* Nacido el 4 de septiembre de 1824 en Ansfelden, Oberösterreich
* Fallecido el 11 de octubre de 1896 en Viena
Joseph Anton Bruckner nació en el seno de una familia de maestros de escuela en la que su padre atesoraba cierto oficio como violinista y organista, ya fuese en la iglesia del pueblo o en los populares festejos de las villas de los alrededores. Los progenitores pronto se dan cuenta de las condiciones musicales del pequeño Anton — capaz de interpretar de oído las melodías que su padre ejecutaba al órgano en la iglesia con sólo cuatro años — y le enseñan los primeros rudimentos de música. Los progresos son tales que con apenas siete años Anton ayuda a su padre en la enseñanza musical de los niños más pequeños de la escuela. Ya con diez años, suele sustituir a su padre en el órgano de la iglesia y allí descubre el sonido de las trompetas que, en ocasiones, reforzaba el órgano y el conjunto de instrumentos de viento en las misas celebradas a medianoche en Ansfelden. Esta combinación tímbrica de metales y órgano será decisiva en los espectaculares desarrollos sinfónicos que realizará el compositor en sus años de madurez creativa. Dadas las extraordinarias aptitudes musicales del niño, los padres deciden enviarle a casa de un primo, Johann Weiss, quien se convertirá en el primer maestro de Bruckner. Ya en 1836, con doce años, Bruckner compone sus primeras obras, entre las que destacan cuatro pequeños preludios para órgano. Lamentablemente, el padre de Bruckner cae enfermo durante ese mismo año y el chico se ve obligado a sustituirlo en la iglesia, en la escuela y en las fiestas populares.
Cuando por fin el padre murió, en 1837, la madre decidió enviar al joven Bruckner a la abadía de San Florián, lugar en donde el compositor estuvo durante tres años y en los que recibió una extraordinaria formación musical que incluía el canto, el violín y la composición. En 1838 Bruckner compone otro preludio para órgano y a los 15 años comienza su carrera como organista al acompañar algunas celebraciones litúrgicas. A partir de aquel momento Bruckner prepara su ingreso en la Escuela de Linz y así, en octubre de 1841, con apenas 17 años y tras pasar un período de prueba que duró diez meses, el compositor obtiene el diploma oficial que le habilita como asistente de maestro. Durante aquellos meses de Linz, Bruckner estudió armonía con August Dürrnberger, autor de un célebre tratado de armonía que influyó de manera decisiva en el futuro compositor. En enero de 1843, Bruckner se traslada de Windhaag, enclave donde ejercía como auxiliar, a Kronstorf, una población cercana a la abadía, con la promesa de concesión de un cargo en San Florián cuando hubiese una vacante. No deja de ser llamativo el título de una cantata que escribió Bruckner al canciller de San Florián, No me olvides. Finalmente, en mayo de 1845, Bruckner superó la prueba que le otorgaba el grado de maestro de música (Con sólo 21 años) e inmediatamente el abad de San Florián le nombra primer adjunto, cargo en el que se mantuvo durante diez años y en el que su talento fue cocinándose de manera tan pausada como profunda. En este período, Bruckner compuso numerosas obras vocales, para coro mixto y piano, aunque paradójicamente tan sólo dos para órgano, teniendo en cuenta que en 1851 consigue por fin el puesto de organista titular de San Florián.
Fue también en esa época cuando Bruckner se enamoró por primera vez de una chica, Louise Bogner, quien le rechazó y acabó casándose con otro hombre al año siguiente. Esta mujer acabó inaugurando una interminable lista de amores frustrados que amargaron la vida sentimental del compositor (Pese a ser un hombre de intachable espíritu y de una bondad más que contrastada, Bruckner era más feo que Picio…). Ya en 1855, advirtiendo Bruckner que en San Florián no tenía mayor capacidad de progreso, decide presentarse a la oposición para obtener el cargo de organista en la catedral de Linz, puesto que obtuvo tras una genial improvisación. Bruckner vivió en Linz desde la Navidad de 1855 hasta 1868, limitándose a seguir las clases de Simon Sechter, un reputadísimo docente del Conservatorio de Viena, quien prohibió a Bruckner ejercer la composición durante los primeros cinco años. A finales de 1861, Bruckner obtuvo el ansiado título de Maestro Musical de Viena, luego de superar un complicadísimo examen. Para la ocasión, el compositor tuvo que estudiar a fondo la orquestación y la música de los compositores contemporáneos, aunque no será hasta 1863 cuando se produce un acontecimiento fundamental en la vida de Bruckner, el descubrimiento de la obra de Richard Wagner.
Tanhäusser y Tristán fueron las obras que más impactaron en un admirado Bruckner y, fruto de esta revelación, el compositor austríaco escribe una Sinfonía en fa menor — que nunca numeró — y el Salmo CXII. Un año después, en 1864, Bruckner termina la Sinfonía en re menor — a la que denominó Nullte, es decir, «número cero» — y que constituye el prólogo de una serie de nueve sinfonías realmente magistrales. Pero la soledad, el exceso de trabajo y los continuos fracasos sentimentales minaron su salud, sobre todo la psíquica. Sometido a una cura en un balneario, Bruckner solicita un cargo en el Conservatorio de Viena en 1869 pero encuentra la inesperada oposición del crítico musical Hanslick, un anti-wagneriano realmente obsesionado, quien desde ese momento inicia una cruenta oposición crítica contra Bruckner.
En 1869, y tras una portentosa exhibición organística en Nancy, Bruckner fue invitado a tocar en París, en el Nôtre-Dame, cosechando otro magnífico éxito ante un público en el que se encontraban compositores de la talla de César Franck, Saint-Säens y Gounod, entre otros. Su fama como organista fue extendiéndose por toda Europa y así, en 1871, ofrece una serie de recitales en el londinense Royal Albert Hall con tal éxito que sus actuaciones hubieron de prorrogarse en el Crystal Palace. Luego de estos triunfos, Bruckner termina en 1872 su Segunda Sinfonía, una obra que ya presenta las peculiaridades propias de su creación sinfónica. Pero a pesar de todo ello y de ser considerado uno de los mejores organistas de Europa, como compositor Bruckner siguió siendo un incomprendido debido, en buena parte, a su amistad con Wagner y a la animosidad que contra éste seguía oponiendo el todopoderoso Hanslick. Sin embargo, en 1878, Bruckner consiguió ser nombrado miembro de la Capilla Imperial de Viena.
El éxito de Bruckner como compositor fue realmente tardío y su consagración no llegó hasta después de cumplidos los 61 años. Sólo a partir de 1884 el público le reconoció, la crítica le consideró como uno de los grandes compositores y los conciertos con sus obras fueron acogidos por toda Europa e incluso en Nueva York. Mucho tuvo que ver con el éxito de Bruckner el estreno de su monumental Séptima Sinfonía en Leipzig en 1884, una de las obras más prodigiosas jamás compuestas en la historia de la literatura sinfónica universal. Pero paralelamente a este reconocimiento la salud de Bruckner empezó a resquebrajarse, con unos síntomas más que preocupantes y que incidían en buena medida en su delicado estado nervioso.
En 1886, Bruckner estrenó el Te Deum con un sonado triunfo que incluso le valió la felicitación de Hanslick pero no así la de Brahms. Hubo un intento de reconciliar a los dos compositores por parte de amigos comunes, pero aquello acabó en agua de borrajas, ya que ambos músicos adolecían de un extraño carácter y no sabían reconocer sus respectivos valores estéticos. A finales de 1890, el emperador recibió a Bruckner, agradeciendo la dedicatoria de su Octava Sinfonía; poco después, el gobierno austríaco le concedió una pensión vitalicia. Ya en 1891, Bruckner es nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Viena, lo que reactivó la cólera de Hanslick y Brahms (¡Mira que era un buen tipo Brahms! Pero nada, no hubo manera; la tomó con el pobre Bruckner y no hubo forma de que cambiase su agresiva consideración hacia el compositor de Ansfelden)
En 1893, tras haber visitado por última vez la tumba de Wagner en Bayreuth, la salud de Bruckner empeoró de forma alarmante. Sin embargo, el compositor experimentaba ocasionales mejorías que le permitirán, incluso, viajar a Berlín. Bruckner, intuyendo la cercanía de su muerte, se centró en la composición de su Novena Sinfonía, de la que sólo dejó terminados los tres primeros movimientos, dejando esbozado el último. Finalmente, el 11 de octubre de 1896 el compositor falleció en Viena. Durante los funerales se interpretó el Adagio de la Séptima Sinfonía y, atendiendo a su testamento, su cuerpo fue depositado en la cripta de San Florián, bajo el que fue su órgano.
La música de Bruckner llena el espacio estilístico existente entre el romanticismo temprano y el tardío, allanando el camino a compositores como Mahler y Sibelius. Si bien Bruckner usaba las estructuras clásicas en sus sinfonías, expandió la longitud y la gama armónica de temas, así como su desarrollo. Las largas duraciones de sus movimientos sinfónicos le permiten alcanzar una gran sutileza de formas, con secciones que a su vez contienen subsecciones relacionadas. Sus prodigiosas graduaciones sonoras confieren a su música un carácter netamente trascendental, incluso «sobrenatural». Bruckner nunca fue considerado por la sociedad vienesa, quien le veía como un vulgar campesino del Danubio. Su corpulencia — debida a su desmesurada afición por la cerveza –, su cabello extraordinariamente rasurado y su desaliño en el vestir no favorecieron su imagen. Estas circunstancias debieron influir en el hecho de que, pese a sus incontables enamoramientos, siempre fuera rechazado por las mujeres. De hecho, murió soltero y atormentado por la idea del matrimonio. Pero Bruckner fue un hombre de profunda fe y por ello depositó su confianza tanto en Dios como en Richard Wagner por igual. Para Dios escribió misas y motetes mientras que para Wagner las sinfonías, auténticos intentos de igualar en la sala de conciertos la irresistible fuerza emocional de aquel. El resultado de esta mezcla son unas inmensas «catedrales sonoras» que exigen un nivel de dedicación tal en su escucha que posteriormente uno se ve recompensado con toda una experiencia mística. Si existe realmente eso que llaman Paraíso según la terminología dogmática de algunas religiones, su música incidental no debe sonar muy distinta a la de algunos adagios de las sinfonías brucknerianas.
OBRAS
– 9 Sinfonías (Aparte, la temprana Sinfonía nº0 y la conocida como «doble cero»)
– 5 Misas
– Requiem
– Te Deum
– 7 Obras corales sacras
– Obertura en sol menor
– 4 Piezas orquestales
– Quinteto de cuerda y otras obras de cámara
– Diversas piezas breves para órgano y piano
«La Música de Brahms es muy bella, pero yo prefiero la mía»; Anton Bruckner.
Esta breve, pero grandiosa frase, resume todo el espíritu de Bruckner, un Hombre al que admiro con nobleza y ternura. Qué manifestación de humildad infinita pero a la vez de reconocimiento de su propia valía y enormidad como compositor!
Porque Bruckner es quizá el personaje más humilde que haya pasado por la tierra. Retraído hasta el extremo, absolutamente tímido, lo imagino sonrojándose hasta por el vuelo de una mosca cerca de él. Con absoluta seguridad tenía dificultades para relacionarse con otras personas, precisamente por su carácter tan introvertido.
Y precisamente esos rasgos de su personalidad, eran la fuente de su evidente y enorme bondad y nobleza. Bien lo has dicho Leiter: su bondad e intachable espíritu más que contrastadas. Profundamente creyente en Dios, vivía en consecuencia con su creencia, y era incapaz de hacerle el menor daño a quien fuese. No hay duda que su origen campesino, la inmensidad y belleza de los paisajes en donde creció, sus años en la Abadía de San Florián y su devoción hacia Dios, marcaron profundamente su alma y moldearon su personalidad.
La vida de Bruckner en Viena fue un infierno, gracias a Edward Hanslick. La capital del Imperio por aquellos años, se polarizó entre los seguidores de Brahms (Hanslick entre ellos) y los partidarios de Wagner (quien apenas si se preocupó de esa rivalidad con Brahms), aunque ambas escuelas son herederas de Beethoven en la misma medida. Al componer su Tercera Sinfonía y dedicársela a Wagner, incluyendo en ella temas de Tristan und Isolde y Die Walküre, Bruckner se ubicó entre los wagnerianos, lo que le valió la furia de Hanslick y Brahms. Además le acusaban de desconocer por completo la Música del Genio de Bonn. Y las heridas causadas nunca fueron cerradas. La oposición fue reacia y, si no prosperó un boicot contra el pobre Bruckner, fue gracias al respeto que le profesaron Artur Nikisch y Hans von Bülow, quienes sin embargo, convencían a Bruckner de hacer «correcciones» a sus partituras, a fin de hacerlas más comprensibles al público. Bruckner, sencillo y humilde aceptaba de buen grado, pero cuidándose de conservar los originales inalterados, consciente que en el futuro su obra sería reconocida y valorada tal como él la había compuesto. Bruckner tuvo en definitiva, la razón.
El intento de reconciliación que promovieron amigos comunes de Bruckner y Brahms -que muy bien expones en la entrada- nunca llegó a producirse. Siempre he respirado con alivio porque tal encuentro se frustrara. El pobre Bruckner -tímido y retraído- no habría sobrevivido un segundo siquiera, frente a la impetuosidad y el carácter arrollador de Brahms, quien -conociéndole- no habría dudado un segundo en pisotear al pobre Bruckner. Este último habría sido incapaz de responder y habría tenido que abandonar la sala, con su dignidad ofendida y con el único recurso de llorar desconsoldamente como un niño regañado que se encierra varios días en su casa y no vuelve a salir, por temor a que su compañerito más grande vuelva a hacerle algo. Y pensar que ambos compositores eran de talla enorme! Ay Johannes! El barbón era incorregible, je, je.
Creo que la única forma de controlar a Brahms era poniéndole al propio Wagner al frente. Estoy segurísimo que Wagner sí hubiera hecho sentir mal a Brahms. Cuestión de egos colosales.
Pero insisto: la frase que indiqué al comienzo -y que me encanta- pronunciada por Bruckner, resume lo que él pensaba de sí mismo. Es la convicción de un Hombre sencillo, que su arte es de inspiración divina, porqué mediante su obra alaba al Creador, en quien deposita su fe, sus esperanzas, anhelos, sueños, alegrías y tristezas. De ahí que su Música sea tan grandiosa, y constituya una verdadera experiencia mística, llena de religiosidad y beatitud.
No hay duda que Bruckner veneraba a Wagner como a un espíritu inspirador, más allá de la comprensión humana. La Obra de Arte Total fue la revelación que Bruckner interpretó como divina y que marcó toda su existencia. La visita que hiciera en 1893 a Bayreuth, no fue simplemente para acercarse a la tumba de su Maestro y colocar flores en la losa. No. Bruckner permaneció largo rato allí, desconectado del resto del mundo, como en estado de trance, en un estado de contemplación y meditación, como si mediante vibraciones energéticas de su cuerpo y su mente lograra establecer contacto con Wagner, en una realidad paralela cargada de sentido y magia inefable. Sin duda de allí obtuvo la fuerza que necesitaba para continuar en los últimos años que le quedaban de vida, lo cuales no serían sino tres, antes de partir en el viaje hacia la Eternidad.
(Hay una obra de arte hermosísima en la que puede verse a Bruckner cuando es recibido en el Cielo por otros compositores. Está en internet. BRUCKNER’S ANKUNFT IN HIMMEL, es su nombre).
Precisamente los acordes finales del solemne Adagio de la Séptima Sinfonía, son la expresión de la tristeza que Bruckner sentía por la muerte de Wagner. Y los ecos wagnerianos que se perciben en dicha obra son la evocación de su devoción.
La Séptima Sinfonía de Bruckner es la Música más perfecta que he escuchado en toda mi vida. Es mi preferida. Pero si los no versados en Bruckner desean conocer más de él, no duden en escuchar la Tercera Sinfonía. Es una obra maestra. La Octava y la Novena Sinfonías ya son el umbral de la Eternidad.
Los mejores Directores de Bruckner son Herbert von Karajan y Sergiu Celibidache. Eugen Jochum, como vimos en el enlace, también es muy bueno para su Música.
Siempre he soñado despierto con una escena en la que aparece Bruckner. Me imagino entrando yo a un pequeño salón y sentándome para escuchar a un gigantesco hombre que se dispone a tocar el piano. De pronto entra Bruckner, con su fisionomía muy seria -sus labios siempre en expresión enfadada- y se sienta al piano. Acomoda la partitura que interpretará y de pronto su mirada se encuentra con la mía. Al instante, su fría seriedad se transforma en una dulce y afable sonrisa que dirige hacia mí, como diciéndome «Hola, buenas tardes. Gracias por venir, de verdad. Tocaré esta música con mucho cariño para tí». Se me escurren las lágrimas!
Así he imaginado el amor y la ternura que me inspira la personalidad de Bruckner. No es sólo su Música, monumental en todo sentido; es él mismo. Si tuviera que elegir entre Brahms y Bruckner, haría una respetuosa reverencia a Johannes, besaría su mano -si él no me golpea, claro, je, je- y me subiría en el carruaje de Bruckner para ser algo así como el nieto que siempre quiere estar con su abuelo. O el hijo que él nunca tuvo.
Gracias Leiter por este homenaje a Bruckner. Me has dado la oportunidad de expresar mi reverencia hacia Bruckner. Me emocioné mucho. Es un reconocimiento merecidísimo a este humilde campesino austríaco, que es un vehículo de la bondad divina. Algún día iré a San Florián y depositaré un rosa en su tumba. Por siempre,
ANTON BRUCKNER.
Oh perdón, pero no pude resistir y por eso quiero dejar este obsequio Bruckneriano para complementar mi largo comentario anterior…
Es la Octava Sinfonía. No completa claro; el primer video es la parte inicial de la Sinfonía (1° mov) y el segundo es el final (4° mov): los dos más colosos brucknerianos en acción!
http://www.youtube.com/watch?v=AMQfM7Kemcg
http://www.youtube.com/watch?v=hFgn3Nr9WUI
Gracias por el vídeo, Iván. Bueno, buenísimo.
¿Qué quieres que te diga?
Para mí, la Séptima Sinfonía de Bruckner es la obra musical más grandiosa jamás creada. Así que ya somos tres… ¡No, no me he equivocado! El doctor Böhm también lo afirmaba.
Bruckner era tan dócil que cambiaba reiteradamente algunos pasajes de sus sinfonías según se lo comentasen sus amigos, sabedores de su debilidad de pensamiento. Lo del golpe de platillos de la Séptima es casi de risa: Que lo quite, maestro; que lo ponga… No, no, que lo quite… No, póngalo… Y Bruckner, venga a ponerlo, venga a borrarlo.
De ahí las ediciones de sus sinfonías: Las de Hass, que resumen lo originalmente compuesto. Las de Nowak, más complejas, que tuvieron en cuenta todas las correciones posteriores. Y menos mal que desaparecieron aquellas ediciones con arreglos hechos a espaldas del propio Bruckner.
Bruckner fue todo un sentimental, un hombre que anhelaba la compañía femenina para poder fundar una familia. Todas las mujeres le rechazaron por feo — es que era feo de avaricia — pero, gracias a eso, su música es maravillosamente ideal. Expresa justamente su lucha, sus decepciones interiores, su fe, sus fracasos… El primer movimiento de la Séptima es todo un retrato de ese angustioso mundo en el que vivía, frustrado por su condenada soledad.
Yo no hago caso a esas polémicas que se traían Hanslick y sus amigos debido a que son del todo anacrónicas. Brahms y Bruckner son mis sinfonistas predilectos, sin olvidar, claro está a Beethoven y a Mozart, por supuesto. Esta semana te enterarás de lo que me ocurrió hace unos años en el Auditorio de Madrid, presenciando una Octava de Bruckner.
Bruckner es… Bruckner, simplemente. El compositor más angustiosamente intimista allá por donde los haya. Es un fuera de serie. Su legado sinfónico es realmente un Patrimonio Artístico de la Humanidad.
Un abrazo, Iván. Excelente comentario, como siempre.
LEITER
Todo es maravilla en este Anton, sus orquestaciones gigantescas semejan la potencia y poder infinito del espacio sideral, de un Dios que gobierna este cosmos, y como si nada, en un instante florece la calma, cual cuarteto de cuerdas parco y sutil, que encierra una ternura tal que es imposible suponer una caldera de pasiones detras de esas cuerdas y maderas, porque los bronces arremeten cuando menos lo piensas, demostración de un carácter parco por fuera, pero lleno de fuego interno.
Gracias por tu obra completísima.
Gracias a ti, Roberto, por tu magnífico comentario sobre Bruckner con el que coincido en su totalidad. Efectivamente, ningún compositor trata con tal maestría los metales como Bruckner que «arremeten cuando menos lo piensas». Perfecta definición, Roberto, que con tu permiso incorporaré a mi particular e íntimo catálogo de frases sobre el gran Anton. Para mí, Bruckner es posiblemente el mejor sinfonista del tardío Romanticismo. Bueno, seré sincero: Es el mejor.
Muchas gracias por el comentario, Roberto, y bienvenido a este blog al que con cierto desenfado solemos denominar Bar virtual de copas.
Saludos
LEITER
Estoy coleccionando sinfonías de Bruckner :-).
Tengo unas cuantas, algunas repes como los cromos.
Hablando en serio, adoro a Bruckner gracias a Knappertsbusch y más tarde a Furtwängler, no he encontrado directores que mejor expresen su música, al menos no Celibidache o Szell, definitavemte las versiones que he escuchado de la 7ª de Szell o la 4ª de Celibidache, psss, psss.
Por ejemplo, el scherzo de la novena pone los pelos de punta. Apocalíptico. No entiendo muy bien al bueno de Bruckner, ¿cómo podía componer semejante música con esa cara de bonachón?, una vida niormalita, una personalidad sencilla en apariencia frente a la de los colosos y sin embargo… por dios, que no se ha escrito música más sublime.
¿es verdad que su música tiene fama de espesa y complicada? ¿de donde se sacan eso?. no lo entiendo.
Disiento, admirada Zarza
Ls versiones de Celibidache junto a la Filarmónica de Munich editadas por EMI en vivo son inconmensurables. Para más lecturas sobre Bruckner recomiendo las integrales clásicas de Eugen Jochum (tiene hasta tres ciclos completos registrados), la de Günter Wand (algo pesadota) y alguna versión suelta de Karajan, Inbal y Giulini (majestuosos sus registros de la Séptima y Octava con la Filarmónica de Viena). Versiones de auténtica referencia, aparte de las citadas por ti y las de Celibidache, son algunas lecturas debidas a Kubelik, Horenstein y Klemperer. No desentonan Szell ni Haitink, aunque no son referenciales. No recomiendo para nada las primeras vesiones de Barenboim — se precipitó al grabar tan temprano este ciclo — y el ciclo de Solti. Karajan está muy bien en algunas sinfonías — la Séptima — y no tanto en otras — la Cuarta — donde mete mano a la partitura de una manera escandalosa, aumentando en ocasiones una octava los pasajes de los primeros violines. Bruno Walter, Klaus Tennstedt y Wolfgang Sawallisch también presentan versiones muy estimables. El doctor Böhm sólo para sus incondicionales: Oficio, oficio y nada más que oficio.
¿Espesa y complicada? Eso se decía en tiempos de Hanslick… Yo creo que la música de Bruckner es tan maravillosa por el hecho de que el compositor vertió en las partituras todas sus frustraciones personales — y especialmente amorosas — con una sinceridad apabullante.
Un beso, Zarza
LEITER
Para no ser injustos yo añadiría a todos los nombres apuntados aquí a Abendroth, Schuritch, Maazel, Chailly y Tintner, y seguro que nos dejamos alguno más en el tintero.
¡Grande Bruckner, muy grande, su tiempo está llegando!
Salud, paz, sonrisas y cordiales saludos para la parroquia.
Elgatosierra
Gracias chicos, quizás mi problema es haber empezado con Kna y Furt.
Seguiré sus consejos ya que son más entendidos que yo y no discutiré sus opiniones técnicas pero ayer escuchando a Celibidache en una grabación del concierto en Tokio en 1993 con la Filarmónica de Munich de la 4ª sinceramente quedé perpleja. ¿seguro que esta versión es estupenda?. No es que vaya mal, es que no le encuentro expresividad, profundidad ni relieve, la gracia de Kna no está en parte alguna. Perdonen que insista tanto, no se, estaré mal del oído. Estoy desconcertada del todo.
No, para nada subestimes tu oído, Walkiria Zarza. En esto de la audición musical existe un componente del todo subjetivo. Si a ti no te llena Celibidache con esa Cuarta, pues nada, a otra versión y punto. A muchos nos parece una versión antológica, pero no por ello DAMOS POR SENTADO que así tenga necesariamente que ser. Por cierto, trata de escuchar en SPOTIFY esa obra (tienes todo el catálogo de Bruckner por Celibidache disponible) en la versión de EMI registrada con la Filarmónica de Munich y grabada allí mismo. Es bastante mejor que la ofrecida en el tour de Japón con la misma orquesta. En las giras se tiende al convencionalismo interpretativo debido a la repetición del mismo programa en numerosos conciertos.
Mi beso enamorado, Zarza, en este día de San Valentín
LEITER
Anda, seguro que es eso, la cuarta que tengo es de la gira de Japón. jejejejeje.
Y dejando aparte el componente subjetivo y que se que mi oído es muy sensible y delicado, (para nada subestimo ese aspecto) lo que está claro es que si la mayoría de aficionados cree que una versión es buena, lo será, y supongo que se contempla no solo la técnica, cuentan otros factores que incluyen la técnica de expresión, sin ella todo es maravillosamente mecánico. Acabo de leer una crítica a la dirección de Celi en ese sentido respecto a sinfonías de Bruckner.
Me enchufo el Spotify y les cuento, será más tarde, ahora toca siesta que hoy librooooo. zzzzzzzzzzzzz.
Besitos Leiter, 🙂
Bueno, qué puedo agregar yo a este álgido debate? Nada por cierto; yo me mantengo en que para dirigir a Bruckner nada como Celibidache y Karajan. Eugen Jochum también lo hace muy bien, aunque una de sus interpretaciones de la Séptima no me llena del todo. Luego veré con exactitud cuál.
Furtwängler es Furtwängler, por supuesto, pero algún componente le hace falta cuando dirige Música de Anton. Y al grandioso Knappertsbusch sólo le conozco una grabación de la Octava, muy buena por cierto, pero en donde prueba su fastidio por los ensayos.
Y a este último lo prefiero siempre en Wagner, aunque Bruckner es Música muy wagneriana.
Mravinski no me convence EN ABSOLUTO dirigiendo Bruckner. Y espero que no haya nada de Él dirigido por Bernstein…
Viena, abril de 1989, Séptima Sinfonía de Bruckner…No creo que haya una mejor…
Mis impresiones, nada más.
Leiter y Gato, no disputéis poe el amor de Zarza…Seguro ella ya ha hecho su elección.
Abrazos.
Bien, hay consenso. Celibidache por goleada.
Iván agradezco su comentario y además muy interesante su opinión sobre Furtwängler (me gustaría saber que le falta según usted) y lo de Kna con su Octava, jejejee,tengo una grabación con la Filarmónica de Munich que incluye el idilio de Sigfrido, si es esa también me gustaría saber que falla.
Hoy no he tenido tiempo de escuchar a Celibidache, mañana iré a ver si encuentro algo en CD de obras de Bruckner con los datos que me han proporcionado.
Un saludo a todos. 🙂
Bruckner es un compositor sublime, lo trascendente hecho música. Sencilamente me fascina…
(Tu blog es muy interesante..)
Mis descargos.
A mi juicio grandes Brucknerianos han sido: Celi, Tintner, Solti, Wand, Guilini y Klemperer (Lo poco que he escuchado de él)
Actuales: Nagano, Haitink, Harnoncourt
El conductor que no me trasmite nada es Barenboim, si alguna vez Bruckner puede llegar a sonar horroroso es con él. Lo mismo corre para Mariss Jansons, aunque nada es peor que Barenboim
(O aun no logro comprender a Barenboim? No lo sé. Pero me quedo con la sensación de un burdo imatador de Celi)
Kna no me ha producido ninguna sensación especial y de Karajan su Bruckner suena muy bien, pero siento que no transmite, es algo así como música maravillosa pero vacìa. No sé como explicarlo.
Mi relación con Brahms:
Si lo tuviera en frente mio, ahora mismo, le doy a patadas por envidioso.
Gracias!
Bienvenido, Sergio
Coincido en todas tus apreciaciones sobre Bruckner pese al palo que le das a Barenboim. Yo le escuché una Séptima en Madrid hace ya muchos años y, ciertamente, no lo hizo mal. Pero estoy de acuerdo contigo en que es un director que trata de imitar a Celibidache. Y, claro, eso no puede ser. De cualquier manera, Barenboim ha mejorado mucho como director de un tiempo a esta parte.
Sobre Karajan y Bruckner has dado en el clavo (a pesar de que nuestro amigo Iván se enfade). Música muy bella, sin duda, pero… Falta algo. Es el eterno problema de Karajan: Quiere ser tan perfecto que resta espontaneidad a muchas de sus lecturas.
¡Cuidado con Brahms! Era un tipo tremendamente corpulento, un Hambo de los de antes.
Saludos, Sergio, y gracias por el comentario
LEITER
No te pongas con Brahms porque su corpulencia y mal carácter pueden causarte más de un problema.
A Knappertsbusch debes observarlo a los ojos cuando dirige; seguro ahí sí te va a transmitir varias cosas.
Por otra parte te aguardo en Salzburgo para llenar los vacíos de la Musica Maravillosa.
Saludos.
Pues acabo de escuchar una novena por Mravinsky, áspera, dura, a pesar de ello o por ello me ha gustado.
Hola,muchachos, sobre esta discusión de grandes directores brucknerianos, me quedo con furt, Kna, Jochum,Wand,Horenstein,Karajan. En cuanto a la cuarta de Karajan, que se menciono anteriormente, me parece sublime la forma en como introducen los violines el tema principal. Cuestion de gustos.
Att: Fernando (Medellin)
¿Qué tal, Fernando?
Prácticamente no has dejado sin mencionar a ningún gran bruckneriano con excepción de Celibidache y Giulini. Buenísimo Horenstein, al que pocos mencionan.
Esa introducción de la Cuarta a la que te refieres suena muy bien, por supuesto; el problema es que dicho doblaje de violines a la octava no aparece en ninguna de las muchas ediciones existentes de la partitura. En esos compases escuchamos a Karajan, pero no a Bruckner. Eso sí, bello a más no poder.
Saludos a la comunidad musical de Medellín y a ti, Fernando
LEITER
Nuevamente agradecer la existencia de tu blog y mencionar que lo sigo hace tiempo, pero no me había atrevido a comentar, hasta ahora.
A Brahms no le temo. Soy tan corpulento como él. (Cuestión de egos enormes dicen..) Tal vez faltó alguien que le bajara ‘los humos’. Así como alguien que le levantara a alicaída autoestima a Bruckner. Si Wagner hubiese vivido un par de años más, tal vez en Bayreuth, mi bien amado Bruckner hubise podido estrenar todas sus sinfonías (Quien sabe? Siempre es interesante imaginar lo que pudo haber sido).
De Barenboim he escuchado su integral de Warner con la Berliner Pilharoniker (En realidad no resistí el ciclo completo)su Helgoland, me parece de lo más digo (Hasta ahora, porque no tengo con que otra grabación comparar). De verdad, por más que trato no le hayo la magia o ‘la búsqueda de los trascendente’ por ninguna parte. Aunque haré más intentos más adelante. Tambien escuché sus misas, Te Deum, dos par de motetes en una selección de 2 cds de EMI. Y definitivamente no hay caso. Me suele atormentar la idea de que existan personas para las que las interpretaciones de Barenboim puedan siginificar tanto, porque para mi no. Saliéndonos de compositor, el peor Boléro de Ravel, grabado en DG, es de Barenboim junto a la Orquesta de París. No hay Bolero malo, salvo el de Barenboim (Aunque dure lo mismo que el de Celi). Pero no todo es tan malo. Baremboim es un excelente pianista, su interpretación de los pimeros conciertos de piano de Schumann y Tchaikovsky junto a Celi, es sublime.
Se me escapó Jochum, al que tengo reservado para escuchar más adelante.
Además mencionar que me sorprendieron las grabaciones de la 3 y 6 de Nagano. Espectaculares e imponentes. Una maravillosa sopresa fue escuchar la Novena con Bernstein y Vienna. Todos sabemos que Leonard no le aplicaba a Bruckner, pero esa grabación solitaria es de las mejores.
Saludos Cordiales!
«No hay Bolero malo, salvo el de Barenboim (Aunque dure lo mismo que el de Celi)»
Todavía me estoy riendo de esa afirmación tan ingeniosa… Y tan cierta. Son las cosas de don Daniel. También coincido contigo en su excelencia como pianista, aunque de un tiempo a esta parte ha perdido frescura interpretativa precisamente por dedicar más tiempo a la dirección.
No conozco esa grabación de Bernstein que mencionas. A ver si alguien nos amplía información sobre la misma.
Saludos, Sergio
LEITER
Puedes encontrarla aquí http://juliosbv.blogspot.com/2011/03/bruckner-sinfonia-n-9-leonard-bernstein.html
A Tennstedt, he tenido el honor de escucharlo muy poco. Nada en Bruckner. Su Mahler es espectaculat y oí una Novena de Beethoven de la serie BBC, que me parece de las mejores interpretaciones, a pesar de la acústica del lugar, esa la puedes sacar de aquí http://ahhfwmy.blogspot.com/2010/10/beethoven-sym9-tennstedt-lpo-cho.html en un correctísimo FLAC. Saludos
Gracias por la información y el enlace, Sergio.
LEITER
Acertadamente me recuerdas de un olvido imperdonable: Giulini. Esa octava y novena con los filarmonicos de Viena, simplemente sublimes.
Saludos
Ya veo que tendré que ir a Medellín para escuchar a Bruckner junto a Fernando, al calor de una arepa paisa y un aguardiente antioqueño.
Saludos.
¡Cómo está la legión colombiana de este bar virtual de copas musicales!
Digo yo que me invitaréis a ese festín, ¿no?
Abrazos
LEITER
Claro que si, Leiter. Para complementar mi podio debo añadir a Klaus Tennstedt. En cuanto a Ivan, debo confesar que tengo con el en comun mi admiracion por Karajan; y al Gato debo decirle que tambien caigo de rodillas ante furt.
Saludos a todo el bar
Tennstedt, por descontado otro gran brukneriano. Aunque yo le prefiero en Mahler. Ya hablaremos de este director, un caso de verdadera mala suerte personal, a lo largo de la próxima temporada.
Saludos, Fernando
LEITER