Para poner fin a la confusión en torno al califato y a la segunda guerra civil, los dirigentes omeyas de Damasco proclamaron en 684 un nuevo califa, Marwan, procedente de la línea omeya de los Sufyaníes. Sin embargo, Marwan fallece un año después y es sucedido sin mayores complicaciones por su hijo Abd al-Malik, quien reinará hasta el año 705. Abd al-Malik se revelará como uno de los mejores califas omeyas, un gran político y administrador al que incluso se le conocerá como el segundo fundador del imperio omeya. Abd al-Malik restauró la unidad imperial rota por las disputas por el trono a raíz de la sucesión de Yazid e inauguró un importantísimo período de reformas que representará el punto álgido de la época omeya. Abd al-Malik no se valió exclusivamente del consenso para gobernar, sino que en muchas ocasiones puso en movimiento las armas, ya fuese para eliminar a los anti-califas — Ibn az-Zubair — o bien para emprender continuas expediciones contra Bizancio que entre otras cosas servían para tener bien entrenadas a sus tropas, las cuales tuvieron que hacer frente a numerosas guerras en el interior de Arabia y Siria. Abd al-Malik se mostró como un califa autoritario y distante, incluso de los jefes tribales, y se reservó para sí las decisiones más importantes. Bajo su mandato, el califato se hizo considerablemente más autoritario, jerárquico y burocrático.
Abd al-Malik fue un gobernante muy religioso que había pasado la mitad de su vida en la ciudad más piadosa de todo el mundo musulmán, Medina, en donde recibió una selecta educación religiosa. Se mostraba como un extraordinario conocedor del Corán y le encantaba mantener amistad con los más rectos creyentes y estudiosos (Recordemos que el otro gran califa omeya, Muawiya, sólo se convirtió al islam una vez que el profeta Muhammad había llevado a cabo con éxito la conquista de La Meca). En consecuencia, su vida privada respondió con bastante exactitud a los ideales musulmanes. Abd al-Malik se preocupó de los sentimientos religiosos de sus súbditos e hizo todo lo posible para que éstos pudieran conocer a fondo el Corán. Mostró sus intenciones de trasladar el culto de La Meca a Damasco para revalorizar la ciudad, así como el púlpito del Profeta, pero se vio obligado a desistir para no exacerbar los ánimos de los medinenses. En vista de ello, promovió entonces una serie de peregrinaciones a Jerusalén, a la única ciudad del mundo que entonces podía rivalizar con La Meca. Y allí mandó construir la Cúpula de la Roca, un claro símbolo de autoridad religioso-política.
Pero Abd al-Malik también se comportó como un político maquiavélico que sabía cómo poner en su sitio a las alborotadoras tribus del norte y que actuó sin escrúpulos, e incluso de una manera realmente cruel, contra todos aquellos que ponían en riesgo el califato. De esta manera, no dudó en asesinar con su propia mano a su primo cuando éste osó pretender su trono. Sin embargo, tampoco se mostró reservado a la hora de ayudar a sus parientes, mucho más que cualquiera de sus predecesores. A ellos les confió el puesto de gobernadores bajo una atenta vigilancia y no tuvo reparos en sustituirlos sin contemplaciones llegado el caso de una manifiesta y comprobada ineficacia. Tuvo una gran perspicacia para compensar al hijo del califa Yazid, excluido de la sucesión al califato, y borró cualquier problema futuro al respecto ofreciéndole en matrimonio a una hija suya (Por su parte, Abd al-Malik se casó con una hija de Yazid, Atika, quien se convirtió en su esposa predilecta).
El objetivo más importante perseguido por Abd-al-Malik fue el de restaurar la unidad del imperio y el califato. Puso fin a la guerra civil contra el anti-califa Zubair y posteriormente restableció la unidad del califato en el rebelde Irak. Para ambas empresas designó como comandante en jefe al temido Al-Hayay ibn Yusuf, un intrépido guerrero que pronto se convirtió en el más famoso general del imperio musulmán. Yusuf conquistó y sitió La Meca en el año 692 mediante una operación que le costó la vida al ya anciano anti-califa Zubair, quien trató de esconderse sin éxito en la mismísima Kaaba. Posteriormente Yusuf fue nombrado gobernador de Basora para controlar la provincia iraquí y someter a los rebeldes jarichíes. Finalizada esta operación con todo éxito, Yusuf fue nombrado virrey de todas las provincias orientales con poderes absolutamente dictatoriales. Una vez pacificado Irak, Yusuf se encargó de abrir una compleja red de canales para favorecer la agricultura. Además, supo ampliar los dominios hacia el este. Por otra parte, el califato amplió sus dominios en Occidente con la conquista de Cartago en el año 697 en una jugada maestra que puso a los beréberes de su parte y contra Bizancio. Abd al-Malik impulsó entonces como nadie la arabización de los territorios conquistados con el fin de hacer su imperio cada vez más independiente de influencias externas. Pero esta arabización tenía también una dimensión esencialmente religiosa que apuntaba de forma totalmente intencionada hacia la islamización. El califa quiso que todos los habitantes del imperio adquirieran conciencia de la unidad y singularidad del Estado Islámico. Para ello introdujo una serie de medidas que afectaron a la moneda, la lengua oficial y el arte.
La introducción de una moneda específicamente musulmana en sustitución del oro griego y la plata persa fue uno de los objetivos de la arabización e islamización. Para ello, a las tradicionales monedas sasánidas y bizantinas se les añadieron una serie de leyendas que en poco tiempo hicieron irreconocible la cruz que dichas monedas presentaban. En cuanto al papel moneda traído desde Egipto a Bizancio, se empezó a escribir sobre la cruz y la fórmula trinitaria que venía en la filigrana una leyenda sacada del Corán. Bizancio reaccionó ante esta provocación y amenazó con acuñar unas monedas de oro con graves insultos al Profeta. En respuesta a ello, Abd al-Malik ordenó la emisión de otras monedas de oro con sentencias coránicas relativas a la autoridad del Profeta. A la larga, pese a ciertas dificultades iniciales, el dinar árabe se fue abriendo paso en el comercio internacional como moneda de referencia.
La arabización e islamización también conllevó la introducción del árabe como lengua oficial en la administración en lugar del griego y del persa. Esta decisión tuvo una enorme carga simbólica para los no musulmanes, ya que hasta entonces habían considerado el árabe como una despreciable lengua beduina, incomprensible, impronunciable y propia de gente inculta. A partir de ahora, la gente culta de formación helénica o persa sólo podrá tratar en las cancillerías en árabe. Toda la documentación fiscal, contabilidad e informes administrativos comienzan a aparecer desde entonces en árabe. Al principio, los funcionarios gubernativos griegos y persas permanecieron en sus puestos debido a que era necesario entender el griego y el persa para poder trasladar todo al árabe. Debido a esa circunstancia, los funcionarios cristianos seguirán teniendo durante mucho tiempo influencia en la hacienda y por dicho motivo serán muy odiados. Pero esos antiguos funcionarios griegos y persas serán sustituidos una generación después por nuevos clientes de lengua árabe paradójicamente formados por aquellos. Se impone también el uso obligatorio del árabe para toda la ciudadanía. Sin embargo, las cosas no resultaron tan fáciles por un hecho tan simple como puntual: La lengua árabe se había contaminado con el paso del tiempo con muchos aportes sintácticos y estilísticos del griego y del persa. Se perfiló aquí un problema que incluso hoy en día sigue provocando grandes dificultades en el islam. El árabe clásico quedó reducido al ámbito de la literatura religiosa y se dio la circunstancia de que pocos árabes lo entendían. El Corán, debido a su anticuado lenguaje, sólo era vagamente comprendido por el pueblo en una circunstancia muy similar a lo que ocurría con el latín en la Iglesia medieval de Italia y España. Insistimos en que este problema aún tiene cierta vigencia en el mundo de habla árabe (No caigamos en el error de confundir el término árabe con musulmán: Un pakistaní habla urdú, que en absoluto tiene nada que ver con el idioma árabe, aunque comparta con los árabes la fe religiosa). De esta manera, el árabe actualmente hablado en Marruecos o en Argelia es del todo incomprensible para un árabe-parlante de Kuwait, por poner un ejemplo.
Si bien siempre se ha afirmado que el arte islámico asumió prácticamente todas sus formas y técnicas de la precedentes tradiciones artísticas de Oriente Próximo y de la cuenca mediterránea, no se puede negar en modo alguno la originalidad y singularidad del arte islámico (O, más bien, de las distintas tendencias regionales de dicho arte). Abd al-Malik tuvo bien claro que una de las exhibiciones del poder bizantino era precisamente la erección de construcciones monumentales. Por ello, el carácter cuasi-imperial del califato y la soberanía del Estado Islámico le obligó a tratar de imitar esta artística muestra de poderío y para ello nada mejor que el enclave de Jerusalén, a los ojos de judíos y cristianos. Hoy en día se da por sentado que la famosa mezquita jerosolimitana de Omar, la Cúpula de la Roca, no fue concebida por éste — que ni siquiera conquistó en persona Jerusalén — sino que fue iniciativa de Abd al-Malik. El califa omeya no llevó a cabo la construcción de una mezquita en sí — la Cúpula de la Roca, con su disposición circular y la roca sobresaliendo en el medio, en absoluto resulta viable para practicar el rito musulmán de oración — sino que concibió dicha construcción como un gran edificio simbólico. La finalidad fue meridianamente clara: Para mostrar al mundo que en ese enclave, el mismo en el que Abraham debía consumar el tremendo sacrificio de Isaac sugerido en un principio por el Dios de judíos y cristianos, ahora corresponde la primacía al islam, la religión que «ha liberado a la religión original de Abraham de sus falsificaciones cristianas y judías». Por eso, con intención triunfalista y propagandística, Abd al-Malik ordenó que se labrara a dos bandas circulares que rodean el domo una inscripción alusiva a la unidad y unicidad de Dios (Allah) contra la doctrina trinitaria cristiana de Dios. En esa inscripción se nombra también a Jesús, no como HIJO de Dios, sino como SIERVO de Dios acorde con los escritos coránicos. En cambio, Muhammad es ensalzado como profeta que — he ahí la nueva concepción — que intercederá por los suyos en el Juicio Final. La construcción de la Cúpula de la Roca va a tener enormes consecuencias en el posterior desarrollo del arte árabe hasta el punto en que toda nueva construcción va a tener un sentido esencialmente islámico y de acuerdo con la identidad de la comunidad musulmana.
Abd al-Malik murió en Damasco el 9 de octubre del año 705 tras haber nombrado sucesor a su hijo Walid. Su figura es considerada por todos los historiadores como fundamental en el desarrollo del islam como fenómeno político, social, religioso y artístico.
gracias a tu post leiter tengo ahora más claro el significado de la fórmula ritual «Alá y mahoma su profeta» que refuerza el concepto de Dios único musulmán contra nuestro dogma trinitario.
desconocía el carácter intercesor de mahoma el día del juicio final.
si conocía que Jesús para los musulmanes es un profeta, muy importante, pero solo un profeta. y es en ese carácter que en éfeso se respeta la morada donde según la tradición falleció la vírgen maría: «los musulmanes respetamos a las madres y a las mujeres, y mucho en este caso, ya que se trata de la madre de un profeta» fue lo que nos dijo nuestra guía en oportunidad de visitar ese santo lugar.
a propósito de las diferencias que tan bien señalás entre nacionalidad y religión islámica, bien vale tu observación: los cristianos -y más específicamente los católicos- a veces olvidamos que no es lo mismo un siciliano que un bávaro, si bien ambos pueden adorar al mismo Dios.
y a propósito de esta observación tuya entre las diferencias entre nacionalidad, lengua y religión, y referido esto al mundo islámico, creo que hay que seguir con gran atención los sucesos de túnez y egipto, por sus implicancias en la politica mundial y en la del medio oriente específicamente.-
Y tanto que hay seguirlos, Hugo.
Ojalá estemos asistiendo a un fenómeno similar al que se dio en 1989 con la caída del Muro y la posterior rebelión popular rumana contra Ceaucescu. El mundo árabe necesita de una vez por todas una clara separación entre estado y religión — unión muy aprovechada por los distintos tiranos que gobiernan estos países para justificar sus dictaduras — a semejanza de un modelo parecido al turco. El mundo musulmán necesita su particular Montesquieu. En mi opinión, los integrismos y fanatismos de origen musulmán sólo pueden resolverse mediante una política social que permita equilibrar las grandes desigualdades económicas existentes entre la población y mediante una libre elección religiosa individual desvinculada por completo del poder estatal (y, por supuesto, mediante un estudio profundo de la fundamentación histórica y teológica del Islam).
Ya veremos si lo de Túnez y Egipto va a más. El tema resulta ciertamente interesante.
Un abrazo, amigo Hugo
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