El título podría haber incluido a algún colectivo como prefijo de fobia pero sería acotar el alcance de un problema que cada día más se va acrecentando.

Anteriormente me he referido a algunos arranques de xenofobia que con motivo de la crisis económica y el desempleo habían surgido en Inglaterra, Italia y también en España. Ahora surgen nuevos hechos que bajo otra cara reflejan más de lo mismo, a saber el caso de los minaretes en Suiza, el debate de la identidad nacional impulsado por Sarkozy, la novela por los crucifijos en España (quitar) y en Italia (poner en la bandera). Pero más allá de la exteriorización de turno existe una raíz (problema medular) en todos nosotros que es la negación/rechazo a los diferentes pues ello significa cuestionarnos a nosotros mismos en términos de nosotros o ellos. Concentrarse en quiénes somos «nosotros» destaca inmediatamente el concepto de «ellos» ¿Es peligroso eso? ¿Es necesario asumir ese riesgo para mejorar los procesos de integración? Se trata de una cuestión que trasciende las fronteras de los países y ofrece una lección política universal.

Las religiones, desde el comienzo de nuestros días, ha sido vehículo para canalizar el de odio con mayor o menor virulencia, más allá de lo que signifique en si para aquellos que las profesan y utilizada como estandarte reivindicativo que oculta otros pensamientos inconfesables. Todavía recuerdo cuando al amparo de nuestras “tradiciones occidentales y cristianas“ se secuestraba y mataba en Argentina en los años 70. Cierto es que ante situaciones de crisis nuestros gobernantes apelan a discursos populistas como el ser y la identidad nacional, nuestras costumbres, el patriotismo y otras hierbas para marear la perdiz y confundir a los ciudadanos, cuando la realidad es que ante la imposibilidad de dar respuesta a las verdaderas necesidades demandas se plantean falsos debates. Y esta metodología se da a todos los niveles, país, región, comunidad. Es curioso como cambia el comentario de los “expertos” cuando una misma conducta es desarrollada por un gobernante de una economía no desarrollada pues lo tildan de populista rozando con conductas dictatoriales.

La historia no es nueva pues si nos remontamos a los años 60 del siglo pasado y escuchamos el relato de aquellos que emigraron a Alemania y Suiza vemos que la acogida no fue tal y la integración casi nula independientemente del deseo de volver al terruño. ¿Será entonces cosa del que emigra o del que acoge? Definitivamente es del que acoge pues distinto es el relato de aquellos que emigraron por la misma época hacia las Américas y que si no se quedaron no fue por rechazo de la sociedad de acogida sino por propia decisión (económica, familiar o de otro tipo). Los esfuerzos de integración no pueden entenderse como de una sola vía (la del inmigrante); debe ser mutuo pues los beneficios también lo son. Lamentablemente los Estados-nación en los que vivimos han resuelto bastante bien la cuestión de los derechos y libertades de los individuos y de su igualdad ante la ley. Pero en lo que concierne a los derechos de los colectivos, de las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas todavía queda mucho camino por recorrer.

No estoy planteando un fuera barreras y Europa para todos. Mi planteo es que si aceptamos que estamos en un mundo globalizado ello significa reformular conceptos, reconociendo que las sociedades son dinámicas y que ese mismo dinamismo las enriquece. Confundir identidad con pertenencia es un error gravísimo y lleva al racismo. Reducir a alguien a una sola pertenencia es el vehículo para la persecución. El problema esta planteado por dos visiones diferentes de cómo abordar el fenómeno de la inmigración y aquí surge el elemento de la política (derecha/ izquierda) que hacen primar sus discursos invocando principios y postulados, manteniendo posturas de máxima, alejándose del sentir de la gente. Es decir, que tratan de formar conciencia en lugar de interpretarla, al punto que en la mayoría de los casos terminan instalando un problema donde no lo había. Tal por ejemplo el caso de Suiza, cuya población musulmana es de las más integradas dentro de Europa. Pero, claro, un detalle que no es menor es que la inmensa mayoría de ellos no vota por tanto a los partidos políticos, no les interesa como “mercado”. Pero el peligro mayor es que mientras los países se enredan en cuestiones de este tipo, hay una identidad que está de verdad en peligro: la europea, pues no puede haber 36 visiones diferentes del significado de ser europeo sino sólo dos: La nostálgica de un nacionalismo basado en el oficio de las retóricas populistas y rancias; o la audacia de una Europa de futuro: ésa es la elección.

Un saludo y buen fin de semana

THENIGER