Las familias de músicos no son infrecuentes; sin embargo, casi nunca se ha oído hablar de hijos de grandes maestros que también lleguen a ser figuras de la dirección orquestal. Años atrás, las carreras de dirección orquestal no se hacían de forma fulminante, como hoy en día, y los directores en ciernes debían pasar por el obligado círculo musical de las provincias hasta llamar la atención de los augures de las grandes metrópolis. En 1959, un crítico musical muniqués se quedó asombrado ante los bríos mostrados por un joven director llamado Karl Keller durante una representación operística de Smetana en el Landestheater de Salzburgo. Pronto se descubrió que el verdadero nombre de aquel joven no era otro que el de Carlos Kleiber, hijo del inolvidable Erich Kleiber. Desde entonces, Carlos Kleiber empezó a labrarse su particular leyenda como uno de los más grandes directores orquestales de su tiempo llegando incluso a la categoría de mito. Carlos Kleiber apareció como un nuevo fenómeno y como un prototipo de la dirección orquestal del futuro, pese a que su formación había sido del todo decimonónica. Durante un par de décadas, Kleiber se convirtió en el director de orquesta con más duende de toda su generación y en un personaje que provocaba entusiasmos cuando, felizmente, confirmaba su presencia en las salas de conciertos. Además, todo el mundo sabía que Carlos Kleiber nunca ofrecía una lectura igual a las precedentes. Muy pocos directores lograron lo que Carlos Kleiber: Un delicado y casi perfecto equilibrio entre espontaneidad y elaboración intelectual, entre naturaleza y artificio, entre ironía e incluso comicidad. Tal vez por ello, Carlos Kleiber es considerado por muchos como uno de los gigantes de la dirección orquestal de todos los tiempos. Nunca una apreciación de ese calibre tuvo los visos de ser tan auténticamente certera.
Karl Ludwig Kleiber nació el 3 de julio de 1930 en Berlín, Alemania, y fue hijo del famoso director austríaco Erich Kleiber. En 1935, y como consecuencia del ascenso del nazismo en Alemania, toda la familia emigró hasta Argentina y fue entonces cuando el pequeño Karl cambió su nombre por el castellanizado Carlos. Recibiendo su educación tanto en Argentina como en Chile, el joven Carlos se inició desde muy joven en la música recibiendo clases de piano y percusión al tiempo que de composición y de canto. Pese a que su padre descubrió el gran talento musical de su hijo, trató de persuadirle por todos los medios para que rechazara la idea de dedicarse a la música y en consecuencia le envió en 1949 a Zurich para que iniciase una carrera como químico en la Alta Escuela Tecnológica de la ciudad helvética. Sin embargo, un año después Kleiber regresó a Buenos Aires para completar su formación musical y en 1951 comenzó su carrera profesional como repetidor en el Teatro Gärtnerplatz de Munich para tres años después debutar como director en Postdam bajo el nombre artístico de Karl Keller. De ahí pasó a Düsserldorf en 1956, alternando sus apariciones como repetidor en la Ópera Estatal de Viena, para actuar como director musical hasta 1964. Ese mismo año, Kleiber se hizo cargo de la dirección de la Ópera de Zurich por un espacio de dos temporadas, yendo a recalar posteriormente a la Ópera de Stuttgart. Allí, y durante un período también de dos temporadas, Kleiber comenzó a despertar un interés artístico que sobrepasó las fronteras regionales. Su nombre sonó con fuerza para sustituir al director musical saliente, Ferdinand Leitner, aunque al final el puesto recayó en Vaclav Neumann. Sin embargo, en 1968 Kleiber fue designado director invitado de la Ópera Estatal de Munich y regresó como Kapellmeister a la Ópera Estatal de Stuttgart, cargo en el que permaneció hasta 1973. (El director musical seguía siendo Vaclav Neumann). Durante este período, la figura de Carlos Kleiber empezó a ser requerida en las principales salas sinfónicas del mundo y su nombre se consideró como un punto de referencia secreto entre los jóvenes directores de orquesta alemanes. También por esa época, Kleiber empezó a labrarse una fama como director caprichoso al que no le gustaba comprometerse formalmente con ninguna institución y cuyo más adecuado ámbito de actuación era su actividad como director invitado en los teatros que le eran más familiares.
Carlos Kleiber debutó en Inglaterra en 1966 dirigiendo una producción de Alban Berg en el Festival de Edimburgo al frente de la compañía de Stuttgart y obteniendo un éxito memorable (la segunda representación fue cancelada aduciendo a motivos de salud). En 1973 dirigió una ópera de Wagner en la Ópera de Viena y un año más tarde se presentó en Bayreuth con Tristán e Isolda. Ese mismo año dirigió por primera vez en el Covent Garden y en La Scala con uno de los títulos más emblemáticos de su carrera, Der Rosenkavalier de Richard Strauss. Director del todo independiente y auto gestionario, Kleiber se presentó en EEUU en 1977 dirigiendo en la Ópera de San Francisco para dos años más tarde debutar como director invitado al frente de la Orquesta Sinfónica de Chicago. Durante los primeros años de la década de los ochenta, Kleiber se convirtió en uno de los directores más apreciados del mundo por su singular musicalidad y de esta forma dirigió como invitado a las más prestigiosas orquestas del planeta, como la Filarmónica de Berlín (se propuso su nombramiento como director titular a la muerte de Karajan, pero rechazó la oferta) y la Filarmónica de Viena (Kleiber adquirió la nacionalidad austríaca en 1980). Tras su debut en el Metropolitan neoyorquino en 1988, Kleiber sentó cátedra en el famoso y mediático Concierto de Año Nuevo en Viena mediante sus brillantes intervenciones en las ediciones de 1989 y 1992, consideradas por la crítica como insuperables. A partir de los años noventa, sus apariciones se vieron muy reducidas y su actividad se centró sobre todo en las grabaciones discográficas (pocos registros pero de una calidad asombrosa). Desligado de su compromiso informal con la Ópera Estatal de Baviera, Kleiber también se dedicó a actuar en conciertos benéficos y en otros organizados a iniciativa privada. Sus últimas apariciones públicas tuvieron lugar en Valencia y Cagliari durante el mes de febrero de 1999. Considerado como uno de los mejores directores de su época incluso por sus propios colegas, Kleiber recibió un durísimo golpe personal el 18 de diciembre de 2003 con motivo del fallecimiento de su esposa Stanislava Brezovar. Kleiber nunca se recuperó de esta traumática desaparición y siete meses después, el 13 de julio de 2004, fallecía en Munich. Sus restos reposan junto a los de su amada esposa en la localidad eslovena de Litija. En una entrevista concedida por Claudio Abbado en 2008, el director milanés señaló a Carlos Kleiber como el más importante director de orquesta de todo el siglo XX. Para quien esto escribe, Carlos Kleiber, junto a Celibidache y Furtwängler, forma parte de la Santísima Trinidad de la historia de la dirección orquestal.
Carlos Kleiber fue un excéntrico genio, con todo lo que significa dicha acepción, de la dirección orquestal de su tiempo. Artista extremadamente capacitado, Carlos Kleiber poseyó un perfil completamente distinto al de su padre pero por ello no menos marcado. Fue un director excéntrico que no estaba dispuesto a sacrificar sus necesidades personales en favor de los requerimientos de empresa. La fiabilidad, la disciplina y otros valores considerados como burocráticos no fueron lo suyo y a menudo suspendió sus compromisos por causas del todo incomprensibles. Eso sí, sus apariciones — que provocaban la incertidumbre de públicos y organizadores hasta que no le veían aparecer por la sala batuta en mano — siempre resultaron tan excepcionales como inolvidables. La industria discográfica también padeció los talantes de su estrella y siempre hubo de contar con unos plazos de entrega realmente desbordados. Kleiber fue también un director de directores que provocó la admiración de casi todos sus colegas, desde Herbert von Karajan a Bernard Haitink pasando por Claudio Abbado. El nivel de intensidad que se exigía a sí mismo no podía sostenerse en el día a día y por ello fueron muy medidas sus apariciones a lo largo de sus últimos años como director.
El estilo de dirección de Carlos Kleiber fue todo un reflejo de elegancia personal y pose aristocrática que, sin embargo, daba siempre la impresión de una genial improvisación. Ciertamente, su anhelo de perfección le motivó a ensayar con un apasionamiento y exigencia del todo incansables. Pero durante los conciertos, Kleiber quería mostrar una especie de ilusión por lo inmediato y un alejamiento del desarrollo mecánico. Kleiber sabía engañar a los públicos ofreciendo una imagen resuelta, brillante y desenfadada sobre el podio que ocultaba un grado de precisión en los ensayos verdaderamente obsesivo (todo lo contrario que Knappertsbusch, por ejemplo, quien aborrecía los ensayos y lo confiaba todo a la suerte del concierto). Pocas veces se dio por satisfecho en sus compromisos y se negó a trabajar con artistas entre los que se encontraba más de un nombre importante. Fue muy receloso frente a las más novedosas tendencias de la representación operística y rehuyó de los modernos directores de escena por considerar que su labor atraía mucho la atención sobre sí mismos, apartándola de lo musical. (No deja de ser paradójico que el inconformista Kleiber temiera tanto a los inconformistas directores escénicos).
Director de un repertorio muy limitado, Carlos Kleiber fue un verdadero outsider dentro de la actividad musical. Su personalidad resultó infrecuente en el campo de la dirección orquestal y por ese motivo siempre renunció a encabezar una orquesta de forma permanente. Tampoco fue la persona adecuada para dirigir un gran teatro de ópera por lo limitado de su repertorio. Sólo ejecutó un puñado de obras, tanto operísticas como de concierto, a lo largo de su vida aunque de una forma realmente magistral. Poco amigo de la música de su tiempo — a diferencia de su padre — su centro interpretativo se focalizó en Mozart, Beethoven, Schubert y Brahms, a nivel de música sinfónica, y en unos cuantos títulos de Von Weber, Johann Strauss, Wagner, Richard Strauss y Verdi en el plano operístico. Con todo, no resulta arriesgado afirmar que cada disco que salió al mercado de Kleiber resultó ser una obra maestra. Hombre cultísimo (dominaba a la perfección seis idiomas) y muy reservado, Carlos Kleiber fue un celoso guardián de su vida privada y evitó siempre las apariciones públicas y las entrevistas con los medios de comunicación. Con su desaparición en 2004, la historia de la dirección orquestal perdió a uno de sus máximos referentes de todos los tiempos.
De entre la producción discográfica debida a Carlos Kleiber podemos mencionar las siguientes grabaciones (advertimos que los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Sinfonías nº4, 5, 6 y 7 de Beethoven dirigiendo la Orquesta del Concertgebouw, la Filarmónica de Viena y la Orquesta del Estado de Baviera (PHILIPS 388009, DG 447400 y ORFEO D´OR 600031); Obertura Coriolano de Beethoven dirigiendo la Orquesta del Estado de Baviera (DG 384109); fragmentos de Wozzeck de Alban Berg, junto a Dunja Vejzovic y dirigiendo a Filarmónica de Viena (PALEXA 539); Carmen de Bizet, junto a Domingo, Mazurok, Obraztsova y Buchanan y dirigiendo la Orquesta de la Ópera de Viena (KULTUR VIDEO 4649); Sinfonías nº2 y 4 de Brahms dirigiendo la Filarmónica de Viena (PHILIPS 388109 y DG 457706); Sinfonías nº33 y 36 de Mozart dirigiendo la Orquesta del Estado de Baviera y la Filarmónica de Viena (DG 384109 y PHILIPS 388109); Obertura de Las alegres comadres de Windsor de Nicolai dirigiendo la Filarmónica de Viena (SONY 48376); La Bohème de Puccini, junto a Cotrubas, Aragall, Summers y Howell, y dirigiendo la Orquesta del Covent Garden (MELODRAM 60004); Sinfonía nº8 de Schubert dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 449745); selección de piezas de Johann Strauss padre e hijo dirigiendo la Filarmónica de Viena (SONY 48376); Der Rosenkavalier de Richard Strauss, junto a Fassbaender, Jones, Popp y Araiza, y dirigiendo la Orquesta del Estado de Baviera (PHILIPS 476809); La traviata de Verdi, junto a Cotrubas, Aragall, Bruson y Linsen, y dirigiendo la Orquesta del Estado de Baviera (MELODRAM 60009); Otello de Verdi, junto a Domingo, Cappuccilli, Cianella y Raffanti, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (OPERA D´ORO 7005; y con polémica incluida); Tristán e Isolda de Wagner, junto a Minton, Ligendza, Brilioth y McIntyre, y dirigiendo la Orquesta del Festival de Bayreuth (OPERA D´ORO 1457); y, finalmente, El cazador furtivo de Von Weber, junto a Leib, Adam, Janowitz y Schreier, y dirigiendo la Staatskapelle Dresden (DG 1433502). Nuestro humilde homenaje a este inolvidable y sensacional director de orquesta.
Este es uno de los casos -hermoso si se quiere- en que el hijo ha superado con creces al padre. No se trata de procurar establecer comparaciones odiosas en donde los puntos débiles (si es que los hay) serían los que prevalecerían, pero sí acotar que si Erich señaló el camino de la grandeza, Carlos lo transitó, obteniendo la misma.
Mi primer acercamiento a Carlos Kleiber se produjo hace muchos años, cuando apenas era un pequeño que se maravilló con los viejos discos de las Sinfonías Quinta, Sexta y Novena de Beethoven, mientras empezaba a ver programas de televisión que transmitían conciertos con diversos Directores. Mi pasión se despertó pronto por el mítico anciano de Salzburgo, paisano de Mozart. Los Festivales de 1987 y 1988 en la pequeña ciudad austríaca, fueron para mí como una revelación. Herbert von Karajan pasó a convertirse -junto con Beethoven y Wagner- en el tutor de mi «vida musical», si así puede llamársele.
Sin embargo, un concierto hubo que siempre llamó mi atención por la perfecta calidad sonora y el magnífico equilibrio que el sonriente Director extrajo a la formación orquestal, que no era otra que la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam. Nunca podré olvidar cómo ese fenomenal Carlos Kleiber, que el locutor presentó como el hijo del gran Erich, dirigió majestuosas versiones de las Sinfonías Cuarta y Séptima de Beethoven.
Fue allí que descubrí cuán hipnotizante fue siempre la calidad de Kleiber como Director. Hasta el día de hoy no recuerdo una sola versión suya, de cualquier obra, que me deje insatisfecho. Puede que exista, pero yo no la conozco.
El poder de Kleiber es tal, que en un seminario sobre la vida y la obra de Brahms al que asistí, el ponente se propuso presentar un ejemplo de la Cuarta Sinfonía por el propio Kleiber: el tiempo era reducido y sólo era posible presentar breves fragmentos de la música, para luego dar paso a los comentarios antes que el local fuera cerrado. Pues bien, apenas hubo comenzado la presentación en video, todo el auditorio fue arrebatado por esta versión, al punto que la Cuarta de Brahms llegó a su final como si fuera un concierto en vivo y en directo, con aplausos al final. El programa propuesto para el seminario se vio completamente modificado, pero todos sintieron necesidad de ver y escuchar la obra completa. Detenerla habría sido sacrílego.
Precisamente es la versión que dejas en el enlace.
Yo no soy amigo de la gesticulación en el podio por parte de un Director. Me luce hilarante tal cosa, haciéndole un flaco favor a la música (no hay más que ver a Simon Rattle la payasadas que hace). Pero en Kleiber resulta tan natural y espontáneo, además de la evidente calidad, que el asunto se torna un componente más, como le sucede a Leonard Bernstein.
Definitvamente, un mito.
Abrazos mi fiel Leiter.
Hay una serie de puntos que me gustaría matizar:
– No creo que Carlos superara con creces al padre. Erich Kleiber tuvo una trayectoria brutal en donde tocó todos los campo habidos y por haber. Carlos se ciñó a un repertorio extraordinariamente limitado.
– Una de las grandes paradojas de los Kleiber fue que Carlos abordó la «china maldita» de su padre: la música de Brahms. Nunca sabremos realmente por qué Brahms se le atragantó tanto a Erich.
– Existe un Carlos Kleiber discográfico (incluyendo formatos de vídeo) y otro de conciertos. Muchos han sido los críticos que han señalado que en los conciertos «no registrados» de Kleiber hay de todo: versiones geniales, versiones muy nerviosas y versiones en donde se pierde del todo. Kleiber era un tipo muy especial y emotivo, dependiendo mucho sus actuaciones de su estado de ánimo. De ahí que cancelara conciertos a última hora como si tal cosa. Si no estaba a gusto consigo mismo no dirigía. Y cuando, pese a todo, lo hacía, los resultados no eran realmente buenos.
Eso sí, cuando Kleiber tenía la tarde no había quien se le acercara. Su registros de Cuarta, Quinta y Séptima de Beethoven son, a mi humilde entender, muy difícilemte superables. Lo mismo digo de sus decenas de grabaciones de Der Rosenkavalier, cada una mejor que la precedente. Carlos Kleiber amaba la música como pocos, y cuando se producía ese milagro de ver su sonrisa segura sobre el podio y algún que otro elegante baile, el milagro tomaba tintes metafísicos. Por eso, a pesar de su escaso repertorio, de su ciclotimia a la hora de empuñar una batuta, de su aparente ligereza a la hora de marcar y matizar (tras unos ensayos en los que no se dejaba ni un compás sin analizar), Carlos Kleiber para mí es uno de los GRANDES, GRANDES, GRANDES. Al punto de afirmar, siempre desde mi modesta opinión, que de los TRES más grandes de siempre. No necesito repertorios inmensos ni multitud de conciertos para apreciar en su totalidad a un director. Sólo necesito que lo que toque, por poco que sea, resulte SUBLIME. Claro que sí, un mito.
Un abrazo, amigo y hermano Iván
LEITER
Me cuesta hablar de Kleiber,es un caso muy peculiar que me impulsa hacia la humildad y el respeto. El Kleiber de los 70 y de los 80 es grande, grande, grande. Si, Leiler, lo de la cuarta de Beethoven es totalmente espectácular y genial. Es el sonido y la arquitectura con la que que cualquier aspirante a dirigir sueña pero en general no encuentra, y se trata de un don total de si mismo, hasta perder los limites del lugar personal. Kleiber quiere volar con los violines, brillar con las estrellas, quiere ser viento, fuego, energía pura liberada…Pero es el drama del pájaro herido, y a nivel musical, del entregarse TOTALMENTE sin tener por detrás a los cimientos de una vida equilibrada emocionalmente hablando. Y por lo tanto una bajada a los infiernos la cual consigue acabar por la perdida de sentido. Los años 90, después del sublime 92 en Viena, son esto…
Un drama, un gran drama. Saludos desde Jerez !
Efectivamente, maestro Mounielou, es más o menos lo que he querido comentar acerca de cómo puede ejercer la influencia personal a la hora de tomar una batuta. No sé si sabrá que, cuando se le detectó el cáncer de próstata, los doctores le garantizaron a Kleiber una plena recuperación mediante una simple y nada complicada operación quirúrgica. Kleiber se negó.
Nunca, nunca sabremos lo que le pasó por la cabeza a este genial director durante sus últimos años de su vida. Tal vez tengamos que aplicar el mito de la serpiente: «seréis cómo dioses, conocedores del Bien y del Mal». Tal vez.
Un abrazo, Jean. Por aquí lloviendo…
LEITER
Desde el punto de vista espiritual se trata de un tema bien complejo. Quizas resulte más sencillo verlo desde un punto de vista clínico, como en el caso de Klemperer que se consideraba como un bipolar cíclico, o algo así (debía de ser realmente insoportable,,,). Cualquier corriente energética a la cual te entregas te tiene que volver como nutriente para el alma y para la persona humana. Lo primero es y debe ser la soberanía personal a nivel del ser y esto es algo que hay obligación de proteger, realmente es un deber. Donde se ve al Dr Böhm anclarse internamente cuando dirige, se ve a Keliber disolviéndose en lo que el mismo genera, perdiendo lo que los argentinos llaman el lugar, entregarse siempre desde el lugar, el lugar de uno mismo. Luego, debía de ser un verdadero infierno y no me sorprende tanto que de alguna forma se haya dejado morir, Me voy a Sevilla a ver si el tiempo nos deja un respiro !