* Nacido el 2 de julio de 1714 en Erasbach, Oberpfalz, este de Baviera
* Fallecido el 15 de noviembre de 1787 en Viena
Desgraciadamente, sabemos aún muy poco de los primeros años de Christoph Willibald Gluck. Al parecer, era hijo de un guardabosque que se sintió aterrorizado ante la idea de que su hijo quisiera dedicarse a la música. Por ello, a los 13 años, el joven Christoph decide poner fin a esas paternales pesadillas y en consecuencia decide largarse de su casa rumbo a Praga. Se supone que debió ingresar en la Universidad, aparte de cursar los correspondientes estudios musicales, ya que acabó entrando al selecto servicio del príncipe Lobkowitz como músico de cámara, cantante e instrumentista. Según parece, la estancia en Praga se prolongó desde 1727 hasta 1734. Sobra decir que, con esta incipiente precocidad, su talento debió ser del todo formidable.
Tras su aventura bohemia, Gluck parte para Viena, en donde su estancia duró dos años. Allí, los emperadores Leopoldo I y Carlos VI habían impuesto su profunda pasión por la ópera italiana y Gluck mantuvo contactos con gente destacada. De esta manera, Gluck sopesa la idea de trasladarse a Italia para perfeccionarse en una forma artística imprescindible del todo para prosperar en la capital austríaca. La ocasión le llega de la mano del príncipe Melzi, quien decide contratar a Gluck como músico de cámara y lo lleva a Milán en 1737. Allí permaneció Gluck durante ocho años, formándose con los músicos más relevantes de Italia en ese momento, Sammartini, Lampugnani y Leonardo Leo. Llega el estreno de su primera ópera, Artaserse, que fue muy bien recibida y le granjeó tanta notoriedad que acabó por recibir numerosos encargos. Ya familiarizado con el estilo de ópera que estaba entonces vigente en Europa, Gluck contacta de nuevo con el príncipe Lobkowitz, quien se lo lleva a Londres. Allí Gluck consigue estrenar La caduta de´giganti en 1745, recibiendo por respuesta una más que fría acogida. Las malas lenguas afirman que Haendel dijo de Gluck que sabía menos contrapunto que su propio cocinero… Gluck se vio obligado a alternar la composición con la ejecución pública de instrumentos insólitos, como la armónica de cristal tañida con los dedos mojados en agua. Finalmente, en 1746, decide abandonar Inglaterra y recorre el norte de Europa como director de una compañía de ópera italiana. En Copenhague presentó la ópera La contesa de´Numi en 1749.
Después de esta etapa, Gluck regresa a Viena en 1750 y decide poner fin a sus problemas económicos declarando su amor exclusivo e imperecedero por Mariana Pergin, una rica heredera con quien finalmente se casó. Con la calma que otorga la despreocupación financiera, Gluck se resuelve como un magnífico compositor al que no paran de lloverle los encargos. El futuro rey Carlos III de España le encarga una partitura y Gluck compone su primera gran obra, La clemenza di Tito — tema sobre el que Mozart escribirá otra ópera años más tarde –, una ópera que a los napolitanos les pareció excesivamente «culta», aunque resultó un éxito en parte a los buenos oficios del castrado Caffarelli. En esa ópera destacaba un aria, Se mai senti spirarti nel volto, que luego Gluck colocó en su ópera Ifigenia en Tauride, la obra maestra de la reforma gluckiana, con lo que se demuestra que ya en ese momento el artista estaba evolucionando hacia su nuevo estilo.
En 1756 viaja a Roma y es nombrado caballero de la Orden de la Espuela de Oro por el papa Benedicto XIV como consecuencia del éxito alcanzado en dicha ciudad con su ópera Antígono; pero es entonces cuando se produce un cambio de estilo debido a la influencia de un libretista que se había establecido en Viena, Rainiero de Calzabigi. Al parecer, dicho poeta, apoyado por el conde Durazzo, intenta contrarrestar el prestigio del poeta Metastasio, libretista oficial de la corte de María Teresa de Austria. Para ello, atrajeron a Gluck a su causa, pese a las excelentes relaciones que mantenía con Metastasio. La intención era la de realizar óperas en un nuevo estilo que mostrasen la insuficiencia de los libretos tradicionales elaborados por Metastasio, desterrando de la ópera italiana los excesos de su tiempo. De esta manera, el 5 de octubre de 1762 se presenta en Viena Orfeo ed Euridice, que fue bien recibida pero sin producir los fulminantes efectos que sus autores esperaban. Quizás debido a ello, Gluck vuelve a su antiguo estilo, estrenando algunas óperas incluso con textos de Metastasio, como La rencontre imprévue, durante los años siguientes. Pero la idea de la reforma seguía dando vueltas en su cabeza y para ello Calzabigi preparó un nuevo texto para la ópera Alceste, estrenada en 1767. En la partitura, Gluck escribió un célebre prólogo en el que comenta los propósitos que impulsaban esta reforma. Este prólogo significa la declaración artística más importante realizada hasta entonces por un compositor y señala el inicio de una nueva era en las relaciones del artista con su producto: Estaba naciendo una nueva manera de componer que afectaría no sólo a la ópera, sino a todo el resto de la música europea.
En 1770, se estrena, también con libreto de Calzabigi, Paride ed Elena, hoy recordada por su inolvidable aria oh del mio dolce ardor. Tras el estreno, Calzabigi desaparece de la escena y es el propio Gluck quien se ocupa exclusivamente de hacer progresar sus reformas, Así, el compositor viaja a París y comprueba que su reforma se aproximaba a los antiguos ideales de Lully pero, sobre todo, a los recientes de Rameau. Con motivo de una polémica en la que se decía que el francés no era un idioma adecuado para la ópera, Gluck ofrece una versión «francesa» — y en francés, claro está — de su Orfeo ed Euridice en la Ópera de París. Esta polémica dejaba adivinar una soterrada cuestión entre los partidarios de Rousseau y el grupo de enciclopedistas franceses que criticaban el arte musical francés, y la delfina María Antonieta — hija de María Teresa de Austria — que conocía a Gluck de sus años en la corte de Viena y que le apoyó sin discusión para intentar resucitar la gloria de la antigua ópera seria francesa. Por estas razones, Gluck consigue que también se acepte su nueva ópera Iphigénie en Aulide para la Ópera de París, estrenada con enorme éxito el 19 de abril de 1774 pese a las tensiones surgidas durante los ensayos y que sólo la intransigencia demostrada por el compositor en los mismos pudo llevar a buen puerto todo el proceso representativo. Mientras, el Orfeo ed Euridice pasa a ser «oficialmente» una ópera francesa, cambiando el castrato para la que había sido inicialmente escrita por un tenor. La fama de Gluck en París fue incontestable y así, en 1776 y 1777, estrenó sucesivamente Alceste — en su versión francesa — y la nueva Armide.
Pero estos avasalladores triunfos fueron contestados por los partidarios del estilo italianista, quienes se concentraron en torno a la figura que acababa de llegar a París, Niccolò Piccini, autor de La buona figliuola, una ópera que había hecho llorar, reír y cantar a media Europa. Surgieron así los bandos de gluckistas y piccinistas, enemistados hasta lo indescriptible, aunque el inteligente hecho de que ni Gluck ni Piccini aceptaran involucrarse en esas rencillas consiguió que al menos las disputas no traspasaran los límites de lo estrictamente tolerable. Incluso se dio la circunstancia de que tanto Gluck como Piccini trabajaron simultáneamente — Gluck arreglando la versión italiana — de Ifigenia en Tauride. Piccini dio muestras de su caballerosidad al dejar que el maestro alemán estrenara primero su versión. Gluck intentó también dar un nuevo giro de tuerca con su obra Echo et Narcise, muy mal acogida por el público. Comprendió entonces que su labor había culminado y decidió regresar a Viena, donde llevó una existencia tranquila, llegando incluso a conocer a la familia de Mozart. Un ataque de apoplejía le llevó finalmente a la tumba el 15 de noviembre de 1787.
Gluck se ganó un lugar en la historia de la música gracias a las reformas que aportó a la ópera. Propugnó una textura más continua, en la que la música servía a la poesía y al drama del libreto, en vez de al virtuosismo del cantante. Con una caracterización intensa, unos argumentos simples y un planteamiento de la música a gran escala, Gluck resucitó temas y emociones universales. Su obra preparó el terreno a las grandes óperas del siglo XIX, aunque sus temas, generalmente inspirados en los mitos griegos, diferían mucho de «la sangre y los truenos» de la misma centuria. Para quien gusta de su estilo, sus obras son refrescantes como un vaso de agua frente a una copa de vino embriagador.
OBRAS
– 30 Óperas, destacando las seis de la reforma: Orfeo, Alceste, Paris y Elena, Ifigenia en Tauride, Ifigenia en Aulide y Armide
– 2 Ballets
– 6 Sonatas en forma de trío
– 9 Sinfonías
– Una Coral sin acompañamiento (De profundis)
Christoph Willibald Gluck es más que un reformador de la ópera, como empero muy bien mencionas en la entrada. Con seguridad fue elegido de Apolo para ser el Orfeo moderno, el que se burlaría de la muerte una vez más. Gluck burló a la muerte sin duda y de una manera descarada e impune. Veamos.
Cuando los Dioses Olímpicos se erigieron con la victoria frente a los odiosos y despreciables Titanes, surgió la disputa por cuál de los tres Dioses mayores debía hacerse con el poder absoluto, esto es, ser la más alta de las Divinidades.
Hades era el mayor de los hermanos: eso le confería una inmensa prelación. Pero…
Poseidón era un Dios veneradísimo por sus notables cualidades. Pero…
Pero Zeus, el menor de los hermanos, fue el salvado de la furia de Cronos y fue quien se convirtió en salvador de todos ellos para derrocar a su sangriento padre. Era el dueño del trueno y el rayo; su astucia había conducido al feliz desenlace por ellos anhelado. Sin duda tenía una gran ventaja.
Qué hacer?
La única solución fue echarlo a suertes. Aquel que sacara el palillo más largo sería el amo y señor de los cielos y las doradas moradas; el palillo mediano concedería a su ganador el reino de los mares y la tierra media. El más corto relegaría a aquel que lo obtuviera al inframundo.
Y así fue: Zeus Crónida, el que porta la Égida, Padre de los Dioses, Señor indiscutible de los cielos. El poderoso Poseidón, Rey de los mares, que hace temblar la Tierra, Y Hades, Señor de la Muerte y el inframundo. Su destino estaba sellado.
Tal hecho hizo de Hades un Dios sombrío, sólo acompañado por Perséfone. De vez en cuando Cerbero con sus aullidos llegaba a los oídos de su amo.
Nadie adoraría a Hades ni erigiría templos o estatuas en su honor. Por ello, el oscuro Dios se tornó implacable. Ningún hombre vencería a la Muerte, ninguno podría evitarla, por mucho que lo intentara. Sísifo quiso hacerlo y no fue perdonado: se le condenó por toda la eternidad a empujar una gran roca por una pendiente para que, al llegar a la cima, inevitablemente esta rodara cuesta abajo, obligando a Sísifo a reanudar su fatigosa labor.
Nadie se burla de Hades.
Orfeo y Eurídice hacían la pareja perfecta. Entre ellos reinaba el Amor más absoluto, alimentado por la Música de las Esferas, dulcemente tañida por la Lira de Orfeo. Tan mágico era su sonido que dominaba a las bestias más feroces, tornándolas mansas como el algodón. Por ello Jasón lo incluyó entre los Argonautas que buscarían el Vellocino de Oro.
No había pues, Amor más grande que el existente entre Eurídice y el noble Orfeo. Aquella tarde cuando Eurídice, huyendo de un lujurioso sátiro, murió por la ponzoña de una serpiente, sembró el dolor en la Lira de Orfeo y en la naturaleza misma:
«Ah si en torno a esta urna funesta,
Eurídice, sombra bella rondas.
Oye los llantos, los lamentos, los suspiros
que dolientes se derraman por tí.
Y escucha a tu esposo infeliz que llorando,
te llama y se lamenta.
Como cuando a su dulce compañera la tórtola amorosa perdió.
Eurídice!»
Y he ahí que el amoroso Orfeo decide descender a los reinos de Hades para implorar que su esposa vuelva a la vida. Insólito! Nadie burla a la Muerte ni a Hades, nadie puede ir al inframundo y volver con vida!
Pero Orfeo está dotado de los dones de Apolo. Con un hermoso acorde, domina a Caronte, quien lo transporta por la barca a través del Estigia. Su Música tranquiliza al feroz Cerbero que, manso, no le impide la entrada. Incluso las almas de los muertos se complacen ante los sonidos que el dulce Orfeo les regala.
Y finalmente Orfeo se encuentra ante Hades. Formula su petición: que Eurídice, la amantísima esposa, vuelva con él a la vida. Entonces entona una hermosa melodía para vencer al implacable Dios Hades. Y ved! El milagro ocurrió: Hades, conmovido dejó rodar lagrimas por sus pálidas mejillas. Accedió a la petición de Orfeo, pero puso una condición: Eurídice iría tras Orfeo pero este no debería volver su rostro para cerciorarse que ella venía siguiéndole el paso. No debería verla hasta haber salido por completo del inframundo. Si incumplía esta elemental condición, perdería a su esposa para siempre.
Se inició el camino. La angustia del bello Orfeo era inmensa, así como su incertidumbre: sin poder resistirlo, vuelve su mirada a Eurídice. Ella está allí. Pero no hay nada que hacer. El pacto ha sido incumplido y Eurídice es devuelta a las profundidades. El sueño de Amor se ha desvanecido. Eurídice se marchó para siempre.
Porque nadie puede burlar a la Muerte. Ni siquiera Orfeo.
Pero he aquí que Gluck sí lo hizo. Burló al cruel Hades cuando asumió la apariencia de AMOR, para acercarse a Orfeo y decirle:
«Hacerte feliz!
Mucho has sufrido por mi Gloria, Orfeo;
Te devuelvo a Eurídice, tu bien.
De tu constancia mayor prueba no pido.
Hela aquí: se levanta para reunirse contigo!
El pacto había sido roto! Eurídice no podía retornar con Orfeo. Pero lo hizo: así lo quiso AMOR. Ni siquiera Hades pudo contra AMOR, o quizás, contra Gluck.
«Triunfe AMOR!
Y el Mundo entero
sirva al Imperio
de la Belleza!»
Eurídice regresó. Así fue como Gluck burló impunemente a la Muerte y a Hades.
Ahora mi única compañía es Hades…
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No hay duda que el mito de Orfeo ocupa un lugar fundamental en todas las mentes inquietas por el Saber trascendente. Orfeo es un arquetipo expresado mediante sonidos mágicos – los sonidos de la Creación – cuyo fin es lograr la transmutación espiritual, accediendo al Sagrario de los Misterios; conduciendo al Hombre Iniciado por los senderos de las sombras en primer lugar, para ir ascendiendo gradualmente hacia el Reino de la Luz empírea. Allí donde está presente la Música Órfica, presente también está el llamado de la Sabiduría.
«De las Sombras a la Luz».
Atended al llamado, oh hombres!
Gracias C.W.Gluck. Nos enseñaste que en todo el universo existe una sola llave para transitar de la oscuridad a la luminosidad:
AMOR.
Gracias, a todos los que están y los que se han marchado.