No se requiere ser director de orquesta para que la vida, en determinadas ocasiones, sea una continua superación de obstáculos que a veces se antojan insalvables. Ello es algo propio del género humano. Pero si además de todo ello uno decide ser director de orquesta, esa senda de obstáculos puede ser aún más difícil de superar y máxime cuando las adversidades parecen encapricharse del todo y converger en una sola persona. Paul Kletzki decidió ser compositor pero los nazis acabaron por destruir toda su obra; huyó a Italia y al poco tiempo se vio obligado también a escapar de la locura fascista; probó suerte en la URSS y comprobó de primera mano como los judíos polacos eran atrozmente masacrados en la Rusia estalinista; quiso hacer carrera por Inglaterra pero las autoridades de aquel país le recordaron su pasado como director en la URSS; llegó a los EEUU dispuesto a triunfar pero terminó su andadura allí antes de tiempo debido a unos desacuerdos contractuales; cuando su reputación artística había alcanzado un punto máximo, una grave enfermedad de su esposa le obligó a reducir su ámbito geográfico de actuación; cuando, ya de vuelta de muchas situaciones, brindaba las más selectas interpretaciones producto de su dilatada experiencia, la muerte le sorprendió tras un ensayo. El destino pareció jugar con Kletzki, pero él siempre tuvo el coraje para ir superando todas las pruebas.
Pawel Klecki nació el 21 de marzo de 1900 en Lodz, Polonia, en el seno de una acomodada familia judía y empezó sus estudios musicales a una edad muy temprana, ganándose el reconocimiento por sus habilidades naturales para tocar el violín y el piano. Ingresó en el Conservatorio de Varsovia para ampliar sus estudios bajo la tutela de Emil Mlynarski y en 1916 llegó a dirigir la Orquesta Filarmónica de Lodz. Más tarde, en 1921, partió para Berlín para estudiar en la Hochschule für Musik bajo la influencia de Schönberg y Furtwängler. En un principio Kletzki, quien ya había germanizado su nombre, pareció decantarse por la composición y así el propio Furtwängler presentó algunas de sus obras y le invitó en 1928 a dirigir la Filarmónica de Berlín en un programa que incluía su propio Concierto para violín. Esta obra fue muy bien recibida, al igual que su Concierto para piano estrenado en Leipzig en 1932. Todas sus composiciones fueron publicadas hasta que en 1933 los nazis ordenaron su prohibición, llegando al cruel extremo de destruir todas sus ediciones impresas así como de sus placas de imprenta. Durante el Holocausto, tanto sus padres como su hermana fueron asesinados por los nazis. Kletzki se vio obligado a huir a Italia llevando consigo los manuscritos de sus partituras en un cofre de metal y se instaló como profesor en la Escuela Superior de Música de Milán. Entre 1937 y 1938 alternó dicha labor docente con la dirección de la Orquesta Filarmónica de Jarkov en Rusia, cargo que se vio obligado a dejar por sus orígenes polacos. Con todo, los fascistas italianos no demostraron ser más amables que los nazis y Kletzki se vio nuevamente obligado a huir, esta vez a Suiza, país del que era originaria su mujer. Pero en esta ocasión Kletzki no pudo llevarse el arcón con sus partituras y lo dejó escondido en un sótano ubicado cerca de La Scala. En Suiza, Kletzki compuso sus últimas obras y poco más tarde manifestó que la maldita guerra y la destrucción de sus partituras en Alemania habían truncado sus deseos de componer. Poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, Kletzki empezó a impartir clases en el Conservatorio de Lausana y de 1943 a 1949 se encargó además de dirigir la Orquesta del Festival de Lucerna.
Concluida la guerra, Kletzki dirigió en París y poco después fue invitado por Toscanini para dirigir en la reapertura de La Scala en 1946. Durante ese mismo año, el productor Walter Legge le contrató para producir grabaciones discográficas con la Philharmonia Orchestra y para dirigir conciertos en calidad de invitado al resto de formaciones londinenses. El prestigio de Kletzki como director alcanzó las más altas cotas en aquellos años y desde entonces fue muy requerido para participar en giras con distintas orquestas en calidad de director invitado. Nacionalizado suizo desde 1949, Kletzki fue propuesto para dirigir la Royal Philharmonic of Liverpool en 1954, cargo que sin embargo hubo de abandonar al año siguiente por su pasado como director en Jarkov, algo que resultaba incompatible con la cerril normativa del Servicio Británico Civil. En 1957 Kletzki partió para los EEUU para dirigir a algunas de las principales formaciones del país. El éxito de estos conciertos fue tal que fue nombrado director principal de la Orquesta Sinfónica de Dallas entre 1958 y 1961, alternando dicha función con Antal Dorati. Sin embargo, Kletzki se vio obligado a abandonar Dallas en 1961 por no llegar a un acuerdo con los directivos de la orquesta en lo referente a los contratos discográficos. Desde entonces Kletzki limitó su actividad artística debido al grave estado de salud que padecía su mujer. A su condición de titular de Orquesta Sinfónica de Berna (1964-1967) le siguió la dirección de la prestigiosa Orquesta de la Suisse Romande tras la renuncia del mítico Ansermet. En 1965, durante unos trabajos de construcción efectuados cerca de La Scala, se encontró el famoso cofre de partituras que Kletzki había escondido allí durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Pero el director siempre se negó a abrir de nuevo el cofre temiendo que las partituras fuesen dañadas por los agentes atmosféricos. Durante los últimos años Kletzki volvió a sus raíces y colaboró como director invitado de la Orquesta Filarmónica de Varsovia y de la Orquesta Filarmónica Checa. El 5 de marzo de 1973, mientras se encontraba ensayando en Liverpool con la Royal Philharmonic, Kletzki falleció de forma imprevista.
Paul Kletzki fue un director dotado de una extraordinaria técnica y emotiva gesticulación que le provocaba incluso el llanto en ciertos episodios de máxima expresividad. Como experto violinista, sabía imprimir a la sección de cuerda una gran delicadeza y claridad en los fraseos. Director expresivo como muy pocos, Kletzki podía pasar de ser un gruñón en los ensayos a ponerse de rodillas para suplicar un mayor ardor interpretativo a las distintas secciones orquestales. Su autoridad sobre el podio resultaba del todo categórica y su última palabra relativa a cualquier planteamiento musical era aceptada sin discusión por todos. Su repertorio abarcó casi la totalidad de todos los estilos aunque se mostró siempre muy interesado en difundir las modernas composiciones de sus compatriotas polacos. Fue además un cotizado intérprete de la música del Romanticismo y se mostró como un director muy requerido para acompañar a los solistas más relevantes del momento. Su dimensión como director pudo haber sido mucho mayor de haber seguido dirigiendo en América aunque sus circunstancias personales le hicieron reducir su ámbito de actuación sólo en Europa durante sus últimos años de trayectoria. Director muy asiduo de los estudios de grabación, algunos de sus registros de las sinfonías de Mahler son especialmente admirados por buena parte de la crítica.
De entre la producción discográfica debida a Paul Kletzki podemos mencionar las siguientes grabaciones (advertimos que los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Sinfonías nºs 1, 3, 5 y 6 de Beethoven dirigiendo la Filarmónica Checa (SUPRAPHON 3451 y 3453); Obertura Egmont de Beethoven dirigiendo la Filarmónica Checa (SUPRAPHON 3451); Concierto para violín de Bloch, junto a Yehudi Menuhin y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 56319); Concierto para piano nº1 de Chopin, junto a Maurizio Pollini y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 567548); Sinfonía nº4 de Mahler dirigiendo la Royal Philharmonic (EMI 67726 – grabación memorable); Lieder eines fahrenden Gesellen de Mahler, junto a Dietrich Fischer-Dieskau y dirigiendo la Orquesta Sinfónica de la NHK de Tokio (EMI 90442); y, finalmente, La canción de la Tierra de Mahler, junto a Domínguez y Svanholm, y dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Viena (ORFEO D´OR 748071). Nuestro humilde homenaje a este magnífico director de orquesta.
Interesantísima entrada, Leiter ! Kletzki era, tal como Vd lo explica perfectamente, un gran maestro a la hora de trabajar con el conjunto de cuerdas, sea para su expresividad o para la transparencia del conjunto, la cual llega a unos niveles propiamente extraordinarios. El primer movimiento de la «pastoral» me parece modélico en este sentido, así como Egmont. Esto además nos revela que son pocos los directores, incluido entre los más reconocidos, que tienen o tuvieron este conocimiento concreto con las cuerdas. Me dirán que para esto está el primer violín, para ayudar a expresar las intenciones del director, pero el hecho es que aqui aparecen notables diferencias y el trabajo de Kletzki sobresale de forma indudable. Si a esto le hubiera acompañado un sentido verdaderamente trascendental del discurso en su conjunto hubiéramos tenido sin duda alguna a uno de los mejores director de todos los tiempos. Quizás el punto central del director «genial» esté más en la dimensionalidad del conjunto, en el propósito o el discurso que incluso supera la simple musicalidad; Aqui vemos que la titanesca inmensidad del ataque de la Eroica se le va un poco de la mano… Sin embargo tenemos mucho que aprender de estos directores que fueron antes todo grandes maestros de la intensidad musical, y que no deben confundirse con los llamados kappelmeister….
Un abrazo
Jean François
Por desgracia el enlace a la Pastoral ya lo han suprimido, no así el de Egmont. (grandísima, delicada y cuidada versión, con un gran dominio de las gradaciones de dinámica sonora, logrando, efectivamente, una admirable transparencia y un excelente equilibrio de planos). Buenísima versión que recomiendo escuchar so pena que nos supriman también ese vídeo.
Por regla general, los directores formados instrumentalmente en el violín presentan una gran sensibilidad para interpretar pulcramente los fraseos de cuerda.
Tal vez a Kletzki también le faltó dirigir con cierta regularidad alguna orquesta de renombre para que su legado artístico hubiese sido aún más extraordinario.
Mi admirado abrazo, maestro y amigo Mounielou.
LEITER
Su estilo de dirección no es ampuloso a la manera de otros directores que privilegian las sonoridades, especialmente en Beethoven; sin embargo Kletzky parece acallar la orquesta en algunos pasajes haciendola susurrar -ya en su totalidad, ya por secciones como ocurre en la Heroica (brillante interpretación), para luego volver a un generoso despliegue que entretanto no sobredimensiona la estructura sonora de la obra.
La Quinta sin embargo, la noto diferente de todo lo que he escuchado; esta es una obra que traduce todo el espíritu combativo de Beethoven, su lucha contra la propia adversidad que según sus palabras «jamás me doblegará por completo». La interpretación de Kletzky aunque ejemplar, se aparta un poco de ello, dejando un sinsabor extraño, como aquel hermoso parque repleto de flores, árboles y zonas verdes, pero donde no hay niños en absoluto. Algo hace falta.
La trayectoria de Klezky me hace pensar: ¿el destino estará irremediablemente escrito o seremos nostros quienes a diario lo escribimos?
Creo que la respuesta está precisamente en la Quinta Sinfonía de Beethoven.
Te noto animado Leiter, eso me alegra muchísimo. No desfallezcas, aún tienes mucho por brindarle a la Humanidad.
Abrazos a todos.
Lo has explicado perfectamente en el primer párrafo de tu comentario, amigo Iván.
A Kletzki hay que escucharle con detenimiento y sin idea preconcebida. La quinta es una buena y cuidada lectura, desde mi opinión, apartada tal vez de excesivo desgarramiento. Es una lectura muy al pie de la letra de lo originalmente escrito.
Gracias por tus buenos deseos, amigo y hermano Iván.
LEITER