Virtuoso del contrabajo — llegó a completar los estudios de dicho instrumento en sólo cinco meses cuando lo habitual era cinco años — y adinerado hasta la médula luego de su feliz enlace matrimonial con Natalie Ushkov, la hija de uno de los más ricos comerciantes rusos de la época, Sergei Koussevitzki no fue en absoluto un modelo convencional de director de orquesta. Dotado además de una facilidad pasmosa para asumir cualquier concepto musical y espoleado por una insaciable capacidad de trabajo e iniciativa, Koussevitzki siempre persiguió aquello que más le interesaba y nunca se aventuró en empresas que no eran de su gusto, gracias en buena medida a su envidiable solvencia económica. Fijó su punto de mira en la Orquesta Sinfónica de Boston y en 1924 ya era su director titular. Durante los 25 años que estuvo al frente de la misma apenas consintió que la formación fuese dirigida por maestros invitados. Era su proyecto y sólo él quería adjudicarse la paternidad del mismo. Frente al éxito que lograban en los EEUU los maestros procedentes de Centroeuropa, Koussevitzki fue el único director ruso que tuvo una importante y duradera posición de poder. La gran diversidad de la actividad musical de los EEUU en nuestros días siempre estará en deuda con Sergei Koussevitzki.
Sergei Alexandrovich Koussevitzki nació el 26 de julio de 1874 en Vyshni Volochok, al norte de Moscú. De familia judía, sus padres eran músicos profesionales y desde niño recibió de aquellos lecciones de violín, violoncelo, piano y trompeta. A los catorce años recibió una beca para estudiar en el Instituto Músico-Dramático de la Filarmónica de Moscú y por ello se vio obligado a recibir el bautismo cristiano, ya que a los judíos no se les permitía entonces vivir en Moscú. Allí estudia teoría de la música y contrabajo con el profesor Rambusek, logrando graduarse de este aparatoso instrumento en sólo cinco meses. A los veinte años ingresa como contrabajista en la Orquesta del Teatro Bolshoi y siete años después, en 1901, sucede a su antiguo profesor Rambusek como primer contrabajista de la institución. En ese mismo año ofrece su primer recital en Moscú y un año más tarde contrae matrimonio con la bailarina Nadieschda Galat. En 1903 logra un éxito arrollador durante un recital celebrado en Berlín y ya desde entonces es considerado el mejor contrabajista del mundo. Con la ayuda del compositor Reinhold Glière, Koussevitzki compone un popular Concierto para contrabajo que es estrenado en Moscú en 1905. En ese mismo año, Koussevitzki se divorcia de Nadieschda Galat y contrae nuevo matrimonio con Natalie Ushkov, la hija de un riquísimo comerciante de té. La vida de Sergei da un giro de 180 grados y, en su nueva y acomodada situación social, renuncia a su empleo como contrabajista en el Bolshoi y se marcha junto con su millonaria mujer hasta Berlín, en donde estudia dirección orquestal con Arthur Nikisch (Koussevitzki consiguió ser aceptado como alumno particular cuando se ofreció a pagar «desinteresadamente» las numerosas deudas que solía contraer con el juego el mítico director germano).
Koussevitzki siguió ofreciendo recitales de contrabajo en Berlín y practicando el arte de la dirección con una orquesta de estudiantes que pagaba de su bolsillo (Más bien, del bolsillo de su señora). En 1908 debuta al frente de la Filarmónica de Berlín con un éxito memorable al que ciertamente también ayudó a que en el mismo actuase un tal Rachmaninov como pianista. De vuelta a Rusia, Koussevitzki funda su propia orquesta y se erige, uniendo en su persona la figura de director y editor, en un ferviente pionero de la tendencia moderna de la música rusa de la época, ocupándose en persona de editar y difundir la obra de compositores como Scriabin, Medtner, Stravinski, Prokofiev, Rachmaninov o Lourié. Durante al menos una década, entre 1910 y 1920, alternó esta actividad de manager con la de sus giras como solista de contrabajo por toda Europa. Sin embargo, la orquesta por él fundada tuvo que disolverse como consecuencia de las turbulencias revolucionarias. En 1920 acepta el ofrecimiento de dirigir la Orquesta Nacional de Petrogrado, pero Koussevitzki no estaba llamado a protagonizar ningún experimento con las nuevas autoridades de la URSS. Ese mismo año abandona Moscú vía Berlín y se instala en París, provocando la felicidad del público francés con la fundación de los llamados Conciertos Koussevitzki, cuyo aplomo progresista se expresaba inequívocamente en las interpretaciones de las orquestaciones de Ravel — Cuadros de una exposición de Mussorgski — y en las obras de Honegger, Prokofiev y Stravinski. Pese a recibir ciertas ofertas de Norteamérica, Koussevitzki se muestra obsesionado con dirigir la Boston Symphony. La oportunidad le llega en 1924 al ser propuesto como sustituto de Pierre Monteux en dicha formación. Koussevitzki se mantendrá como titular de la Orquesta Sinfónica de Boston durante todo un cuarto de siglo.
La era de Koussevitzki en Boston resultó fundamental para que la orquesta de dicha ciudad fuese incluida en el selecto grupo de las Big Five norteamericanas un año después de que Koussevitzki abandonase la titularidad. En Boston no estaban acostumbrados a una programación marcadamente alemana — como así lo era en otras formaciones — por lo que nadie se molestó por los acentos ruso-franceses que mostraban los programas de Koussevitzki. Pero además, Koussevitzki mantuvo un enorme compromiso con la música contemporánea y muy especialmente con la norteamericana. En 1936 crea el Festival de Tanglewood, un programa de conciertos de verano y de cursos docentes que alcanzaría un enorme prestigio en parte gracias a las becas otorgadas a los estudiantes que demostraban un gran nivel, como Leonard Bernstein, Samuel Adler o Mario Lanza. También realizó una excelente labor discográfica — aunque sin llegar a la abundancia de otros colegas emigrados a los EEUU — merced a su contrato con el sello RCA. Una de sus especialidades fue la ejecución de los Cuadros de una exposición de Mussorgski-Ravel, obra musical sobre la que Koussevitzki mantuvo una exclusiva de grabación hasta el día de su muerte. Asimismo, la Fundación Koussevitzki, fundada en 1942, fue la encargada de patrocinar obras que hoy en día forman parte del repertorio de todas las grandes orquestas, como el Concierto para orquesta de Bartok, la Sinfonía Turangalila de Messiaen o la ópera Peter Grimes de Britten. Prácticamente retirado de cualquier actividad desde el día en que cedió el testigo de la Boston Symphony a Charles Munch, el infatigable maestro ruso — nacionalizado norteamericano desde 1941 — falleció el 4 de junio de 1951 en Boston.
Pese a la incuestionable labor artística desarrollada por Koussevitzki durante el cuarto de siglo en que permaneció al frente de la Orquesta Sinfónica de Boston, en sus principios su labor transcurrió repleta de fricciones y conflictos. Su estilo de dirección, autoritario e intolerante, no fue aceptado por unos músicos que le veían como a un verdadero profano, como a un director que se comportaba como Toscanini sin disponer del dominio soberano de la materia que se exigía a cualquier director de primera categoría. No sabía tocar el piano ni tampoco era capaz de leer partituras complicadas a primera vista. Circuló el rumor de que Koussevitzki se las apañaba para «estudiar» las partituras más difíciles haciendo que se las ejecutasen al piano. De esta manera, hasta que Koussevitzki lograba «asimilar» la obra, se sucedían numerosas repeticiones. Sus errores en los ensayos eran sonados y provocaban escenas ciertamente desagradables que delataban una profunda carencia relativa a sus conocimientos sobre la técnica de la dirección orquestal (Algo parecido le sucedía a Sir Thomas Beecham, otro famoso autodidacta de la dirección). Tal vez por ello, siempre se mostró remiso a que «su» orquesta fuese dirigida por directores invitados.
Sin embargo, la carrera de Koussevitzki demostró lo diversas que pueden ser las posibilidades de la fuerza de convencimiento y de imposición directiva, y lo poco que pueden suponer dentro de un catálogo de cualidades determinadas. Más que el dinero, que una cuestionable técnica de batuta, que un sospechoso conocimiento adquirido de oficio o de una dudosa habilidad en el trato con los profesores, en el caso de Koussevitzki resultaron decisivos una desbordante pasión por la música y un fanatismo por representar una y otra vez obras conocidas o desconocidas siempre de una forma nueva y viva. De esta manera consiguió meterse al público en el bolsillo y configurar una personalidad del todo carismática sobre el podio. Su forma de producir música fue marcadamente afectiva aunque no siempre supo encontrar el núcleo estructural de las obras que interpretaba. De cualquier manera, siempre ofreció unas versiones tan atractivas como interesantes. Si en la actualidad el mundo musical de los EEUU se muestra extraordinariamente diversificado y relativamente poco conservador, en buena medida hay que atribuirlo a la resuelta labor de Koussevitzki.
Dentro del legado discográfico de Sergei Koussevitzki podemos destacar las siguientes grabaciones (Los distintos enlaces que vienen a continuación no han de corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra ejecutada): Obertura Académica de Brahms, dirigiendo la Sinfónica de Boston (NAXOS 8111283); Concierto para violín de Brahms, acompañando a Jascha Heifetz y dirigiendo la Sinfónica de Boston (IDI 6382); Sinfonía nº5 de Chaikovski, dirigiendo la Sinfónica de Boston (EMI 75118); Obertura de Romeo y Julieta de Chaikovski, dirigiendo la Sinfónica de Boston (RCA 16753); Concierto para violín de Martinu, acompañando a Mischa Elman y dirigiendo a la Sinfónica de Boston (Grabación pirata); Concierto nº2 para violín de Prokofiev, acompañando a Jascha Heifetz y dirigiendo la Orquesta Sinfónica Centennial (MUSIC & ARTS 1101); Sinfonía nº1 de Prokofiev, dirigiendo la Sinfónica de Boston (PEARL 9487); Sinfonía nº1 de Schumann, dirigiendo la Sinfónica de Boston (PEARL 9037); Sinfonía nº2 de Sibelius, dirigiendo la Sinfónica de Boston (PEARL 9408); Sinfonía nº7 de Sibelius, dirigiendo la Sinfónica de Boston (PEARL 9408); Preludio de Lohengrin de Wagner, dirigiendo la Sinfónica de Boston (NAXOS 8111283); Obertura de El holandés errante de Wagner, dirigiendo la Sinfónica de Boston (NAXOS 8111283); y finalmente Preludio al acto I de Parsifal de Wagner, dirigiendo la Sinfónica de Boston (NAXOS 8111283). Nuestro humilde homenaje a este gran director.
Koussevitzki era oportunista, hábil hombre de negocios o amante del Arte a cualquier precio? Cuál será la respuesta correcta?
Para lo que nos interesa, que es la Música misma, creo que poco importa dilucidar tal cuestión. No se puede desconocer su aporte a la difusión cultural por medio del disco grabado. Ningún legado puede desecharse basado en concepciones que nada tienen que ver con el asunto. Y si la esposa judía de Koussevitzki accedía a poner de su dinero para impulsar la carrera discográfica de su esposo, quiénes somos nosotros para reprochárselo?
Curioso asunto el hecho que Koussevitzky no tocase el piano ni pudiera leer partituras difíciles a primera vista. Pero creo que eso no desmerece en su labor como Director. Si puso alma, corazón y vida en su orquesta, sin duda ello dejó buenos frutos, aunque sus grabaciones puedan en determinado momento ser objeto de críticas.
No deja de ser llamativa en todo caso, la trayectoria de Koussevitzki. No la conocía en absoluto.
Excelente entrada, Leiter. Muy bien redactada y justo homenaje.
Mi fuerte abrazo.
Lo has expresado de maravilla, amigo Iván. Se podrá criticar todo lo que se quiera de Koussevitzki como director pero su labor en América es del todo incuestionable. Y no sólo en América, sino para la difusión de la música en general.
Mi abrazo, Iván
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