Ludwig van Beethoven, su vida
Hacia 1813 aparece en la vida de Beethoven un nuevo personaje cuya importancia será decisiva en los últimos años del compositor: Su sobrino Karl, hijo de su hermano Kaspar Anton Karl. En ese mismo año, el hermano del músico hizo una declaración jurada por la que, en caso de fallecer, su hermano Ludwig debía hacerse cargo de la crianza de su hijo en condición de tutor, siendo el propio Beethoven uno de los signatarios de ese documento. Ocurrió que cuando Kaspar falleció dos años después, en 1815, apareció un documento en el que se expresaba que Karl debía ser tutelado tanto por el compositor como por su ya viuda cuñada.
Beethoven se rebeló contra esta disposición póstuma y se dirigió a Landracht — Corte Suprema regional — para invocar su derecho a ser reconocido como único tutor de Karl. Tras obtener la custodia legal del muchacho, Beethoven tuvo que enfrentarse a la tenaz resistencia de la madre, quien apeló a una instancia superior en la que, cuatro años después, vio reconocidos sus derechos a compartir custodia. Esta batalla familiar no cesó hasta 1820, cuando Beethoven se dirigió a la más alta magistratura vienesa que finalmente resolvió a su favor. Pero en esta pelea legal que se prolongó más de cinco años, Beethoven invirtió demasiadas fuerzas, tiempo y dinero.
Y, paradojas de la vida, el muchacho por el que tanto había pugnado sería posteriormente una fuente de problemas constante para el músico. Algunos biógrafos se atreven a señalar este incidente como causa fundamental del deterioro físico que aceleró la muerte de Beethoven.
Durante unos años, el declive de las facultades del compositor se acrecentó, como ya hemos señalado, de manera harto preocupante. Su sordera era ya del todo irreversible y absoluta, siendo el único medio posible de comunicación la escritura en unos celebérrimos cuadernos de conversación en los que el interlocutor debía escribir lo que deseaba decir a Beethoven, contestando éste posteriormente por escrito o verbalmente según su estado de ánimo. Su situación doméstica se fue haciendo cada vez más problemática y su temperamento, ya de por sí receloso, se volvió irritable y suspicaz hasta límites extremos.
Ejemplo de ello muestran las frecuentes cartas que Beethoven intercambió con Nanette Streicher, su casera, vecina, patrona, mecenas e incluso paño de lágrimas, en las que el compositor daba cuenta de los problemas que a menudo mantenía con su servicio doméstico.
En una de las misivas, Beethoven declara sin pudor que a una chica que ejercía de cocinera le arrojó una docena de libros a la cabeza «como saludo de Año Nuevo…». Nada especial; en otra ocasión, la sufrida joven no debió de realizar alguna tarea al gusto de Beethoven y éste, como si tal cosa, le tiró «una silla que tenía junto a la cama, tras lo cual el resto del día transcurrió en paz». Parece ser que Nanette Streicher tuvo serias dificultades para proveer de servicio doméstico a Beethoven, dada la fama de irascible que paulatinamente se había ido creando.
Fue este un período en el que su capacidad creativa se redujo a niveles considerablemente bajos, ya que entre 1815 y 1820 apenas compuso media docena de obras, las Sonatas Op. 102 para violoncelo y piano, las Sonatas Op. 101, 106 y 109 para piano y el ciclo Canciones a la amada lejana. Mucho tuvo que ver con esto el enconado conflicto que mantenía con su cuñada por la custodia de Karl; Beethoven solía referirse a ella como «La Reina de la Noche», personaje de La Flauta Mágica de Mozart… Esta situación provocó lo que los biógrafos han coincidido en señalar como «segunda transición» antes de su tercer y magistral período creativo. La anterior transformación había estado íntimamente relacionada con la crisis derivada de su progresiva sordera y, en esta ocasión, la crisis le sobrevino de una forma diferente.
El proceso intimista que la música de Beethoven alcanzó en los últimos siete años de su vida tuvo escasa vinculación con los acontecimientos más mundanos. Su música fue el resultado de un continuo y lacerante dolor, más bien, de un «aprendizaje del dolor», toda vez que finalmente aquel sobrino por el que tanto había luchado se alejó de su tío, le humilló y rechazó su cariño. Sobre aquel trauma afectivo, Beethoven declaró en un escrito dirigido a Karl en 1825: –«Deseo que nunca te avergüences de tu ingratitud hacia mí; estoy sufriendo, es lo único que puedo decirte. Ten la seguridad de que nunca has recibido sino afecto y bondades por mi parte. ¿Sería injusto que yo desease lo mismo para ti, aunque fuese en pequeña medida? Incluso si llegaras a verme enfadado contigo, atribúyelo a mi gran ansiedad hacia tu persona…»–
Los años finales de la vida de Beethoven, los de la incomparable Novena Sinfonía y la no inferior Missa Solemnis, fueron los de su acercamiento hacia la figura de su hermano Johann, con quien el compositor había roto relaciones en 1812 como consecuencia de las vinculaciones que mantenía su hermano con una mujer de dudosa reputación y con quien terminó por casarse.
Sucedió que en 1826, después de un intento de suicidio de su sobrino Karl que llevó a Beethoven al borde del colapso absoluto, aceptó entonces visitar a su hermano Johann en Gneixendorf, una pequeña villa cercana a Viena en la Johann y su mujer vivían confortablemente gracias a la prosperidad de sus negocios. Allí pasó Beethoven dos meses en circunstancias nada beneficiosas para su salud. Aquejado de un fuerte enfriamiento que le obligó a guardar cama casi desde el día de su llegada, tuvo que regresar apresuradamente a Viena. Allí, su estado se agravó durante los primeros meses de 1827, viéndose incapaz de redactar sus propias cartas y debiendo dictar las mismas.
El 18 de marzo dictó su última misiva, una nota de agradecimiento a la Royal Philharmonic Society de Londres, comprometiéndose a escribir para ellos una décima sinfonía…
El día 23 su estado empeoró y se le administraron los últimos sacramentos. (Aunque Beethoven era católico, en ocasiones manifestó una tendencia claramente panteísta). Horas más tarde, Beethoven perdió todo indicio de conciencia, falleciendo en la mañana del 26 de marzo de 1827. Junto al lecho de muerte se encontraba su cuñada Therèse — mujer de Johann — y Anselm Hüttenbrenner. Como si se tratase de una maldita ironía del destino, la causa del fallecimiento, según la autopsia, fue debida a una cirrosis. (En la actualidad, algunos especialistas apuntan a que Beethoven abusó del «frasco» en estos últimos años como consecuencia de sus problemas afectivos. Esta hipótesis me parece, cuanto menos, precipitada y con pocos visos de ser verídica).
En la habitación, junto a la cama del difunto, se encontraron las cuartillas conocidas como «Carta a la amada inmortal», al lado de un retrato de Therèse von Brunswick, lo que contribuyó desde entonces a forjar la conocida leyenda amorosa. El entierro tuvo lugar el 29 de marzo y, gracias a los estipendios que fueron enviados por la Royal Philharmonic Society londinense, fue del todo imponente y lujoso, calculándose que asistieron al mismo unas 20.000 personas. En la misma fecha se celebraron los funerales, a los que asistió Schubert, y en donde el poeta Grillparzer leyó una oración fúnebre. Casi 60 años más tarde, en 1888, sus restos fueron exhumados y trasladados al Cementerio Central de Viena, en donde reposan en la actualidad al lado de la tumba de Schubert.
Beethoven es, posiblemente y junto a Mozart, el mayor referente de la música occidental. Creó el concepto popular de artista quien, separado de la sociedad, supera la tragedia personal para conseguir su propósito y convertirse en héroe. Su música, intensa e invariable, abarca todo tipo de emociones, desde la más deprimente melancolía hasta la más alegre celebración.
En ella refleja su creencia en el dominio de su espíritu individualista, enfatizando la expresión personal por encima del formalismo tradicional, abriendo con ello el camino hacia el pleno Romanticismo. Pero además, Beethoven fue el primero en establecer una carrera independiente desde sus comienzos, con su rechazo a servir a aristocráticos mecenas. Marcó un cambio — ya intentado anteriormente por Mozart — en el papel de los músicos, quienes pasaron de ser meros sirvientes a ser (o intentar ser) mediadores culturales independientes, creando para ello un modelo que siguieron posteriormente casi todos los compositores.
OBRAS de Ludwig van Beethoven
– 9 Sinfonías, destacando la 3, 4, 5, 6, 7 y 9
– 5 Conciertos para piano, destacando el 3, 4 y 5
– Un Concierto para violín
– Un Triple Concierto para violín, violoncelo y piano
– 11 Oberturas, destacando Egmont y Leonora nº3
– Música para obras de teatro, destacando Egmont
– Música para ballet, destacando Las criaturas de Prometeo
– 32 Sonatas para piano
– 17 Cuartetos de cuerda, destacando el 9, 14, 15 y 17, La Gran Fuga
– 10 Sonatas para violín y piano, destacando la 5, Primavera, y 9, A Kreutzer
– 5 Sonatas para violoncelo y piano
– 6 Trios para violín, violoncelo y piano
– Unas series de Variaciones para piano, destacando las Variaciones Diabelli
– Otras Obras de cámara
– Una Ópera, Fidelio
– 2 Misas, destacando la Missa Solemnis
– Fantasía Coral
– Ciclo de canciones An die ferne Geliebte (A la amada inmortal)
– 49 Arreglos de canciones populares
– 3 Cantatas y otras obras corales diversas
Es bonito saber que los restos de Beethoven y de Schubert reposan juntos.
Leiter, me gustaría saber qué opinión te merece Fidelio y por qué crees que es la única ópera que escribió Beethoven (por cierto, estoy ansioso por que empiece la sección operística; creo recordar que está prevista para después de verano).
Gracias y un abrazo
En efecto, la nueva sección sobre ópera estará disponible en octubre (Este bar cierra desde mediados de agosto hasta el uno de octubre, Dios mediante, que hay que dar descanso al personal…:-))
Para un compositor residente en Viena durante el último tercio del siglo XVIII y primero del siglo XIX escribir música coral era tarea más bien cotidiana. Sorprende por ello que Beethoven sólo escribiese 17 composiciones corales, incluyendo la Novena. Aunque Beethoven escribió mucha música para la escena, su relación con el teatro quedó reducida a Fidelio. En el mismo año que Beethoven acometió la composición de esta obra, se planteó también la redacción de otra pieza escénica, El fuego de Vesta, para la que compuso, al menos, una escena completa que no llegó a estrenarse en vida y que hoy en día es desconocida para una buena parte del público. Hemos de tener en cuenta que Beethoven desarrolló hasta tres versiones distintas de Fidelio en un espacio de tiempo que abarcó más de diez años. Posiblemente, superar todas las dificultades técnicas que se derivaban de esta obra cercenó sus propósitos de profundizar más en la ópera. No fue el único caso. Brahms, su sucesor natural, no escribió ni una sola nota de ópera pero nos dejó un grandioso Requiem Alemán.
Fidelio es una obra maestra que trata sobre el idealismo revolucionario y el poder redentivo del amor verdadero. Es una obra profundamente meditativa y generadora de reflexiones que necesita ser escuchada y contemplada en el escenario para poder apreciar lo mejor de sí misma. No es una ópera al uso, propiamente dicho, sino más bien de una monumental «sinfonía operística» (Perdón por tan exótica definición pero no encuentro otra más adecuada)
Un abrazo, Ángel
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Ok, muchas gracias por la explicación
Acabei de ler o seu artigo sobre Beethoven (III), que me pareceu desde logo muito bom. Em poucas palavras diz o que eu já conhecia de muitos livros, lidos desde a minha juventude. E não há nada como saber fazer uma síntese. Apenas como sugestão o destaque da 10ª Sonata para Piano e Violino, que inaugura um verdadeiro diálogo entre os dois instrumentos, bem como das Sonatas para Violoncelo e Piano, todas elas originais na forma e no conteúdo. De facto, antes de Beethoven não havia sonatas para esses dois instrumentos.
Um abraço.
Obrigado por seu comentário, António, e bem-vindo ao blog. Como cumprimento, eu acrescento o enlace com um fragmento da
Sonata nº10 pára violín e piano em Sol (G) maior, Op. 96 de Beethoven.
Um abraço
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