Entre las más recordadas representaciones del dúo formado por la soprano Maria Callas y el tenor Giuseppe di Stefano en La Scala durante los años cincuenta del siglo pasado se conserva un memorable registro discográfico de Tosca que constituye uno de los momentos más estelares de toda la historia de la fonografía. El desgastado arte sonoro de Puccini en esta grabación no presenta el tradicional brillo de lentejuelas y oropel, sino que aparece inspirado por cada fibra de la acción dramática e integrado en ella. De esta forma, el sonido diferenciado de la orquesta se relaciona con los cantantes de un modo insospechado y se convierte en un actor más del drama. La dirección musical de esa representación mostró, como ningún otro director lo había hecho antes ni después (Karajan incluido), la gran riqueza sensual de la paleta de colores orquestales de Puccini. La Scala alcanzó con aquella representación de Tosca, en donde el reparto de papeles fue sencillamente magistral, un nivel que ya fue casi imposible de superar en los tiempos venideros. Tal vez algunos aún recuerden que el director de aquella representación fue Victor de Sabata.
Victor de Sabata nació el 10 de abril de 1892 en Trieste, localidad en aquel entonces perteneciente al Imperio Austro-Húngaro y en la actualidad bajo administración italiana. Hijo de un conocido profesor de canto, Victor inició sus estudios de piano a los cuatro años de edad y en 1900 ingresó en el Conservatorio de Milán, institución en la que obtuvo las máximas calificaciones en violín, piano, teoría y composición, en un claro reflejo de su enorme y casi innato talento musical. Un año después tocó en una orquesta que fue dirigida por Toscanini y presentó también sus primeras composiciones propias. En 1917 La Scala vio el estreno de su ópera Il macigno, obra que fue representada con cierta asiduidad durante los años siguientes. Desde ese momento, Sabata acometió su carrera musical en la triple vertiente como director, solista virtuoso y compositor. De esta forma, en 1918 y con tan solo 26 años cumplidos, Sabata se convirtió en el director musical de la Ópera de Montecarlo, una institución que gozaba de una excelente fama y en donde Sabata destacó como un director muy innovador que programaba obras del más moderno repertorio. En 1921 fue también nombrado director de la Academia de Santa Cecilia en Roma, con lo que a muy corta edad Sabata podía presumir de dirigir dos de las más importantes instituciones musicales italianas. Invitado también con frecuencia a dirigir en La Scala, en 1927 Sabata viajó hasta los EEUU para sustituir temporalmente a Fritz Reiner en la Orquesta Sinfónica de Cincinnati, circunstancia que volvió a repetirse al año siguiente. A partir de 1930 Sabata fue el principal director del coliseo milanés en sustitución de Toscanini, maestro que además convenció a Sabata para que siguiera en el cargo luego de haber aclarado unos pequeños problemas que ocasionaron una temporal negativa de Sabata a dirigir allí. Durante el período del fascismo italiano, a partir de los años treinta, Sabata dirigió en Italia y otros países de Europa y fue considerado el director representativo del régimen frente a un Toscanini que eludió siempre las dictaduras. También destacó en la Alemania nazi como director invitado de conciertos — aspecto que por raro que pueda parecer no impidió que Sabata fuese constantemente requerido en los EEUU — y por ser el segundo director italiano tras Toscanini en dirigir en Bayreuth (por otra parte, muchos especialistas tampoco se explican como a Sabata, director que presentaba antecedentes judíos, se le permitió trabajar en Alemania). Lo cierto es que allí Sabata trabó una excelente relación con Herbert von Karajan e incluso ayudó al mítico director germano a instalarse en Italia tras la Segunda Guerra Mundial (y paralelamente también perdió su amistad con Toscanini debido a sus simpatías con Mussolini).
Concluida la Segunda Guerra Mundial, la carrera de Sabata adquirió una relevante proyección internacional pese a que en ningún momento se mostró arrepentido de haber sido colaborador del régimen fascista italiano (es más, en años posteriores Sabata siempre manifestó su admiración por Mussolini). Sabata fue constantemente requerido para dirigir en Londres y EEUU, comenzando además una fecunda etapa de grabaciones discográficas. Durante un registro de dichas grabaciones, Sabata sufrió un infarto y por ello se vio obligado a reducir su actividad como director. Relevado de La Scala por Carlo Maria Giulini en 1953 — algunas voces críticas afirman que Sabata, además de sus problemas de corazón, sufrió un ataque de celos artísticos ante el triunfo de Bernstein durante una representación en la que el director norteamericano tuvo que sustituirle — Sabata permaneció no obstante vinculado al teatro lombardo en calidad de director artístico y administrativo. En esa misma época tuvo lugar la esperada reconciliación con Toscanini durante una representación ofrecida por éste. Si bien Sabata dirigió algunos conciertos y funciones a partir de esas fechas, centró buena parte de su actividad a la composición aunque sin obtener los mismos éxitos que como director (el avispado productor británico Walter Legge le sugirió que completase un nuevo final de Turandot para ser registrado con la Philharmonia Orchestra, proposición que finalmente quedó en agua de borrajas). Un tanto retirado de la actividad pública durante sus últimos años por sus cada vez más severos problemas de salud, Victor de Sabata falleció en Santa Margarita de Liguria el 11 de diciembre de 1967.
Victor de Sabata supo combinar como director el temperamento y la precisión de Toscanini con una constante preocupación para clarear al máximo los distintos los colores orquestales. Sobre el podio, su inicial y aparente tranquilidad se transformaba del todo y exhibía un catálogo de recursos expresivos que iban desde el baile hasta una gesticulación del rostro ciertamente barroca. Poseedor de una memoria increíble, Sabata siempre dirigía sin partitura incluso en los ensayos (a las doce horas de haber recibido la partitura de El niño y los sortilegios de Ravel, obra cuyo estreno mundial le fue confiado en 1925, Sabata ya se la sabía de memoria y prescindió de la partitura durante la presentación). Sin embargo, su estilo de dirección no siempre era bien recibido por algunos colegas, como Toscanini, quien criticó la rimbombante gesticulación exhibida por Sabata en sus años más jóvenes. No deja también de ser una paradoja que Puccini, uno de los compositores mejores interpretados por Sabata, declarase en 1920 que el director de Trieste era un buen músico, sin duda, pero que no sabía dirigir sus obras. No es en absoluto sorprendente que, como buen italiano, el peso principal del repertorio de Sabata recayese en la ópera. Verdi y Puccini fueron sus piedras de toque, aunque el directo dramatismo de las más tempranas composiciones del primero le interesó menos que las complejas texturas de obras posteriores. Algo parecido le ocurrió con Puccini, al que presentaba sin los habituales sentimentalismos y trivialidades de una fórmula verista que nunca llegó a encajar bien con muchas de sus óperas, compuestas más allá de este convencionalismo estilístico. Por otra parte, Sabata tuvo unos excepcionales conocimientos de instrumentación y en muchas ocasiones indicaba a los profesores el mejor procedimiento para ejecutar un pasaje complicado. En una ocasión un violoncelista le alertó de la imposibilidad de ejecutar un pasaje debido a su insalvable dificultad técnica. Sabata tomó el instrumento y tocó el fragmento con suma facilidad, para asombro de todos los profesores de la orquesta. Exactamente lo mismo ocurrió en otro momento con un solista de trompa. En opinión de muchos profesores de La Scala, acostumbrados a ser dirigidos por figuras de la talla de Toscanini, Furtwängler, Karajan, Giulini… Sabata fue el mejor de todos, un director que parecía proceder, por su aspecto elegante y aristocrático, del Senado Romano en los tiempos de Julio César.
De entre la producción discográfica debida a Victor de Sabata podemos mencionar las siguientes grabaciones (advertimos que los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Sinfonías nº3, 5 y 8 de Beethoven dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (URANIA 142 e IDI 6361); Obertura de El carnaval romano de Berlioz dirigiendo la Filarmónica de Londres (MAGIC MASTER 37086); Sinfonía nº4 de Brahms dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 423715); Concierto para violín de Brahms, junto a Nathan Milstein y dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (ARCHIPEL 86); Tosca de Puccini, junto a Callas, Di Stefano, Gobbi y Calabrese, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (EMI 66815 – grabación memorable e histórica); Sinfonía nº1 de Sibelius dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (URANIA 155); Macbeth de Verdi, junto a Barbesi, Caselli, Tajo y Tommasini, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (EMI 66447); Obertura de Las vísperas sicilianas de Verdi dirigiendo la Filarmónica de Viena (IDI 6416); Tristán e Isolda de Wagner, junto a Prandl, Lorenz, Cavelti y Björling, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (ARCHIPEL 27); y, finalmente, La cabalgata de las walkirias de La Walkiria de Wagner dirigiendo la Filarmónica de Londres (MAGIC MASTER 37086). Nuestro humilde homenaje a este grandioso director de orquesta.
Paradigmático, no sólo como músico sino como hombre. Sus dotes como director ciertamente están condicionadas por su personalidad que combina rasgos épicos y heroicos con una extrema sensibilidad cultural, la cual se traduce en elegantísimas versiones dotadas de claridad sonora y pulcritud en cada instrumento. Escuchar sus discos supone ignorar las imperfecciones de los antiguos discos de laca y vinilo, tan sólo por la limpieza de sonido que Sabata obtiene de las orquestas.
Sus versiones de la Cabalgata de las Valquirias y de la Muerte de Amor, simplemente están un paso adelante de quienes las dirigían en aquellos ya lejanos años. Incluso me atrevo a decir que un gigante Toscanini se ve por Sabata superado en estilo. ¿Es esto desproporcionado? No lo creo. Sabata era tan excelentísimo director como el Hijo de Parma; sucede que el sonido de ambos es diferente.
Repito: la musicalidad de Sabata es la expresión de su faceta como hombre, un tipo de hombre que es difícil de encontrar. Le rodea un halo luminoso de grandeza y diamantino entendimiento del Orden natural de las cosas, que le torna venerable. Así las cosas, el compararlo con un antiguo Senador Romano es una de las más afortunadas ideas posibles. Especialmente en los primeros años de la Antigua Roma, aquella que los historiadores han definido como la época arcáica, no en el sentido de salvajismo o barbarie, sino los tiempos que marcaron la etapa anterior al Imperio. Durante el citado tiempo, los Patricios eran amos y señores de la ciudad fundada por Rómulo y Remo, marginando mediante durísimas leyes a los plebeyos, clase más numerosa pero sin privilegios. La fuente de Derecho (a partir del 512 a.C, ni lo recuerdo mal) era la Ley de las XII Tablas, codificación pétrea expedida por los adustos, graves, solemnes y muy respetados Señores del Senado, venerables ancianos que ostentaban la dignidad del «Pater Familiae» en su entorno casero. Muy respetados, estos ancianos (senectos, de ahí Senado), eran tenidos por sabios en toda la extensión del término y ciertamente su adusta figura inspiró siempre a Roma, incluso en los posteriores tiempos del Imperio que se extendió desde Britannia hasta el norte de África y el Medio Oriente.
Así es Víctor de Sabata, hombre de música, literatura, biblioteca y arte.
Y si mal no recuerdo, fue el propio de Sabata quien profetizó que su querido amigo germánico Herbert von Karajan, dominaría el mundo musical en los años posteriores a la Guerra.
Abrazos, amigo y hermano Leiter.
¡Vaya lección de Derecho Romano, profesor Paixao!
Hace muchos, muchos años, cuando yo era un joven ilusionado por todo, recuerdo haber escuchado una sinfonía de Beethoven en la radio mientras me estaba secando tras tomarme una ducha. Aquella versión me dejó cautivado por una mezcla de elegancia y claridad no exenta de fuerza. Al acabar la obra, la locutora de Radio Clásica dijo que aquella versión era de un tal Victor de Sabata, un director del todo desconocido para mí en esos tiempos. Desde entonces he seguido a este maestro y muy pocas veces me he sentido decepcionado con sus versiones. Un auténtico monstruo de la dirección y un director peculiar como él solo. Por raro que pueda sonar, yo había comenzado a estudiar la carrera de Derecho unas semanas antes (abandoné dichos estudios antes de acabar el curso) y la asignatura de Derecho Romano me tenía comida la moral. Un par de gruesos tomos del catedrático Arias Bonet me quitaban el sueño… Tal vez de ahí proceda mi asociación entre De Sabata y los senadores romanos. Aunque, para ser del todo sinceros, esta misma asociación la he leído también en algún libro que ahora mismo no recuerdo.
Mi abrazo, amigo y hermano Iván
PD: ¿Te acuerdas todavía de aquel procedimiento romano del Legis actio per manus inectionem? ¡Jo, algo se me quedó grabado, ja, ja!
LEITER
La recuerdo no sólo por su sonoro nombre, sino por todos los dolores de cabeza que me hizo pasar, ja ja. La verdad era una cosa muy curiosa, pues uno no imagina en nuestro tiempos actuales que sea siquiera posible llevar a cabo semejante acción en contra de un deudor.
Aunque no deja de ser cierto que muchos personajillos, aquellos que carecen del honor suficiente para cumplir con su palabra, bien deberían ser ridiculizados de esta manera tan pública, a ver si con ello despiertan un poco de verguenza y obran correctamente.
En fin…
Nuevamente abrazos!