a tantas expresiones e interpretaciones! ¿Cuál será entonces la más justa?»—
Giulini siempre se tomó mucho tiempo para hacer música y trató de encontrar lo inequívocamente exacto de la misma. Fue un ardiente defensor de la precisión alemana y del repertorio sinfónico alemán, evitando siempre las visiones severas de los compositores románticos y articulando sus ejecuciones en base a la lógica de formas y líneas. Su identificación con las obras interpretadas fue absoluta y su grado de emotividad hacia las mismas resultó tan fundamental como decisivo. Nunca fue un director todo-terreno, sino que mantuvo un repertorio muy acotado y decididamente conservador en el que la música modernista apenas tuvo cabida. En el ámbito operístico, Giulini se diferenció de otras estrellas de la dirección que veían en la moderna escenografía una intolerable intromisión y que por lo tanto se conformaban con unos simples arreglos escénicos. Su colaboración con el director Luchino Visconti produjo una serie de modélicas representaciones operísticas que tuvieron como guinda a una excepcional Maria Callas. Y, por cierto, Giulini se destacó como un director con mucha mano izquierda para saber atemperar los caprichos de algunas divas. En 1950, una joven Maria Callas le advirtió que su estilo para interpretar La traviata era diametralmente distinto al de la Tebaldi, a lo que Giulini contestó: –«Mire, señora: Esta ópera ha sido compuesta por Giuseppe Verdi. Así que tratemos de realizarla tal y como él la escribió»—
Octubre de 1986: Tras laboriosas gestiones de última hora, Carlo Maria Giulini acepta sustituir a un inicialmente previsto Lorin Maazel en el Teatro Real de Madrid al frente de la Orquesta Filarmónica de La Scala de Milán durante un concierto perteneciente a la edición del Festival de Otoño de aquel año. A pesar de que la orquesta no era un prodigio técnico, Giulini logró parar los relojes del Teatro Real con una sublime introducción de la Incompleta de Schubert y una vibrante Primera Sinfonía de Brahms. Con el escenario del todo entregado, Giulini ofrece como propina el entreacto de Rosamunda de Schubert con un nivel de expresividad difícil de describir. Finalizado el concierto, nuestro grupo corrió en la búsqueda de alguna declaración y autógrafo del maestro. Giulini no sólo aceptó todas nuestras peticiones — sólo nos indicó que desconectáramos los flashes de las cámaras de fotos, ya que le dañaban un poco los ojos — sino que se mostró incluso del todo ameno y conversador. Cuando nos despedíamos nos estrechó la mano a todos y cada uno de nosotros. Nunca olvidaré como apretó mi mano entre las dos suyas, con una efusividad más propia de una amistad de toda la vida. Pero lo que siempre se quedará grabado en mi memoria fue su mirada directa a los ojos y su expresión de desbordante humanidad. Aquel hombre era, ante todo, una buena persona en la acepción más simple de dicha expresión.
De entre el legado discográfico debido a Carlo Maria Giulini podemos mencionar las siguientes grabaciones (advertimos que los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Sinfonías nº6 y 9 de Beethoven dirigiendo la New Philharmonia y la Sinfónica de Londres (EMI 85490); Concierto para violín de Beethoven, junto a Itzhak Perlman y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 566900); Conciertos para piano nº1, 3 y 5 de Beethoven, junto a Arturo Benedetti-Michelangeli y dirigiendo la Sinfónica de Viena (DG 449757 y 419249); Misa en Do mayor de Beethoven, junto a Harper, Baker, Tear y Sotin, y dirigiendo la New Philharmonia (EMI 17664); Sinfonía nº4 de Brahms dirigiendo la Orquesta del Concertgebouw (RCO 8005); los 2 Conciertos para piano de Brahms, junto a Claudio Arrau y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 575326); Concierto para violín de Brahms, junto a Itzhak Perlman y dirigiendo la Sinfónica de Chicago (EMI 566977); Sinfonía nº8 de Bruckner dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 445529); Sinfonía nº6 de Chaikovski dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 86531); los 2 Conciertos para piano de Chopin, junto a Krystian Zimerman y dirigiendo la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles (DG 415970); Concierto para violoncelo de Dvorak, junto a Mstislav Rostropovich y dirigiendo la Filarmónica de Londres (EMI 67594); Sinfonías nº7, 8 y 9 de Dvorak dirigiendo la Orquesta del Concertgebouw (SONY 58946); El amor brujo de Falla, junto a Victoria de los Ángeles y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 67590); Requiem de Faure, junto a Baker y Souzay, y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (BBC LEGENDS 4221); Sinfonía en Re de Franck dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 67723); Alceste de Gluck, junto a Callas, Campi y Zaccaria, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (MELODRAM 20019); los 2 Conciertos para piano de Liszt, junto a Lazar Berman y dirigiendo la Sinfónica de Viena (DG 415839); La Canción de la Tierra de Mahler, junto a Fassbaender y Araiza, y dirigiendo la Filarmónica de Viena (ORFEO D´OR 654052); Sinfonía nº40 de Mozart dirigiendo la New Philharmonia Orchestra (DECCA 452889); Concierto para piano nº23 de Mozart, junto a Vladimir Horowitz y dirigiendo la Orquesta de La Scala (DG 423287 — excepcional reportaje); Las bodas de Figaro de Mozart, junto a Taddei, Gatta, Cappuccilli y Vinco, y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 63266); Requiem de Mozart, junto a Dawson, Van Nes, Lewis y Estes, y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (LEGACY 89854); Ma mère l´oye de Ravel dirigiendo la Filarmónica de LosÁngeles (DG 1456002); Stabat Mater de Rossini, junto a González, Raimondi, Valentini y Ricciarelli, y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (DG 410034); El barbero de Sevilla de Rossini, junto a Alva, Gobbi, Callas y Latinucci, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (MYTO 62113); selección de Oberturas de Rossini dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 62804); Concierto para violoncelo de Saint-Saëns, junto a Mstislav Rostropovich y dirigiendo la Filarmónica de Londres (EMI 67594); Sinfonía nº8 de Schubert dirigiendo la Sinfónica de Chicago (DG 463609); Don Carlo de Verdi, junto a Caballé, Warris, Verrett y Milnes, y dirigiendo la Orquesta del Covent Garden (EMI 66850); Falstaff de Verdi, junto a Hendricks, Ricciarelli, Bruson y Valentini, y dirigiendo la Orquesta del Covent Garden (KULTUR 4202); Il trovatore de Verdi, junto a Verrecchia, Fassbaender, Domingo y Di Stasio, y dirigiendo la Orquesta de Santa Cecilia de Roma (DG 4775915); La traviata de Verdi, junto a Callas, Di Stefano, Bastianini y Zanolli, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (EMI 66858); Rigoletto de Verdi, junto a Cappuccilli, Domingo, Obraztsova y Cotrubas, y dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 457753); y, finalmente, Requiem de Verdi, junto a Bumbry, Ligabue, Konya y Arié, y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (BBC LEGENDS 4144). Nuestro humilde homenaje a este fabuloso director de orquesta.
El maestro Giulini! Tu relato del encuentro con él tras el concierto me pareció elocuente para retratar esa calidez y sinceridad que define tanto a este músico y su arte. Su concepción del sonido incorpora una muy latina sensualidad equilibrada por una notable lucidez arquitectónica. Como otros directores, el paso de los años atemperó su fogosidad a la par que acentuó su hondura, su sabiduría. Pero como buen italiano, en sus interpretaciones «todo canta», nada queda escondido. Hombre de impecable figura, tuvo sobre todo un inestimable buen corazón. Tenía un amigo (argentino) que protestaba contra la «pereza» de Giulini; una tonta queja, porque el maestro italiano elegía muy bien qué hacer, cómo y cuándo hacerlo.
Este hombre formó parte de ese grupo de músicos latinos plenamente capaces en repertorio germano. Como dice cierta expresión, «lo mejor de ambos mundos». Me gusta mucho su Brahms, también tiene soberbias lecturas de Schumann (¿has oído su versión de «El Paraíso y la Peri»?) y Schubert, pero esa ductilidad que enseña la ópera se percibe muy bien en su labor como director acompañante en el ámbito concertístico, como ejemplificas perfectamente al final del artículo.
En fin, un grande. Aunque no sabría examinar sus virtudes técnicas como director, sí doy testimonio de la plena eficacia de su labor en penetrar el sentido de las grandes obras. Un mérito que no está al alcance de todos.
Abrazo, querido amigo, y felicitaciones por este magnífico post.
Creo que has dado en el punto preciso cuando afirmas que Giulini fue atemperando su jovial fogosidad de antaño, en relación directa a su sangre mediterránea, para dar paso paultinamente a esa sabiduría constante que iba día a día adquiriendo. Tal vez, este factor que citas me parece esencial para entender a Giulini, un director que fue aprendiendo desde la humildad y jamás desde la ignorante soberbia. Creo que tuvo siempre alma de niño y que aquellos terribles episodios vividos durante la guerra dibujaron en su corazón una sensibilidad extraordinariamente difícil de entender para otros semejantes.
Entendió el repertorio germánico como pocos, eso sí, despejando las neblinas del norte y añadiendo esa luz solar de atardecer que desde siempre vieron sus ojos en Italia. Pero no podemos decir que fue un simple sensiblero. No, Giulini supo siempre hacia dónde dirigir la interpretación, su meta final, pese a que en los senderos de la misma levantara piedras, matorrales y rastrojos para plantar una poética flor. Pero llegaba lúcido al puerto. Su Finale de la Primera de Brahms en Madrid durante el concierto que describo en la entrada así me lo confirmó. Giulini fue un ser profundamente enamorado de la vida y de su familia en particular, derramando todo su amor en cualquier hueco posible que descubría en las partituras. No podemos compararle técnicamente con Böhm, Karajan y otros de semejante espectro porque esa no era su guerra. El tenía otro concepto de la música, quizás no tan elevado per se, pero sí como vehículo de la más ardiente e íntima expresión emotiva.
A lo largo de mi vida he dado la mano a muchos grandes directores de orquesta en calidad de torpe aficionado que veía en ellos a unos ídolos con los que quizás algún día hubiera podido compartir su arte. Me encontré de todo, unos más abiertos, otros más cerrados y algún que otro inaguantable-soberbio (apellidado Tilson y de nombre Michael, a estas alturas de mi vida ya me da igual decirlo). Pero te juro por toda mi vida y honor que los ojos de Giulini eran pura humanidad. Aquel hombre no me engañó al estrecharme sus manos. De eso estoy completamente seguro. Y es posiblemente el mejor recuerdo que tengo de mis años de música. Una escena que jamás olvidaré. Por eso mismo a Giulini siempre le llevo en mi corazón. Bueno, y creo que le fue mejor con Schubert que con Schumann… Pero me da igual.
Un abrazo, amigo y hermano Joaquín. Cada vez que hablo de Giulini reconozco que me pongo muy sensible.
LEITER
La verdad es que me cuesta hablar de Giulini, pero al mismo tiempo me viene bien hacerlo. Tengo que retroceder más de 30 años atrás, y buscar el origen de mi negación. Y por lo tanto, liberar y abrir mi mente. En el Paris de los 70, para quien como yo vivía y dormía entre la Opera Garnier y el Theatre des Champs Elysées, no era nada facil ser, dentro de los inevitables corralitos, como el «representante» del Dr Böhm. Esto era asumir un stio en el cual te podían mirar hasta con pena. Voy más lejos, abriendo mi memoria. A ver, nada más lejos de mi criticar a cualquiera por su orientación sexual. Ni soy antisemita ni soy homófobo, que quede bien claro. Sin embargo, en todo esto de las corrientes culturales o seudo culturales, uno se encuentra con todo, incluida la cultura «mariquita» , la cual, una vez más, no tiene nada que ver con la intimidad de cada uno y solo tiene que ver con lo vertical y lo horizontal, las modas y los gustos…y en el Paris de mi epoca florecían estas corrientes feminoides que vomitaban la tradición y acogían con temblores seudo místicos a cualquier cosa que se consideraba como rompedora. Lo del Dr Böhm era para vomitar, ya que solo era tradición, y sin embargo cualquier chispa de respiración de un Giulini era considerado como intrinsecamente genial. Creo que Giulini sabía algo de como era este público parisino, porque siempre entraba en el escenario pausando, pero pasando mucho… como si de una aparición mística se tratara. Y una noche, tras una séptima de Beethoven poco trascendente, un grupo de incondicionales feminoides se acercaron mirándome con mucha pena y una de ellas, media desvanecida, me dijo con lagrimas en los ojos mirando hacia arriba: pero no lo ves, no ves que Giulini es como San Marcoooo…y yo pensé pero MUY FUERTE: No quiero saber nunca nada más de Carlo María Giulini !!!
Hoy, más de 30 años depues de todo esto, leo la magistral entrada de mi amigo Leiter y entiendo un poco mejor por donde van los tiros. Es que yo era como un caballo joven, muy fogoso, que había descubierto un tesoro. Este tesoro de un valor inalcanzable era lo que llamaría la gnosis humano-divina que subyace en las visiones mozarcianas del Dr Böhm y de su maestro iniciador Bruno Walter. El Mozart del Traurigkeit…Y yo me consideraba como auténtico guardian de este tesoro sagrado, y la meta de mi vida, el eje de mi «misión», era concentrar en mis manos esta gnosis trascendente e impulsarla con un dinamismo nuevo y una claridad y transparencia directamente alineada con artistas del estilo de Cluytens. Donde cabía Giulini en semejante visión? En ningun sitio !! Porque exactamente tal como lo dice Leiter: Esta no era su guerra….
Giulini no ha subido hasta donde subió por la gnosis vertical sino por su trabajo sobre la expresividad, el cual llevó a cabo como latino que era y gran conocedor de la llamada «italianitá», alcanzando un grado de elegancia y clase fuera de lo común. Con todo esto consiguió cambiar algo fundamental en el arte de la dirección. Lo voy a decir con estas palabras concretas: Le Nozze di Figaro de Giulini no son ni las de Bruno Walter ni las del dr Böhm y estas bodas, a mi, no me dejan del todo feliz. Al mismo tiempo, nunca más se podrá dirigir la obertura de Li Nozze después de Giulini como se hacía antes de él, y el mismo Dr Böhm, en su arranque sin una chispa de «italianitá», puede sonar muy antiguo. Lo mismo vemos en la grabación del primer movimiento d ela sinfonía nº 40, la exposición del tema inicial, según los criterios que yo tengo, carece de transcendencia y de contraste pero muy pronto en este mismo movimiento llegan matices expresivos que ya no podemos ignorar, porque son bellisimos y marcan una evolución real en al acercamiento a esta música, acercamiento que hoy en día no podemos basar unicamente en la gnosis trascendente, teniendo que alcanzar otro tipo de equilibrio dinámico y plástico. En todo esto debemos mucho a Carlo María Giulini.
Ciertamente, maestro y amigo Jean François, su comentario no es sólo una reflexión intimista. Es que es el concepto ideal de REFLEXIÓN. Sinceridad y reconocimiento a partes iguales. Y es que de eso se trata, precisamente. Veníamos comentando días anteriores la actitud irreverente de cierto crítico musical (Enrique Pérez) hacia la obra de Böhm ya por puro convencionalismo y autoafirmación. Es ahí donde nunca se ha llegar, bajo mi humilde punto de vista, porque el criterio puede torcerse o variar. Y por esa vía es por dónde pienso que se ha de llegar a Giulini, un maestro de la expresión, pero no arquitecto de la forma en su concepción más sobria. Giulini abre otra vía de escape que, reitero, podrá gustar o no, pero es suya y así la concibe. A mí tampoco me gusta su estilo mozartiano ni su caricia beethoveniana, obviamente prefiero a los «guardianes» de siempre, pero no me desagrada nunca escuchar versiones de Giulini porque encuentro situaciones que son realmente líricas en su solución. Y yo tengo alma de poeta… O, al menos, he tratado de tenerla durante toda mi vida.
Los batiburrillos a los que usted alude en el primer apartado de su comentario siguen siendo muy habituales en buena parte del mundo. Por desgracia, la subjetividad de la moda relativiza el concepto hasta conclusiones a veces, digamos, absurdas. Considero el relativismo musical como algo no ya sólo importante sino además conveniente, so pena de caer en un error absolutista que sepulta cualquier mínima vía distintiva asumible. Pero una cosa es RELATIVIZAR y otra, bien distinta, es convertir la RELATIVIDAD en un suceso infinito que no lleva más que al caos y a la reducción al absurdo. Y a eso se le pone la etiqueta de moda. Y quien no siga eso es un «atrasado» o un «anacrónico». En fin, un simple caso de argumentum ad contrarium. Mucho de esto ocurrió en el llamado caso de los instrumentos originales, aquella moda que salpicó la escena hace unos treinta años más ó menos. En una ocasión, un profesor mío de teoría me dijo: Mire Leiter, las cosas están llegando a un punto en el que vamos a tener que preguntar si el Concierto para orquesta de Lutoslawski se está ejecutando con instrumentos originales o no… Elocuente, ¿no?
Prefiero a los «guardianes» de siempre, claro. Pero eso no significa que no encuentre sellos distintivos al escuchar a Mozart dirigido por Furtwängler, Walter, Klemperer, Böhm, Beecham, Karajan, Krips… Sería todo muy monótono entonces y la música sería como un helado que se saca del congelador para comérselo HELADO y punto. Directores como Giulini sirven para que miremos ese helado un ratito hasta el punto de que empiece a derretirse un poco por su superficie y resbale en el plato. A muchos nos gusta así el helado, no siempre, pero sí a veces.
Mi siempre admiración y agradecimiento por sus lecciones, mi amigo y maestro Jean François.
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Aunque te acompaño en tu apreciación sobre el hecho que Giulini no es el sucesor de Toscanini, no sólo por ser temperamentos radicalmente distintos, sino por su concepción de la música, lo cierto es que sí creo que en importancia Giulini es el natural continudor de la tradición que dejó Don Arturo. Carlo Maria Giulini es un director tan completo, que no puede más que enaltecérsele y situársele entre los grandes.
Como ser humano, es el Caballero de Fina Presencia. No se si estaré tocando un tema intrascendente, pero Giulini tiene una gran presencia, notoria sin ser agresiva. Sumamente agradable. Su estilo pulcro y mesurado, nos muestra a un hombre de distinguido porte y muy delicado en su actuar. Igualmente destaco su manera de vestir, sobria y acorde con su innata elegancia. Nunca he visto imagen alguna de Giulini en la que su vestimenta sea inapropiada.
También es un hombre de maneras impecables. Nada en él traduce vulgaridad, muy por el contrario. Su proceder es el reflejo de un hombre que obra y piensa rectamente por convicción, antes que por aparentar ante los demás. Me cuesta imaginarle en alguna situación bochornosa, a menos que malintencionados hayan querido intentar manchar su verticalidad.
Y de ahí a su estatura como músico y director, hay sólo un paso. Su sensibilidad, cultura y saber inundan cada obra que acomete, y de ahí su preocupación por lograr la expresión adecuada a la obra que interpreta. Incorporar este elemental principio a la actividad musical, supone navegar por el océano de la sinceridad absoluta, probando esto en interpretaciones como la que enlazas de la Pastoral, con un sonido sumamente bello y límpido, que me ha emocionado hasta el fondo de mi alma.
Y expermiento un profundo agrado con la anécdota que refieres. No cabe duda que Giulini fue honesto al saludarte con efusividad. Ello demuestra que era un hombre cálido y de suma bondad. Repito que tales presupuestos, fueron condicionantes para su merecido reconocimiento musical.
Un ejemplo a seguir.
Fuerte abrazo amigo y hermano; me sumo a ojos cerrados a este homenaje a Carlo Maria Giulini.
Estamos de acuerdo, Iván, en que Giulini parte de la ineludible influencia de Toscanini — y eso se constata en su fogosidad juvenil — pero según va avanzando se aparta ya hacia una personal concepción del todo sensual y delicada que poco tiene que ver ya con la del maestro de Parma. Giulini es bondad musical. No encuentro otra expresión mejor para definir su estilo. Y a mí me pareció un hombre tal y como lo defines, serio, con porte, pero abierto como pocos cuando descubre en los ojos de su potencial interlocutor un recíproco amor por la música. Eso, Giulini, lo detectaba enseguida. Y vuelvo a insistir en que Giulini me pareció, por encima de cualquier otra consideración, una BUENA PERSONA.
Un abrazo, amigo y hermano Iván
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