No es lo mismo iniciarse en la carrera de dirección orquestal en un país de gran tradición musical, como Alemania o Austria, que hacerlo en otro que carezca incluso de formación específica en dicha materia. En este último caso el mérito es mucho mayor para el futuro artista, si cabe. En España, la moderna dirección orquestal se inició con la primera figura de cierto nivel internacional, Enrique Fernández Arbós, famoso violinista que llegó a dirigir en Londres, Moscú y Nueva York y cuyo nombre aparece ligado a la Orquesta Sinfónica de Madrid. Otro gran director de aquella primera época fue el lorquino Bartolomé Pérez Casas, director de la Orquesta Filarmónica de Madrid y más tarde primer titular de la Orquesta Nacional de España. En Barcelona surgieron maestros de la talla de Juan Lamote de Grignon, Pau Casals — refiriéndonos a su labor de director — y Eduard Toldrá. Pero sin duda alguna, el director español que alcanzó mayor dimensión internacional no fue otro que Ataúlfo Argenta. Tras su prematura muerte en 1958, el único director español que mantuvo una considerable relevancia internacional en los años inmediatamente posteriores fue Enrique Jordá, un maestro que decidió buscar nuevos horizontes artísticos fuera de España y que acabó por adquirir la ciudadanía norteamericana. Su figura, pese a estar un tanto olvidada actualmente en España, merece una necesaria y justa reconsideración.
Enrique Jordá nació el 24 de marzo de 1911 en San Sebastián e inició sus estudios musicales en su ciudad natal para más tarde trasladarse hasta Madrid, ciudad en donde amplió su formación tanto humanística como musical en el Conservatorio y en la entonces Universidad Central de la capital española. De aquí partió hasta la Universidad de la Sorbona y el Conservatorio de París, en donde estudió bajo la tutela de los profesores Dupré y Ruhlmann. Sus inicios como director se iniciaron en 1938 al debutar con la Orquesta Sinfónica de París y posteriormente en Bruselas. En los primeros años de la posguerra española, un ambiente musical tendente al triunfalismo y ávido de encontrar figuras benefició sin duda a Jordá, un músico de excelente formación para los tiempos que entonces corrían por España. Cuando Jordá sólo contaba con 28 años de edad fue contratado como director ocasional por la Orquesta Sinfónica de Madrid, obteniendo unos clamorosos éxitos en el Teatro Monumental que le sirvieron para ser nombrado director titular en 1940. Con todo, la difícil situación de la formación tras la Guerra Civil unida al hecho de la creación de la Orquesta Nacional de España provocaron que Jordá no acabara de integrarse del todo en el ambiente musical español, con lo que en 1945 abandonó la formación pese a la incontestable realidad de sus éxitos. Desde entonces, Jordá decidió continuar su trayectoria artística lejos de España y así, en 1948, fue nombrado director titular de la Orquesta Sinfónica de Ciudad del Cabo, en Suráfrica. En este exótico destino Jordá logró casi triplicar los abonos para sus conciertos y se tuvieron que abrir listas de espera ante la enorme demanda. Jordá además amplió la formación con nuevos efectivos y, según la opinión unánime de la crítica, la orquesta nunca había sonado tan bien hasta la llegada del maestro español.
Pero el gran salto de calidad en la trayectoria de Enrique Jordá sobrevino en 1954, año en que abandonó Suráfrica para asumir la titularidad de la Orquesta Sinfónica de San Francisco sustituyendo al legendario Pierre Monteux. Durante la temporada anterior ya había dirigido a la formación californiana como invitado y su nombramiento como titular fue toda una sorpresa. Si bien Jordá comenzó de una forma estupenda en su andadura norteamericana, no es menos cierto que también tuvo a una serie de detractores, encabezados por el columnista Herb Caen, que no pararon en su empeño de menospreciar la labor del maestro español. De esta forma, a Jordá se le acusó de hablar más en los ensayos que de dirigir propiamente. Se dijo también que era muy desorganizado y que todo lo dejaba a la inspiración momentánea del concierto. Sin embargo, lo realmente cierto es que Jordá renovó su contrato en 1958 y los profesores de la orquesta llegaron a firmar un manifiesto de apoyo al maestro ante las crecientes críticas recibidas. En 1963, Jordá renunció a los dos años que le quedaban de contrato alegando que una pequeña oposición a su labor en la orquesta había acabado por perjudicar la estabilidad de la misma. Tras su dimisión, los columnistas Alfred Frankenstein y el ya citado Herb Caen sostuvieron una fortísima disputa en sus respectivos medios que puso de manifiesto la campaña de desprestigio que Caen había desarrollado en su columna de The Chronicle. Un mes después de dirigir su último concierto con la Sinfónica de San Francisco, habiendo sido sucedido por Josef Krips, Jordá adquirió la nacionalidad estadounidense.
Tras su renuncia a seguir dirigiendo como titular en San Francisco, Jordá inició una exitosa carrera como director invitado que le llevó a dirigir las principales orquestas de Europa hasta que en 1970 asumió la dirección de la Orquesta Filarmónica de Amberes (actualmente conocida como de deFilharmonie o Royal Flemish Philharmonic) hasta 1975. En 1973, Jordá realizó una exitosa gira europea con la Orquesta Sinfónica de San Francisco que prácticamente supuso su despedida como director. No obstante, en 1982, al crearse la Orquesta Sinfónica de Euskadi, el maestro Jordá fue requerido por sus paisanos para acceder al podio como primer director del conjunto vasco, aunque su labor fue más de asesoramiento. Tras una transfusión de sangre que se complicó hasta extremos fatales, Enrique Jordá falleció en su residencia de Bruselas el 18 de marzo de 1996.
Enrique Jordá fue uno de los más grandes directores de orquesta surgidos en España y su labor fue reconocida internacionalmente en los distintos círculos musicales. Hombre de una extraordinaria cultura, Jordá unió a una seria preparación técnica un temperamento especialmente sensible en su modo de entender la música. Con especial brillo y energía, Jordá cultivó un repertorio basado en los clásicos de mayor peso específico y llevó a cabo una moderada incursión en la música contemporánea, con estrenos de obras de Milhaud, Harris y Rodrigo. En 1969 sacó a la luz un interesantísimo libro, El director de orquesta frente a la partitura, en donde realiza un ameno bosquejo de la interpretación orquestal en base a una muy documentada historia de la dirección orquestal y de la evolución de la anotación musical. Según sus propias reflexiones en dicho libro, «para cumplir con su cometido, el director debe estudiar la partitura y posteriormente comunicar a los ejecutantes su concepto de la obra, transmitiendo durante el concierto el mensaje de la misma. La realización de estas tres fases requiere conocimientos que van desde la composición musical hasta la psicología; desde el dominio de un instrumento hasta la metafísica; del conocimiento de ciertos fenómenos físicos hasta las ciencias históricas y las disciplinas estéticas. A diferencia de con las artes plásticas, la música requiere de un intérprete entre la creación de la obra y su exposición hacia el público. Para que una obra musical posea vida real es necesaria una ejecución de la misma. Sin este movimiento, la obra no existe más que en estado latente e ideal».
De entre la producción discográfica debida a Enrique Jordá podemos mencionar las siguientes grabaciones. (Advertimos que los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Preludio de La damoiselle de Debussy dirigiendo la Orquesta Sinfónica Nacional (DUTTON B5CZ8); El aprendiz de Brujo de Dukas dirigiendo la Orquesta Sinfónica Nacional (DUTTON B5CZ8); Danza Andaluza de Granados (versión orquestada) dirigiendo la Orquesta del Conservatorio de París (DECCA 7755); Sinfonía nº36 de Mozart dirigiendo la Sinfónica de Londres (BEULAH referencia desconocida); Preludio de Khovantchina de Mussorgski dirigiendo la Sinfónica de Londres (BEULAH referencia desconocida); y, finalmente, Concierto del Sur de Ponce, junto a Andrés Segovia y dirigiendo la Orquesta Sinfónica del Aire (DG 471430). Nuestro humilde homenaje a este excepcional director español.
Resulta siempre un enigma insoluble, cuando se piensa en que un concierto es el necesario resultado de fervorosos y minuciosos ensayos previos, sin los cuales el desastre en la interpretación frente al público será inevitable, pero a la vez aparecen en el listado de grandes directores aquellos que sin necesidad de tanto, hacen una gran labor musical.
No se olvide el caso de Knappertsbusch -que odiaba todo ensayo- pero cuya batuta era magistral.
Jordá ha resuelto el misterio. Para él todo se basa en el conocimiento del director -lo cual puede deducirse de su brillante párrafo, aquí citado. Nótese cómo el maestro español insiste en abordar una obra desde lo físico -la partitura- hasta llegar a su espíritu, cuando habla de la psicología y la metafísica. Todo ello no es más que el obvio continuum que yace en cada elemento de la Creación, y que va desde lo tangible a lo no tangible: todo lo existente, es su propio plano de existencia, está dotado de consciencia.
He ahí el secreto. La dificultad es poder transmitir esa idea a un conjunto, de forma a hacerlo pensar como aquel que intenta comunicar en el pobre lenguaje humano, lo que constituye una verdad del conocimiento universal.
Loable desde todo punto de vista.
Personajes como Jordá, son una reivindicación de una simple pero inmensa plabra: Verdad.
Enhorabuena.
Naturalmente no significa que el director que agota a sus músicos con ensayos puntillosos, no conozca la música y su sentido. Apenas son vías distintas de expresión.
Mi fuerte abrazo, amigo y hermano Leiter.
¡agistral comentario! No puedo estar más de acuerdo. Perdona que haya tardado tanto en contestar, a migo y hermano Iván. Estoy muy liado y fatigado por los motivos que ya sabes.
Mi abrazo más sincero
LEITER.·.
Tengo que reconocer que no conocía a Jordá. El extracto del libro me parece asolutamente extraordinario, y por supuesto estoy de acuerdo con el comentario del profesor Paixao. Pero fijense en una cosa: con su perspectiva peculiar Jodá nos ofrece un primer movimiento de la 36 que es una maravilla de respiración y fraseo, algo realmente exquisito y sumamente equilibrado. Y Por otro lado también tenemos cerca la entrada sobre Markevitch, con mucho hablar él del gesto y del alumnado, pero con una Liebestod que respira al revés. Dsede luego me quedo con Jordá, una no, mil veces !! Un abrazo, Jean François