Cautiva de resignación te consideras,
expuesta a la punzante dentellada que el amor te ha compuesto,
al resplandor enamorado de tus sueños,
festín de fantasmas enloquecidos
que aterrorizan tu espíritu primerizo,
espíritu de resignación, cautiva de resignación.
Me contagias una fiebre bondadosa que no deseo
pues, todavía gira la ruleta
de mi expectante destino;
persistes en compadecerte recreando viñetas tenebrosas
con el placentero cosquilleo
del miedo instantáneo,
afilado colmillo que acecha tu cuerpo desnudo.
Y al clímax de tu inquietud,
cuando asumes los perfiles de la extravagancia,
rompo tus cadenas de plata y desventura
y me libero entre vítores imaginados;
me abrazo a la luz que ciega los desánimos
y me dejo seducir por traviesas siluetas enmascaradas
donde no llega el corazón,
donde las distancias se dilatan infinitas…
¡Con qué ingenuidad pretendes abarcar una frágil justicia!
Esbozando, incluso, una sonrisa lasciva,
tránsito a dimensiones majestuosas,
honor, poder y gloria…
Mas, a tus pies, se derrama como vino consagrado
el elixir de tu frustración;
te detienes en la frontera del riesgo
y los murmullos de ironía certifican de nuevo tu condena,
tu condena a permanecer, eternamente,
cautiva de resignación.