En el enlace al vídeo que hoy os dejo podemos escuchar el conocidísimo Preludio del Te Deum, H. 146, del compositor francés Marc-Antoine Charpentier en una lectura llevada a cabo por The Academy of St-Martin-in-The-Fields bajo la batuta de Sir Neville Marriner. Dicha grabación se encuentra disponible en el sello EMI (ref 54284). Este preludio fue adoptado en 1954 como sintonía de conexión entre emisoras de la Unión Europea de Radiodifusión y de ahí su enorme popularidad, aunque muy poca gente sabe que Charpentier fue el autor de la sintonía. Tras unos redobles de timbal, una fanfarria de metales expone el conocido tema que se ve complementado, a modo de rondó, por intervenciones de maderas y de cuerdas. Compuesto probablemente a partir de la última década del siglo XVII en París, el Te Deum es un motete polifónico que consta de diez números, está escrito en tonalidad de Re mayor y requiere para su interpretación de un conjunto de ocho solistas vocales, coro y acompañamiento instrumental con órgano (bajo continuo) que puede ser variable según la disposición elegida por los distintos directores que ejecutan la obra.
Desde un punto de vista formal, la cantata evolucionó hacia un conjunto compuesto de varios fragmentos y que abarcaba tanto elementos recitativos como de aria. En Italia, y gracias a compositores como Luigi Rossi (1598-1653), Mario Savioni (1608-1685) y Marco Antonio Cesti (1623-1669), la forma que ganó cada vez más empuje fue la que mostraba el esquema: recitativo-aria-recitativo-aria, pudiendo encontrarse, no obstante, al comienzo también un aria. Cantatas de este tipo fueron compuestas por Antonio Caldara, Alessandro Scarlatti y muchos más (incluso Bach y Haendel). Exteriormente, las primitivas monodias, tanto en la ópera como en la cantata, se caracterizaron por su anotación bisistemática, con una escritura específica para la voz y otra para el acompañamiento instrumental, llamada bajo cifrado. Los compositores italianos colocaron sobre las notas correspondientes al bajo unas cifras determinadas que indicaban las armonías que el acompañamiento debía realizar. Si bien se atribuye a Antoine Boesset (1588-1643) la introducción del bajo continuo en la música religiosa francesa (aunque todo lo que se ha conservado de su obra es de corte profano) fue Marc-Antoine Charpentier, alumno de Carissimi, el verdadero introductor de dicha técnica en la música religiosa francesa.
Marc-Antoine Charpentier nació en París en una fecha indeterminada del año 1643 y al parecer descendía de una familia con grandes antecedentes artísticos (como el pintor Nicolás Charpentier, fallecido en 1663, artista de la Casa Real). Con una vocación musical tardía, Charpentier viajó en 1662 hasta Roma para estudiar con Giacomo Carissimi. Decidido a dedicarse a la música, y especialmente al género religioso, por el que mostró una gran predilección, Charpentier pasó tres años junto a Carissimi en la capilla de San Apolinar y en el Colegio de los Jesuitas de Roma. Ya de regreso en París, Charpentier fue ganándose la confianza del italianizante párroco de Saint-André-des-Arcs y ello le sirvió para que en 1672 Molière, que no estaba en buenas relaciones con Lully, le tomara como músico. Ya en 1679, Charpentier empieza a componer misas para el Delfín en Saint-Germain y un año después fue llamado por la princesa de Guise a la residencia de Marais para dirigir su música. Luis XIV, pese a conocer y estimar la música de Charpentier, se negó a ofrecerle un cargo en la corte y a lo más que accedió fue a que Charpentier se presentara en 1683 como candidato a una de las cuatro plazas de vicemaestro en la Capilla Real. Charpentier cayó gravemente enfermo durante las pruebas y no pudo realizar el examen final, aunque se le obsequió con una pequeña pensión de gracia en compensación. Un año más tarde, y felizmente recuperado, Charpentier ya ejerció como maestro de música en la iglesia de Saint-Louis de los jesuitas en París. Fue allí donde encontró el apogeo de su carrera. Tanto la Academia Francesa, como la Academia Real de Pintura y Escultura le hacen numerosos encargos que cumplimenta con maestría y en 1692, Felipe de Orleans, apasionado por la música, le solicita clases de composición. Ya en 1698, Charpentier fue nombrado maestro de capilla (aunque como seglar) en la Sainte-Chapelle de París sustituyendo a Chaperon. Allí permaneció hasta la fecha de su fallecimiento, acontecida el 24 de febrero de 1704.
A diferencia de Lully, italiano contemporáneo suyo que tipificó la música francesa, Marc-Antoine Charpentier fue un parisino que se fue a estudiar a Italia y trajo consigo un estilo meridional de escritura híbrido. Compositor de copiosísima producción, Charpentier supo realizar una maravillosa síntesis entre la tradición lineal del estilo franco-flamenco (Lasso, Du Caurroy) y las innovaciones italianas (Carissimi, Rossi), como así se hace patente en sus extraordinarios dobles coros instrumentales. Pese a ello, en su época — y posiblemente debido a los recelos de Lully, quien sabía de sus enormes habilidades como compositor — Charpentier fue considerado como un músico demasiado italiano. Con todo, a día de hoy, la música de Charpentier es enormemente apreciada tanto por los especialistas como por el público en general. Sirva desde aquí nuestro humilde homenaje a su figura.
Rindo mi humilde reconocimiento no sólo a la entrada -impecable como siempre- sino al propio Charpentier, músico en quien gravita todo el encanto y el misterio de una época en la cual, si bien aún palpita el espíritu del Humanismo Renacentista, ya pulsan los tonos del barroco que compendian en sí mismos los enigmas de todos los períodos del Arte precedente, reflejo de los tránsitos ontológicos del Hombre en su relación con el Todo.
No se trata tan sólo del ejercicio de establecer analogías con otras formas de expresión (literatura, pintura, escultura, filosofía…), en procura del sentido que subyace en las grandes creaciones, sino de comprender y nutrir la existencia con dicho sentido. En eso creo que Monsieur Charpentier es una auténtica fuente.
Su nombre evoca misterio. Cuando escucho alguna de sus piezas, especialmente las de corte religioso, no deja de sorprenderme el hecho de encontrar allí, tras el velo del lenguaje Cristiano, todo un universo de verdades arquetípicas y universales, expresadas no únicamente en el texto sino en la música misma. Son sus formas y elementos donde se establece ese sustrato de pensamiento superior, que se vale de diversas vías para encontrar su ámbito de manifestación, e irradiar hacia la mentes y los corazones.
Son muchos los ejemplos que de lo anterior podemos encontrar; de más está decir que el buen padre Bach es uno de tales.
Recuerdo que en Notre-Dame de París, en unos altavoces inubicables pero audibles en la inmensidad de la adusta catedral, se escuchaba un pasaje del Te Deum: ¡que maravilloso encuentro entre sonido y geometría sacras! ¡El uno participaba del otro y se elevaban para retumbar en cada bóveda del magnífico edificio! Por supuesto yo me alimenté de semejante rocío bienhechor.
Registro con mucho placer esta nueva entrega dominical Leiter. Ya la enlazaremos.
Abrazos, amigo y hermano.
Encantado con tu aportación a esta entrada en donde yo trato de explicar brevemente los ámbitos histórico-teórico-musicales mientras que tú la enriqueces con valiosos elementos que a buen seguro incitan a la íntima reflexión del potencial lector. Es muy de agradecer y delata tu gran sabiduría al respecto.
Celebro que te haya gustado, amigo y hermano Iván
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