* Nacido el 14 de noviembre de 1900 en Brooklyn, Nueva York
* Fallecido el 2 de diciembre de 1990 en Peekskill, Nueva York
Hijo de inmigrantes ruso-judíos, su padre era el dueño de unos grandes almacenes situados en la esquina de Dean Street y Washington Avenue en donde, encima de dicho edificio, vivía la familia. Desde muy niño, Aaron no pudo abstraerse por el clamor de los diversos sones populares y clásicos que animaban cada manzana de Brooklyn o Manhattan en los años del cambio de siglo. Si bien el padre no se mostraba en absoluto interesado por la música, la madre de Aaron, Sarah Mittenthal, cantaba y tocaba el piano de manera aficionada y dispuso que sus hijos recibieran cierta educación musical. Fue precisamente la hermana de Aaron, Laurine, quien le dio sus primeras clases de piano. Entre 1913 y 1917, Copland recibe clases del profesor Leopold Wolfsohn y decide hacerse compositor. Ingenuamente y con 17 años cumplidos, Copland intenta ampliar sus estudios musicales mediante cursos por correspondencia hasta que el profesor Rubik Goldmark — un hombre de gustos musicales excesivamente conservadores y que había sido profesor también de Gershwin — le introduce seriamente en la teoría de la música, armonía y composición. Luego de graduarse de enseñanza secundaria, ocasión para que compone una Sonata para piano en tres movimientos, Copland prosigue sus enseñanzas musicales con el pianista Victor Wittgenstein y por esas fechas empieza a sentir una especial fascinación por la Revolución Rusa (asunto que le cuesta algún que otro bofetón por parte de su padre) y frecuenta un círculo de amigos y conocidos con claras tendencias socialistas y comunistas.
En 1921, a los veinte años, Copland acude a París y se matricula en el Conservatorio Americano de Fontainebleau, en las afueras de la capital gala, y se sumerge por completo en los estilos musicales de los años veinte. En París se pone bajo la tutela de la mejor profesora de composición de la época, Nadia Boulanger, quien inculca a su discípulo una brillante síntesis entre el cultivo de las formas barrocas y clásicas, el afán de lucidez y elegancia, y la innegable revuelta contra la grandiosidad germánica. Si bien Copland había conseguido publicar su primera obra antes de viajar hasta París — El gato y el ratón, para piano — en 1921 da a conocer sus Three moods, obra que presentó ante el mismísimo Prokofiev y el director Sergei Koussevitzki, gran amigo de Nadia Boulanger. El director ruso se sabía ya director titular de la Sinfónica de Boston a partir de la siguiente temporada y, tal vez por ello, propuso a Copland que escribiera una obra para órgano y orquesta, intuyendo también que Boulanger fuese la solista. Por si esto no hubiera sido suficiente, el entonces director de la Sinfónica de Nueva York, Walter Damrosch, también prometió a Copland que esa obra sería ejecutada con su orquesta. Surgió así, en 1923, la Sinfonía con órgano, obra programada para interpretarse tanto en Nueva York como en Boston, lo que suponía un inmejorable comienzo para un compositor que apenas contaba con 24 años.
De regreso a América, en 1925, Copland cayó en la cuenta de que los compositores norteamericanos harían pocos progresos con el público a menos que formasen un frente común (Es indudable que esta idea le fue sugerida por el Grupo de los Seis franceses). Es el momento en que Copland muestra también un excepcional talento para la organización y la publicidad. Asume entonces el liderazgo de la Liga de Compositores — como alternativa a la modernista e intransigente Unión Internacional de Compositores — y mediante su colaboración con Koussevitzki diseña toda la programación estadounidense en Boston. Fruto de esta etapa es su Music for the theatre (1925) y el Concierto para piano (1926), obras estrenadas por Koussevitzki durante los conciertos denominados Copland-Sessions, un intento de tender puentes entre las facciones modernistas y populistas. Surgió así un espíritu de camaradería entre los jóvenes compositores estadounidenses, bautizados como la Unidad de Comandos de Copland. Tras presentar su Symphonic Ode en 1929, el punto sorprendentemente innovador de Copland llega al año siguiente, con sus disonantes Variaciones para piano. A partir de entonces, las obras juveniles de Copland provocaron encendidos elogios de los críticos más progresistas. Pero, a cambio de este honor, la cuenta corriente de Copland estaba cada vez más vacía.
Copland siempre tuvo en mente la cuestión de cómo un compositor podía combinar la crítica social con una música que atrajera a las masas. A partir de 1931 Copland empieza a frecuentar el Group Theatre, una agrupación de marcadas tendencias comunistas. Tras la creación de la Short Symphony (1933), los temas políticos se fueron entonces infiltrando en las partituras de Copland, como fue el caso del ballet Hear Ye! Hear Ye! de 1934, en donde aparece una versión distorsionada del himno norteamericano en una doble intención de transmitir «la corrupción de los sistemas legales y de los tribunales de justicia». Ese mismo año, el compositor interviene en un mitin político celebrado en Minnesota a favor del Partido Comunista de los EEUU. Un año después presenta la pieza orquestal Statements, un retrato de los EEUU durante la época de la Depresión. Pero quizá fue en México en donde la transformación resultó crucial. El Partido Revolucionario Nacional fomentaba el programa socialista de llevar el arte a las masas y allí que acudió Copland invitado por su colega Carlos Chávez. En México Copland se sintió del todo reconocido — en EEUU era eclipsado por Gershwin — y afectado por ese caluroso y acogedor ambiente empieza a esbozar El salón mexicano, una obra que años después le procurará el perseguido éxito popular que tanto ansiaba. De vuelta a Nueva York, Copland parece decantarse más por formas mucho más directas de activismo musical. Se deja ver por el Colectivo de Compositores y en 1934 pone música a un poema de Alfred Hayes, Into the Streets May First, una obra de clarísimas connotaciones revolucionarias. Un coro ensayó la canción durante la segunda Olimpiada Musical de Trabajadores Norteamericanos junto con orquestas de balalaikas y mandolinas. Fue lo más lejos a lo que llegó Copland, quien nunca se hubo de afiliar al Partido Comunista. Siempre rechazó la idea de que un compositor de izquierdas estadounidense tenía que ser por fuerza una persona sencilla y sin pretensiones que se acompañaba de un banjo. Por el contrario, su interés radicaba, más que en transmitir un exclusivo contenido político, en encontrar un estilo claro y comunicativo. Ya en una de sus más conocidas obras de 1942, Lincoln Portrait, si bien cita textos de Lincoln dentro de una narración vagamente socialista, la música que aflora es «apta» para todas las mentalidades de Norteamérica (No deja de resultar chocante que el Partido Republicano de Ronald Reagan utilizase en la campaña de 1984 un fragmento adaptado de esta obra en sus anuncios electorales. Dicho de otra manera, la música de un izquierdista, homosexual y ruso-judío como Copland sirvió de banda sonora nada más ni nada menos que al Partido Republicano. Graciosa ironía). Ese mismo año, el vicepresidente de los EEUU, Henry Wallace, expone un atrevidísimo discurso durante el Congreso de Amistad Estadounidense-Soviética acaecido en noviembre. Todos los intelectuales de izquierdas se estremecieron ante la retórica de aquel discurso hasta el punto de que fue publicado en un libro. A Copland se le encargó una pieza breve y el resultado fue la Fanfare for the Common Man, una obra que tiene de todo menos de políticamente subversiva (Algunas películas de Steven Seagal utilizan algo de esta pieza). Algo parecido le sucedió con Rodeo, compuesta en el mismo año, otra de las partituras más conocidas del compositor. Con estas dos obras, Copland empezó a saborear las mieles del éxito en los EEUU.
En 1944 la coreógrafa Martha Graham encargó a Copland un ballet para crear un retrato mítico de la vida en la frontera estadounidense. Fruto de aquel encargo fue Appalachian Spring, una de las obras más conocidas del autor. Dos años después culmina su Tercera Sinfonía, posiblemente la mejor obra del género compuesta en Norteamérica en todo el siglo XX. A lo largo de la década de los años cuarenta Copland compone la música más famosa salida de su pluma y a este éxito se le une la jugosa percepción de derechos de autor de What to listen for a music, una selección de escritos con la que llegaría a recaudar decenas de millones de dólares hasta el final de su vida. La triunfal década culmina con la coral In the Beginning (1947) y con el magnífico Concierto para clarinete (1948) encargado por Benny Goodman. Después de tantos años estando a la sombra de George Gershwin, ahora le tocaba abrir la cartera a Copland. Al parecer le gustó: También compuso música cinematográfica con sus consiguientes y sustanciosos estipendios.
Sin embargo, un hecho significativo se produce en la trayectoria creativa de Copland. En 1949 viaja de nuevo hasta Europa y allí se encuentra con Pierre Boulez, el abanderado y radical compositor de la música de post guerra. Copland se queda fascinado con su figura y la de los seguidores dodecafonistas de Schönberg y decide sumarse al grupo. En 1950 recibe una beca para estudiar en Roma y allí presenta sus dos primeras obras imbuidas en el estilo dodecafónico, el Cuarteto con piano y la serie Old American Songs. Sin embargo, lo que no había logrado Copland en sus años de joven elemento subversivo le llega ahora con la paranoia anticomunista de los tiempos del senador Mac Carthy. En 1953 Copland es llamado a declarar por el Congreso de los EEUU y a firmar bajo juramento que ni ha pertenecido ni pertenece al Partido Comunista, amén de no tener vínculos con cualquiera de sus miembros. Pese al férreo marcaje al que fue sometido durante aquella época de caza de brujas, Copland pudo seguir viajando por el mundo y conoció de primera mano la nueva música soviética y japonesa. Contra todo pronóstico, se mostró crítico con la escuela de John Cage y su sentido aleatorio de la música. En 1954 escribe su única y polémica ópera, The Tender Land, basada en un flojo libreto de James Agee. Con todo, la ópera se impone como una de las escasas obras representativas del género lírico norteamericano. Durante esos años, Copland entabla una muy cercana amistad con el compositor y director Leonard Bernstein, quien se erige como el mejor intérprete de sus obras a la vez que le transmite el gusanillo de la dirección orquestal. Desde entonces, Copland se dedicó más a dirigir conciertos que a componer y realizó numerosas grabaciones discográficas de sus obras. Con cierta resignación llegó a declarar que su vena creativa estaba ya agotada y que, ante el gran torrente de nuevas perspectivas musicales que surgieron a partir de los años sesenta, no supo encontrar un sitio claro. Fue una clara despedida. Nigths Thoughts (1972) y Proclamación (1982) fueron sus últimos trabajos. Aquejado de Alzheimer a partir de los primeros años ochenta, pasó sus últimos años encerrado en su propia e inconsciente nebulosa. Murió el 2 de diciembre de 1990 al norte de Nueva York como consecuencia de una insuficiencia respiratoria.
Odiado por el gran público y vilipendiado por la crítica, Aaron Copland comenzó escribiendo en un estilo anticonvencional para, a partir de la década de los años treinta, apercibirse de que un compositor no puede desconcertar a sus oyentes y que con ello la música de alta calidad ha de ser perfectamente accesible. Simplificó radicalmente su estilo y empezó a crear obras para medios mucho más populares en un lenguaje que combinaba la seriedad intelectual con una especie de señuelo más clásico. El resultado, con su emoción directa, su clara armonía de amplios espacios y su utilización de melodías populares, consiguió establecer una tradición norteamericana de lenguaje llano a la que aportó un puñado de obras maestras. Su estilo también demuestra una clara influencia del neoclasicismo de Stravinski, si bien aderezado con los valores autóctonos que suelen imprimir escenarios urbanos y rurales en la música estadounidense. Dotado de una gran personalidad, Copland se sirvió en sus últimos años de la técnica dodecafónica para adaptarla a su propio mundo sonoro. Para la crítica actual, Copland es posiblemente el compositor norteamericano de mayor talento en la breve historia de ese gran país.
OBRAS
– 4 Sinfonías, destacando la nº3
– Concierto para piano
– Concierto para clarinete
– El salón México, Variaciones orquestales, Fanfare for a Common Man y otras obras orquestales
– 3 Ballets: Billy the Kid, Rodeo y Appalachian Spring
– Ópera: The Tender Land
– Sonata para violín y piano
– Sonata para piano y Variaciones para piano
– Sonata para cuerdas
– Otras obras de cámara
– Twelve Poems of Emily Dickinson
– Old American Songs
– 3 Obras Corales, destacando A Lincoln Portrait
– Bandas sonoras de numerosos filmes
Leiter, lo de “El gato y el ratón” me suena. JAJAJA
Enhorabuena, excelente post, muchas gracias.
A mí, además del “Concierto para clarinete” también me gusta mucho el “Concierto para piano”, y creo que la versión que has elegido, con el compositor a la batuta, es sensacional. Y su “Lincoln Portrait” es impresionante.
Hace años me dio por Copland y creo que llegue a comprenderle bastante bien, aunque tengo que reconocer que al principio tuve que luchar contra un prejuicio populista que me condicionó, pero que superé en cuanto profundicé un poco.
Ahora me falla la memoria, ya estoy muy mayor y sólo sirvo para bailar, y no sé si llegue a Copland por Whitman o a Whitman por Copland. JAJAJA
En aquella época llegue a coleccionar versiones de la “Fanfare for the Common Man”, y la primera de las dos que has elegido me parece sensacional.
En definitiva, me reitero, enhorabuena, sensacional post que no dejaré recomendar a todo aquél que quiera acercarse a este gran compositor que fue Aaron Copland.
Y si me lo permites Leiter, para los que quieran profundizar un poco más les recomendaría visitar:
http://memory.loc.gov/ammem/collections/copland/
Aquí podrán pasar muy buenos ratos con documentos de primera mano del compositor. Una auténtica gozada para cualquier gato de biblioteca. JAJAJA
Salud, paz, sonrisas, y cordiales saludos para toda la parroquia.
Elgatosierra
No sé hasta qué punto Gershwin podía eclipsar a Copland… creo que no podía eclipsar a ningún compositor de música académica porque nunca lo ubicaron junto con ellos. Más bien creo que la poca popularidad se debe pura y exclusivamente a la complejidad de sus primeras obras (algo que con correctísima razón mencionás en más de una ocasión). A propósito, ahora no lo recuerdo bien, pero creo que su primera sinfonía (la Dance Symphony) era rechazada por las orquestas debido a su dificultad.
Coincido con lo que decís de su tercera sinfonía. Me encantan el segundo y cuarto movimiento.
Gato, hace tiempo subí un video donde juntaba un poema de Whitman con música de Copland…
Oh, soy el Frank de siempre, solo que firme con mi e-mail principal que Leiter bien conoce…
Gato, no dejé el enlace al video que mencioné ja, ja: http://vimeo.com/13232109
Por cierto, me dirigí a la entrada de las bandas sonoras hace un instante… iba a dejar un comentario sobre la reciente muerte de John Barry, peor los comentarios estaban cerrados. No importa, de todos modos… Reconozco que la noticia me dejó muy triste… aunque al parecer era algo que necesitaba puesto que hacía un par de años que estaba sufriendo bastante…
que interesante tanto el artículo como vuestros comentarios.
Desconozco la música de Copland aunque si que la situaba en el espacio y en el tiempo por lo que me puedo hacer una vaga idea, con esto si que hay para que la idea se concrete.
Lo que si tengo es el librito que mencina Leiter: «cómo escuchar música», lo compré para poder tener una idea general teórica, claro que como todo libro de música más que leerlo hay que escucharlo.
Reitero, estupendo artículo y comentarios.
Un saludo a todos.
Gracias por el magnífico enlace, Gato. A mí Copland siempre fue un compositor que me llamó la atención. Aunque confieso que me tira mucho más Ives.
Llevas razón en esa alusión que haces sobre Gershwin, amigo Frank, aunque tal vez yo me quería referir a que Gershwin era mucho más popular (ergo, ganaba mucho más dinero). El contenido de la entrada va casi enfocado a esa circunstancia: Popularidad versus creatividad. Al parecer, Copland lo acabó consiguiendo.
A ver si algún día a mí me pagan tantos derechos de autor por el contenido de BLUES como le pagaron a Copland por ese libro… Si así llegara a ocurrir, os invitaré a todos a un viaje por Salzburgo en Business Class y alojamiento en el Hotel Sacher. De momento, sólo me han ofrecido 3 euros diarios por insertar publicidad siempre que se superen las 1.000 visitas diarias (prácticamente todos los días se superan y con creces)
Un abrazo para Gato y Frank. El beso para Zarza, claro
LEITER
El muralista mexicano y comunista radical, militante y soldado tanto de la Revolución Mexicana como de la Guerra Civil Española, David Alfaro Siqueiros, pintó una escena de George Gershwin sentado al piano en una espectacular sala de conciertos. La pintura, a decir verdad, es mediocre aunque parece haber fascinado a Gershwin. Lamento la inexistencia de un retrato pictórico de Copland, con sus particularísimos rasgos fisionómicos insoslayablemente semíticos, creo que hubiese sido un sujeto espléndido para un cuadro musical. Me pregunto si Copland y Siqueiros coincidieron en alguna movilización obrera. Siqueros, durante un breve exilio en Nueva York (uno de tantos formó el «Taller Experimental» (del cuál, por cierto, formó parte un tímido muchachito que se hacía llamar Jackson Pollock) así que las probabilidades son realmente altas.
Graciosa ironía, llevas razón, amigo, la de la música de Copland siendo utilizada por Ronald Reagan. Ja, sería tanto como ver a Berlusconi, personaje sacado de la película Saló, recitando el «Io so» de Pasolini.
Tristísimo, pero muy digno gesto, el de aceptar que la creatividad se le había agotado. «Hay que morir a tiempo» aconsejó Nietszche…
Gracias por esta entrada. De lujo.
Abrazos
Estoy convencido de que Siqueiros y Copland hubieron de coincidir en alguna manifestación, aunque no he encontrado nada al respecto.
Yo creo, maestro Otto, que a Berlusconi le iría más la banda sonora de Blancanieves y los siete enanitos… Parece mentira cómo este impresentable puede ser el primer ministro de una nación de la tradición cultural y artística como lo es Italia.
Nietszche tan genial como siempre. Es uno de mis filósofos de cabecera.
Un abrazo, maestro Otto
LEITER